domingo, 17 de mayo de 2009

La muerte del mundo real (I)


Saludos a todos, mis queridos discípulos. Inauguro este blog con un texto que escribí hace ya tiempo, cuando no era más que un estudiante de Historia del Arte que trataba de comprender el objeto de mi estudio.

¿Quién de mis lectores no ha ido alguna vez a una exposición de pintura o escultura contemporáneas y ha salido de ella sin haber entendido absolutamente nada de lo expuesto? Tal vez este cúmulo de reflexiones os ayude a ver el arte actual de otro modo...

Presentación: una pareja de profanos

Comencemos haciendo un ejercicio de imaginación. Un matrimonio más o menos joven se pasea un sábado por la tarde por las calles de una gran ciudad española. Pasan frente a una galería de pintura y, curiosos, deciden entrar. No pongamos las cosas difíciles e imaginemos que nuestros protagonistas son dos personas interesadas por el arte y comprometidas con su entorno social y cultural, aunque su nivel de estudios no sea muy elevado: él, mecánico de profesión; ella, dependienta en unos grandes almacenes. La joven pareja recorre el espacio expositivo de la galería, contemplando las obras de un artista checoslovaco de nombre impronunciable y completamente desconocido. Su pintura les parece incomprensible: manchas parduzcas sobre fondos terrosos, grumos de pintura negra en pegotes diseminados por el lienzo, latas de refresco pegadas a la tela...

La actitud de nuestra pareja es curiosa por lo común que tiene con la que toman la mayoría de los pocos visitantes que en ese momento se encuentran en la sala: primero observan atentamente los cuadros con cara de extrañeza, mezcla de pasmo y una fuerte dosis de suspicacia, el ceño fruncido, las cejas arqueadas. Se apresuran entonces a leer la plaquita con el título de la obra, alimentando la esperanza de encontrar en él información adicional, un punto de partida, una pauta sobre la que poder formarse una opinión. Pero el título del cuadro nada les aclara porque nuestros protagonistas no son capaces de identificarlo con ningún esquema previo de conocimiento. Buscan una semejanza, un parecido, sin encontrarlo. Para colmo, las obras del checoslovaco no representan nada (“Sin título”) o sus títulos son demasiado abstractos (“Despertar”, “Ilusión”, “Improvisación volante”, “Estudio 32”...).

Sin embargo el joven matrimonio, empeñado en comprender lo que está viendo, no ceja en sus intentos y consulta desesperadamente el catálogo de la exposición. Vano esfuerzo y nuevo chasco: ahí no figura más que una breve semblanza del pintor, su lugar y fecha de nacimiento, su trayectoria artística, los títulos de las obras expuestas, sus dimensiones y el material utilizado en cada una de ellas. Eso es todo. Ni una palabra sobre la interpretación de los cuadros, ni una explicación, ni un indicio. Que cada cual entienda lo que buenamente pueda. Así que la pobre y desilusionada pareja abandona la galería de arte con una angustiosa y desagradable sensación de impotencia, de que les han estado tomando muy lindamente el pelo, de que se han estado riendo de ellos. Su excursión iniciática por los caminos del arte contemporáneo no ha podido finalizar con peor pie. Desengañados, con la errónea y peligrosa idea de que la pintura moderna es una estafa, una broma pesada, una tomadura de pelo, la pareja se desentiende de ella y termina desconectándose por completo. “Vámonos al Museo Provincial, cariño”, termina sugiriendo el joven a su esposa. Al fin y al cabo: ¿quién necesita entender a los pintores “modernos” cuando puede recrearse en la contemplación de un Greco, un Velázquez o un Goya?

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