viernes, 21 de septiembre de 2012

ISABEL (¿La esperanza?)



Bueno, pues al fin, después de seis meses y de haberla estrenado como película en las salas de cine, hemos podido ver los primeros capítulos de una nueva ficción histórica, salida esta vez de la factoría Diagonal TV para RTVE, dirigida por Jordi Frades e interpretada por Michelle Jenner (Isabel), Rodolfo Sancho (Fernando), Pablo Derqui (Enrique IV), Ginés Gª Millán (Juan Pacheco, marqués de Villena) y Sergio Peris-Mencheta (Gonzalo de Córdoba), entre otros. Mucho tiempo llevábamos esperando su estreno y, la verdad sea dicha: viendo el vestuario y las promos previas, los que nos preocupamos un poco por la Historia de España y su divulgación nos temíamos lo peor, sobre todo después de la ridícula farsa toledana con la que nos obsequió la productora Boomerang en Antena 3 (y que hizo revolverse los huesos de don Alfonso "el Sabio" en su tumba sevillana) o las divertidas -por lo ridículas- "Hispaña" o "Imperium", excelsas obras ambas de Bambú Producciones para la misma cadena.

Mas hete aquí que después de contemplar los dos primeros capítulos de "Isabel" me encuentro con agrado con una serie histórica que, dentro de las asumibles y más o menos abundantes licencias artísticas en lo que a la narración de los acontecimientos se refiere, muestra un respeto bastante aceptable hacia la Historia del ascenso al trono de Castilla de la infanta Isabel de Trastámara, las luchas internas por la sucesión, las intrigas palaciegas de sus protagonistas principales y, en general, la narración de unos hechos que desembocaron en la unión dinástica de Castilla y Aragón, la cual todavía no significó el nacimiento de España, como a menudo se ha repetido equivocadamente (faltarían aún por anexionar a sus territorios los reinos de Granada y Navarra), pero que constituyó el primer y capital paso para construirla.

Naturalmente, no es una serie perfecta: como de costumbre, en los apartados de vestuario (a cargo de la empresa Look Art, a través de Pepe Reyes y Natacha Fernández) y estilismo (Mar López) esta producción se "columpia" salvajemente con unos diseños de inspiración más fantasiosa que histórica (los trajes blanco nuclear de la Jenner -color de luto, por cierto, en la época- se aproximan más a la Tierra Media que a la meseta de Castilla) y unos peinados que dejan al descubierto vaporosas cabelleras al viento como si todas las damas cortesanas de palacio fuesen barraganas, inquilinas de prostíbulo o doncellas casaderas. Además, las consabidas tachuelas de sillón "capitoné" hasta en las braguetas, los pantalones de cuero al estilo "Hell's Angels" (¡hay que ver lo poco que les gusta vestir con calzas a estas gentes del espectáculo!), las alabardas de los Tercios de Flandes del siglo XVII, las espadas al cinto hasta en el retrete (réplicas, además, de las que se venden en las tiendas toledanas como "de Carlos I"), las tetas y culos más o menos gratuitos en las alcobas de palacio, las botas de motorista y los modelitos "King Théoden of Rohan" de William "My Darling" Miller (Beltrán de la Cueva) no nos permiten olvidarnos de que estamos ante una ficción televisiva y no ante un documental de Historia, que para eso ya está La 2, como decían de "Toledo" las cabezas pensantes acostumbradas a "Sálvame" y "¿Quién quiere casarse con mi hijo?"...

También merecen comentario aparte las interpretaciones de los diferentes actores del elenco. Junto a actuaciones soberbias como la de Clara Sanchís (como Isabel de Portugal, la pobre y desquiciada madre de Isabel), la de Ginés García Millán (ese intrigante marqués de Villena) o la de Pablo Derqui (bastante bien metido en su personaje del irresoluto monarca Enrique IV de Castilla), nos encontramos con una Michelle Jenner tal vez demasiado dulce (empalagosa, mejor) en su papel protagonista, un William Miller al que no puedo dejar de imaginarme -con esas melenazas- como el novio de Inés Alcántara, un Sergio Peris-Mencheta que recuerda demasiado al César Borgia de la película de Antonio Fernández o un Víctor Elías al que me cuesta desligar de su personaje de Los Serrano aunque interprete al infante don Alfonso de Castilla, hermano de Isabel... No es que sean malos actores, ¡Dios me libre!, es simplemente que cuesta reconocerlos fuera de los estereotipos a los que nos tenían acostumbrados. Es, de todos modos, una cuestión de gustos sobre los que, como es sabido, no hay nada escrito.

No obstante, a pesar de todo, es una serie que se ve con mucho agrado cuando se constata -leyéndose uno un par de cositas sobre el reinado de Isabel la Católica- el más que aceptable respeto hacia una narración y una documentación que no precisa de grandes adulteraciones para constituir un relato apasionante por sí mismo. Loable trabajo, pues el de Marcelo Pacheco (director artístico de la serie), el de Javier Olivares (responsable del guión) y del propio Jordi Frades (que nos han honrado ambos dos con sus comentarios y explicaciones en el perfil de Facebook de "Isabel, la serie"), que no han querido crear un producto "de acción trepidante" ni un remedo de "Al salir de clase" cargándose la esencia de un extraordinario relato del que poseemos una documentación más que abundante y que, por cierto, se encuentra disponible en la propia web de RTVE:

http://lab.rtve.es/isabel/mapa/index.php 

En definitiva: una buena serie, excelente en comparación con otras de amargo recuerdo, y una esperanza bastante recomendable a la vista del pozo de argumentos sin sentido al que en los últimos tiempos había caído la ficción histórica española. Eso sí: esperemos que no se tuerza en los próximos capítulos.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Comienzo de curso: ¡ME GUSTA!


Bueno, pues ya está el verano dando "las boqueás"...


Han sido un par de meses bastante movidos y he tenido el blog en "stand by" en el entretanto porque había demasiado trabajo que hacer y demasiado poco tiempo para escribir en él... Pero le debo al menos una entrada recopilatoria, que no ha sido poco lo vivido ni magros los acontecimientos bajo un sol de justicia y un calor abochornante...

Atrás queda Anento, Querol y las solemnes Exequias de Eximén de Foces, que ya han sido comentadas e ilustradas en Facebook por derecho y por revés. Eventos de Feudorum Domini que ya camina por sí solo, aún "with a little help from our friends", naturalmente, y que demuestra de lo que es capaz cuando se tiene claro lo que se quiere, aunque siempre con un trabajo ingente detrás que no habría sido posible sin haber contado con la ayuda de todos los que nos aprecian.

Un verano intenso, sí. Se quedan atrás experiencias (unas mejores, otras no tanto), lecturas y viajes (a Cataluña, a Soria, al Pirineo), a la espera de repetirse y sumarse a otros nuevos. Y esfuerzos por recuperar poco a poco una salud que no está tan quebrantada como hace un año, pero a la que aún le queda un largo trecho para ser óptima. De momento, ya estoy en listas de espera. Ya se verá...

Y ahora, nuevas perspectivas: por delante, un nuevo curso académico en un nuevo instituto a 50 km. de mi casa (¡y gracias que no son más!), con todos los recortes habidos y por haber pero con exactamente la misma ilusión que me embarga todos los septiembres desde hace doce años ya. Profesor titular con destino definitivo en el IES "Reyes Católicos" de Ejea de los Caballeros, dispuesto a desembarcar en él todo el potencial didáctico que pueda desplegar (que es mucho) y a aprender de mis alumnos y compañeros cuanto pueda y me transmitan. De nuevo me corresponde una tutoría y este año, además, la docencia a grupos de Bachillerato, que ya empezaba a echarla de menos después de cuatro cursos consecutivos de trabajar exclusivamente con los chavales de la Secundaria Obligatoria. No es que me queje, es simplemente que me apetecía cambiar un poco de registro...


Ejea es una localidad hermosa. Voy a tener mucho tiempo para irla descubriendo, ya que apenas la conozco, pero hasta el nombre del instituto parece premonitorio: "Reyes Católicos". Historia. Edad Media. Como diría el meme de "Cuantocabrón": "ME GUSTA".


sábado, 7 de julio de 2012

Menudas historias de la Historia...


He aquí una lectura interesante y suavecita para el verano...

Hace ya unas cuántas décadas el catedrático y conferenciante Carlos Fisas publicó en cinco series (volúmenes) su colección de Historias de la Historia, un conjunto amenísimo de anecdotarios, curiosidades, epigramas, noticias y chascarrillos interesantes sobre las entretelas de la Historia, esos lugares donde no descienden a escudriñar los historiadores y que muchas veces son mil veces más apasionantes que la narración y el análisis de los grandes hechos del pasado. Recientemente ha vuelto a publicarse una edición refrita de los cinco libros con el mismo título, que recomiendo vivamente a mis lectores.

En la misma línea, y muuucho tiempo antes, el gran periodista italiano Indro Montanelli (fallecido recientemente) sacó a la luz también tres obritas maravillosas en las que desvelaba con un lenguaje lleno de cachondeo pero a la vez terriblemente riguroso y serio la Historia de los Griegos, la Historia de Roma y la Historia de la Edad Media (esta última en colaboración con su discípulo R. Gervaso), tres estudios de una lectura tan sencilla como reveladora e interesante sobre los entresijos de la sociedad y la política de las grandes civilizaciones clásicas y de los comienzos de la Alta Edad Media italiana. He leído los tres y los recomiendo también con mayor fruición si cabe que los anteriormente señalados.

La última en sumarse a esta dinámica es la periodista Nieves Concostrina, que ha publicado varias obras entre las que destacan sus Menudas historias de la Historia y su segunda edición: "Se armó la de San Quintín" y otras menudas historias de la Historia. Son libros que se encuentran en la línea de los anteriores, si bien en este caso el lenguaje que utiliza me gusta un poco menos porque a fuerza de mostrarse cercano y asequible llega a caer en lo excesivamente vulgar, lo que no le resta -en cualquier caso- un ápice de interés a ninguno de los dos libros. Más de trescientas pequeñas historias, en esta segunda edición, nos ilustran sobre el partido de fútbol que irritó a Hitler (tanto que prohibió a la selección nacional alemana volver a jugar en el extranjero), sobre la madre que parió a los Cien Mil Hijos de San Luis, sobre el supuesto voto de celibato de los sacerdotes o sobre qué transportaba realmente el transatlántico "Lusitania" cuando fue hundido por los alemanes en la Primera Guerra Mundial.

Como licenciado en Historia y como docente, siempre he sido un firme partidario de este tipo de lecturas porque son ellas, precisamente, las que despiertan el interés del público para luego acercarse a obras de mayor calibre y profundidad. En el aula, nada mejor que hablarles a los alumnos de cómo se inventó la "vacuna" para que comprendan lo que fue la Revolución Industrial también en el campo de la Medicina o de dónde surgen expresiones que continuamos utilizando hoy como "¡Vete a la porra!"... sin saber muy bien el porqué . Es muy cierto que nunca puede uno fiarse de la veracidad de estas anécdotas, pero sea como fuere, son un acicate para curiosear bajo las faldas de la Gran Historia y comprender un poco mejor lo que fuimos... y lo que somos los seres humanos.

Así que ya sabéis... No tenéis excusa para no leer un poco este verano, en la playa, en casa, en una terraza tomando un café con hielo o donde os plazca... ;)


miércoles, 27 de junio de 2012

TEMPUS FUGIT


TEMPUS FUGIT (“El tiempo huye”)
(Texto ganador del "Concurso de relatos cortos V Jornadas Medievales - 2012" de Anento)


-  ¡Va, todos a una! ¡¡Aaaaaaaarrriba!!

Los tres muchachos alzaron el poste del pabellón hasta ponerlo vertical. Era el último que quedaba por montar. Carlos apremió:

-  ¡Venga, chicos, que es el último! ¡Éste vamos a vestirlo bien, que será el de exposición…!

El campamento tenía un aspecto estupendo. Más de diez tiendas conformaban un verdadero “castrum” medieval con su toldo en el centro, cobijando las mesas y bancales que habrían de servir para guarecerse de la lluvia (las previsiones meteorológicas eran inquietantes, aunque en ese momento lucía un sol espléndido) durante las comidas y actividades al aire libre propuestas en el programa del evento. Las “V Jornadas Medievales de Anento” prometían ser ese año las mejores que hasta la fecha se habían celebrado en la bella localidad zaragozana. No iba a faltar detalle, se habían cuidado hasta los aspectos en apariencia más nimios: la vajilla, la cubertería, los materiales de escritura, los talleres de cosido de cuero, y hasta de trabajo de forja y reparación de cotas de malla respondían en todos los aspectos a los que debían realizarse en un campamento medieval de mediados del siglo XIV. Los recreacionistas, impecablemente vestidos con sus trajes de faena, habían puesto toda la carne en el asador en un órdago a la grande. Y eran plenamente conscientes de ello.

El último pabellón estaba por fín alzado y listo. Carlos, Luis, Mariano y Chorche cubrieron el suelo con pieles de cabra y colocaron en el interior la cama de listones de madera (sin un solo tornillo u otro material anacrónico) y colchón de plumas cubierto con mantas de piel de oso, los anaqueles con sus lámparas, vajillas y libros, la mesa con su candelabro de tres brazos y la pequeña reproducción de la “Majestat Batlló” a modo de altar portátil, la silla de tijera con su piel de oveja, los colgadores con el gambesón y otras prendas caballerescas y el baúl con el resto del ajuar de un noble aragonés de la época. En la cabecera de la cama descansaba la espada del caballero con su vaina y correajes. La tienda de don Atho de Foces no tenía nada que envidiar a la que seis siglos antes hubo de disfrutar el ricohombre de natura del reino de Aragón para quien estaba destinada.

La tarde había sido dura. Tras la cena la sobremesa no se alargó mucho pues todos los participantes en el evento estaban reventados de cansancio y, poco a poco, fuéronse retirando a sus lugares de pernocta. Alberto fue de los primeros en despedirse. Los ojos se le cerraban de puro sueño y se dirigió hacia el albergue y coger la cama con todo el gusto del mundo. Vestido con el camisón, la saya, el tabardo, la crespina, el cinto y la capa, rebuscó en su bolso las llaves del coche para recoger en él su equipaje, abrió la portezuela y se sentó en el asiento del conductor. Antes de abrir el maletero, le invadió una profunda sensación de cansancio e inclinó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Pensó en el trabajo que les esperaba a todos en los dos próximos días y se quedó irremediablemente dormido…

Le despertó el canto de un gallo, muy cerca de su cabeza. El día era brumoso, la niebla apenas permitía atisbar unos metros por delante del parabrisas… “Un momento” -pensó Alberto en ese atontamiento del despertar- “¿Me he quedado dormido toda la noche? ¡La madre que me parió, si tenemos que preparar el desfile antes de las diez!”… Pero justo entonces, al mirar bien, descubrió que no estaba sentado en el cómodo asiento del automóvil, sino en un poyo de piedra, con la cabeza reclinada en un murete y los huesos doloridos por la frialdad y la dureza de su incómodo lecho. Se puso en pie, súbitamente, y alzó la vista hacia la villa. El aspecto que ofrecía Anento, entre la bruma, era completamente distinto. La plaza con su pintoresco árbol-fuente, el parque donde se levantaban los pabellones, la casa de Cultura y su bar... todo había desaparecido. Ante él se alzaba una muralla maltrecha sobre la cual se asomaba un campanario que, justo en ese momento, comenzó a voltear sus campanas anunciando la hora de apertura de las puertas…

Alberto estaba absolutamente confuso. “A ver… recapitulemos… yo me he quedado dormido en el coche… ¿Dónde está todo el mundo, qué hora es, qué diablos está pasando?” Rebuscó en el bolso de tela que colgaba a su costado y no pudo hallar más que una docena de florines de oro y plata con la efigie de San Juan Bautista. Ni las llaves del coche, ni el móvil, ni los pocos euros que llevaba en previsión de posibles gastos. Nada…

Buscando una respuesta a las miles de preguntas que se agolpaban en su cabeza, Alberto dirigió sus pasos hacia la cuesta que parecía conducir a las murallas de adobe de la villa que se alzaba en la cúspide de la colina. Poco a poco la bruma fue dejando paso a un tímido sol veraniego que iluminaba los muros de piedra y argamasa. Cansado por la caminata, Alberto llegó a un portillo que acababa de abrirse y fue detenido por un par de guaytas armados con lanza y espada que le dijeron algo, sonrientes, en una lengua que parecía una mezcla de aragonés antiguo y latín y que no pudo comprender del todo (¿Qui soz vos, senyer? ¿Cosa querez, tan tempranero? ¿Alcaso dentrar ta la villa a ista ora del maitín?)[1], aunque le sonaba a prohibición del paso y petición de cuentas con cierta sorna. Mas como todo el mundo tiene un precio en esta vida Alberto echó mano a su bolso, sacó dos monedas de plata y se las dio al guayta en silencio y con ademán soberbio mientras acariciaba la empuñadura de la daga que colgaba de su cinto. El soldado no hizo más preguntas. Guardó las monedas en su faltriquera, agachó la cabeza en un saludo, se apartó respetuosamente a un lado y le dejó el paso franco… Sudando de puros nervios tras ese primer “examen” de su propio personaje histórico, el “caballero” penetró en la ciudad por la puerta sur dejando a los guaytas comentando lo extraño de que un noble señor no fuese a caballo y acompañado de sus criados y guardias de escolta…

La villa comenzaba a bullir de actividad a esa temprana hora, pero se notaba un ambiente de temor en las calles. Anento era apenas un villorrio que parecía esperar una catástrofe cercana y Alberto encaminó sus pasos hacia el interior cayendo poco a poco en la cuenta de que, por razones que la lógica era incapaz de explicar, tenía la inmensa fortuna (o desgracia) de encontrarse en la villa de Anento en… ¿en qué fecha? Comprobó que la torre de la iglesia de San Blas tenía un aspecto distinto, el pavimento -cubierto con paja seca en algunos tramos- era de tierra con huellas de herraduras, no había aceras y las casas estaban construidas en madera y adobe, de apenas un solo piso de altura y con las puertas y ventanas enmarcadas en madera tosca. Algunas mujeres barrían los portales y dejaban su faena bruscamente, inclinando la cabeza con asombro a su paso, como si les extrañase ver en las calles del villorrio a personaje tan aparente. Alberto tuvo que apartarse un par de veces para dejar espacio a unas mulas  que se dirigían al centro de la villa. 

De pronto, a sus pies, vislumbró algo entre el polvo y la paja. Se agachó y recogió del suelo un tosco colgante de madera con la imagen de la Virgen. Alguien, en su precipitación, debía haberlo perdido. Tenía que llevarse al menos un recuerdo de su sueño, si es que tal era lo que le estaba ocurriendo…

Fue al llegar a la plaza mayor, donde empezaban a juntarse mujeronas que acudían temerosas con bultos al hombro, comadres parloteantes, ancianos y niños de la mano de sus madres, cuando se dió cuenta de que apenas había hombres entre los presentes. Debían estar en el campo, o tal vez preparando la defensa del castillo. Sólo entonces pudo deducir que se hallaba en unas fechas no alejadas de ese año de 1357 en que iba a producirse el ataque de las tropas castellanas a la villa de Anento, en el marco de la Guerra de los Dos Pedros. ¡Los Cielos le había concedido el privilegio de asistir a la auténtica defensa del castillo de Anento  que iba a recrear con sus compañeros! Alberto escuchó a una de las comadres recién llegadas comentar preocupada a una amiga: “Por yo rai, que una enrestida desta alzaria ye muito periglosa ta las chens de la villa, pero cualcosa me diz que uei non ye de costumbre. ¿Ya es llegau dende Daroca micer Martín Polo? Charra, chárrame más de ixe afer de camín enta casa mía…”[2].

Nadie parecía reparar en su aspecto, fuera de las expresiones de respeto que sus ropas causaban en los transeúntes. Pero precisamente su indefensión y la bolsa que colgaba de su costado habían despertado también la codicia de otros personajes no tan respetuosos con su aspecto de noble señor. Cuando Alberto entraba en una estrecha calle que se dirigía a la iglesia de San Blas, sintió un fuerte golpe en la cabeza propinado por un asaltante vestido con harapos que salió de una casucha tras él y le atacó por sorpresa. Antes de caer desmayado sintió cómo urgaban en su bolso y escuchó a uno de sus asaltantes gritar: “¡Por a Santa Cruz, buen brazato de florins levaba iste fozín! ¡Buena borina ta nuei, Somarro!”[3] 

Y Alberto se deslizó en la oscuridad…

Despertó dentro del coche, de nuevo. El sol era radiante y sintió que los huesos le dolían por la postura, mas no notaba ningún malestar en la cabeza. Alberto miró por el parabrisas y todo volvía a estar allí, ante sus ojos, como siempre. La carretera, la plaza, la fuente, el parque… Salió del automóvil sin saber aún si todo había sido un sueño o un viaje en el tiempo. Llegó al campamento, donde todos empezaban ya a prepararse para el desfile hasta la iglesia. Carlos le dijo: ¿Dónde te habías metido? ¡Faltan diez minutos, venga cámbiate! Alberto entró en la tienda de intendencia donde tenía sus ropas. Cuando salió, vestido con el gambesón, almófar, cota de malla, yelmo y espada, no pudo evitar decir entre dientes: “Ni idea, colegas… ¡No tenéis ni idea!”

Desde su pecho, una humilde Virgen de madera miraba también los preparativos de la comitiva.

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[1] “¿Quién sois, señor? ¿Qué queréis, tan madrugador? ¿Acaso entrar a la villa a esta hora de la mañana?”
[2]“Por el rey, que un ataque de esta importancia es muy peligroso para las gentes de la villa, pero algo me dice que esta vez no es uno más. ¿Ha llegado desde Daroca don Martín Polo? Habla, cuéntame más de este asunto de camino a mi casa”
[3] “¡Por la Santa Cruz, buen puñado de florines llevaba este cerdo! ¡Buena juerga esta noche, Somarro!”


martes, 26 de junio de 2012

Fin de curso... "Adiós con el corazón"



Nunca me ha gustado despedirme. Sobre todo cuando lo hago de un lugar y de unas personas que han sido realmente importantes para mí. Pero a veces no queda más remedio y tal vez sea este el momento de hacerlo...

Durante 4 años he impartido clases en el IES "Gallicum" de Zuera y puedo decir sin mentir que han sido de los mejores de toda mi carrera profesional hasta ahora. Una carrera que, al lado de la de algunos de mis compañeros, no es nada pero que abarca ya quince años de docencia, que tampoco son moco de pavo. Desde el punto de vista práctico, han sido los mejores porque levantarte de la cama cada mañana y entrar en clase (a 500 metros de mi casa) es un verdadero regalo. Pero desde el punto de vista humano también han supuesto conocer a un equipo de trabajo realmente bueno, sentirme querido por mis alumnos, apoyado por mis compañeros (los cuales, lo sé de buena tinta, el primer año me miraron como a un bicho raro porque hice esfuerzos palpables por conseguirlo, aunque no con ese fin) y perfectamente integrado en la comunidad educativa zufariense.

Sé que el hecho de vestirme en el aula de monje medieval, de caballero o de moro, saltarme a veces a la torera los programas didácticos para enfocar la clase desde un punto de vista distinto, pasearme por los pasillos con un mandoble o un fusil al hombro y hacer cosas como darles a mis alumnos las preguntas del examen antes de hacerlo son detalles que han llamado la atención y han sido objeto de críticas y de polémicas, pero también es cierto que todo ello ha tenido su justificación pedagógica y ha contribuido a que una clase con Enrique fuese esperada con ilusión y a que los resultados académicos ratificasen esa justificación. Siempre he dicho que para que los alumnos disfruten en una asignatura lo primero e imprescindible es que el profesor disfrute tanto como ellos. Y creo sinceramente que lo he conseguido.

Las vueltas de la vida profesional me llevan ahora a otras tierras, a otros alumnos y a otros compañeros. Al acabar el verano me incorporaré a mi destino definitivo en el IES "Reyes Católicos" de Ejea de los Caballeros, donde seguramente ya se habrán oído rumores de que una especie de pirado soñador va a dar que hablar durante los próximos años en sus aulas con sus métodos peculiares de enseñanza. Pero es algo que hace muchos años que tengo asumido, así que lo que siento ahora mismo es una mezcla de tristeza por lo que dejo atrás y de ilusión por lo que me espera delante. Porque también lo he dicho muchas veces: soy como Mary Poppins... Voy donde creo que hago falta...

Este lunes, 25 de junio, hicimos una emotiva comida de despedida con los compañeros de trabajo del departamento. Fue estupenda, aunque eché de menos a Concha Martínez, que no pudo asistir, pero a pesar de todo lo pasamos estupendamente. Y me hicieron un regalico, unas cajas de modelismo de guerreros medievales (se ve que me conocen ya bastante) que procuraré pintar para tener siempre un recuerdo tangible suyo. Pero lo más importante para mí fue compartir esos momentos con Lola, mi "Jefa", para quien somos "sus niños" (una feliz expresión suya que siempre me ha encantado), con Antonio (un perfecto caballero, exquisitamente educado, que no desentonaría en absoluto con un traje negro y gola al estilo de don Juan de Lanuza V), con Carmen (una excelente compañera llena de sentido común), con Alberto (el cachondo del grupo, que siempre tiene una sonrisa que poner allá donde vaya) y con mi querido y admirado Julio, que no se pierde una así lo aten de pies y manos y sin cuya presencia (y la de tantos otros) nunca podría estar al completo el departamento de Geografía e Historia del "Gallicum"... Os voy a echar mucho de menos.

Gracias a todos los que han entendido que la Enseñanza puede ser una aventura apasionante si sabes encontrar cada día una manera de convertirla en un reto. Gracias a mis alumnos, a todos ellos, los buenos y los malos, porque he aprendido de ellos más de lo que creen (entre otras cosas, a sentir cariño por ellos y a tener paciencia para comprender que son adolescentes en busca de sí mismos, que es la más dura de las tareas que tienen que afrontar). Y gracias a mis compañeros, a todos ellos, porque también he aprendido que ser docente es una vocación por encima de todo.

En fin... Cuando me preguntan si estoy casado y si tengo hijos siempre respondo lo mismo: no estoy casado, pero tengo ciento y pico hijos. Cada año diferentes... Y encantado de la vida. Así que ahora voy a conocer a los de Ejea de los Caballeros, que no saben aún lo que les espera... He estado esta misma mañana. Y promete.

No me gustan las despedidas. Por eso no digo nunca "Adiós" sino "Hasta siempre"...

Un abrazo muy fuerte a todos. Y buena suerte.

Enrique Villuendas
Profesor de Enseñanza Secundaria

sábado, 26 de mayo de 2012

El cronista Enrique de Çaragoça (3): nuevos descubrimientos

Abro esta tercera entrada sobre el anciano cronista medieval Enrique de Çaragoça para comentar a sus ávidos lectores dos noticias que sin duda agradecerán en grado sumo. Ya en su momento dediqué más de una entrada acerca del manuscrito de este interesantísimo personaje:

http://abriendocaminos-enrique.blogspot.com.es/2011/08/el-cronista-enrique-de-caragoca-2.html 

Su obra acababa con la llamada Crónica de Argüeso, en la cual eran evidentes las innumerables tachaduras y correcciones que se había visto obligado a hacer por causas que todavía desconocemos y que ojalá algún día se esclarezcan. Sin embargo algunos indicios encontrados en los últimos párrafos de esta crónica (como la ya comentada sentencia lapidaria "Stat amicitia pristina nomine, nomina nuda tenemus"), así como en ciertas glosas halladas al margen del códice "De Execchiae excelsis domini Eximinus de Focibus", que narra el extraordinario ceremonial de las exequias de Eximén de Foces en 1262 por un autor desconocido pero muy relacionado con Enrique de Çaragoça a tenor de su estilo narrativo me pusieron sobre la pista de un nuevo manuscrito cuyo paradero podría situarse originariamente en los alrededores de Huesca en la primera mitad del siglo XIV para siglos después pasar a Madrid en torno a 1650 e incluso a Italia, pues al parecer fue vendido a una familia -los Villagra- con fuertes vinculaciones con el reino de Nápoles y, sobre todo, Sicilia.

Para no cansaros con más detalles, resumamos diciendo que finalmente logré tener en mis manos este segundo manuscrito de Enrique de Çaragoça, titulado "Feodorum Domini Nova Chronica" compuesto por otras doscientas treinta páginas de vitela encuadernada en cuero con el mismo tipo de repujado que el manuscrito anterior pero esta vez con algunas imágenes y una factura y caligrafía mucho más cuidada y que recoge un número aún no determinado de crónicas sobre eventos a los que concurrieron unos tales Feudorum Domini a cuyo servicio entró nuestro cronista tras lo que él llama "la trayción cántabra" y que estoy transcribiendo poco a poco conforme las voy descifrando. Por el momento se han transcrito ya las crónicas de Daroca, de la Obanada, de la Marató y de la Vall-llobera, estando pendiente la continuación de la Crónica de Monçón en la que ahora estoy trabajando. El manuscrito, desde luego, promete muchas sorpresas y de hecho ya me voy encontrando con alguna. Por ejemplo, en esta última crónica de Monzón acabo de transcribir unos párrafos en los que Enrique de Çaragoça manifiesta una vivencia íntima -cosa muy extraña en este personaje, por lo común reservado para sus pensamientos más personales- ocurrida en la villa montisonense y que resulta reveladora sobre su modo de pensar y de sentir:

Mas antes de llegar al amanecer desta segunda jornada he de contaros, mis amados lectores, en honor a la Verdad que se derrama siempre generosa en estos pergaminos, la seráfica visión que vuestro escribano tuvo la dicha e privilegio de contemplar antes de que el Dios de los Sueños extendiese sus alas sobre los cansados mesnaderos que en el pabellón montisonense pernoctaban...

Volvía el monje de los aliviaderos, cansado e somnoliento por los trabaxos de la tarde anterior, cuando una luz que de los Cielos descendía iluminó una presencia que en el lugar se hallaba et que non era otra que la de una mujer cuyo nombre jamás escribiré porque mi condición de noble caballero me lo impide et que, con naturalísima sencillez et sin punto alguno de lujuria, desnudaba su cuerpo de sayas e camisas antes de envolverlo en otras prendas más apropiadas para la noche. Quedó el escribano petrificado e absorto ante esa bellísima imagen, et non piensen vuesas senyorías en zafias lubricidades de viejo verde antes de acabar la lectura destos íntimos pensamientos, pues he de deciros que contemplé el maravilloso espectáculo que aquella cálida piel morena, desnuda como mi alma, ofrecía a mis sentidos con el embeleso y la sana mirada con la que un espíritu sensible se extasiaría ante la hermosa visión de una Afrodita de largos cabellos saliendo de las aguas iluminada por el suave resplandor de un rayo de luna. Fueron apenas unos pocos segundos de mágica y silenciosa contemplación antes de que la penumbra tragase de nuevo aquella belleza sublime que despertó en mi viejo corazón el recuerdo de otros días lejanos, cuando el ardor de la juventud aún latía en mis sienes y mis brazos estrechaban un cuerpo de mujer ofrecido en sacrificio sobre el altar de Venus...

Acostéme en mi camastro y me cubrí con las mantas abrazado a ese recuerdo, arropándolo en mi memoria, y fue sin duda esa imagen, junto a la facilidad con que mis muchos achaques alejan de mí la comodidad para dormir lejos de mi lecho solitario en el castillo de Zufaria, la que me impidió durante largas horas cerrar los ojos, ante los cuales veía aparecer cada instante que intentaba cerrallos la visión de aquella Afrodita rediviva, muchas veces emborronada por alguna lágrima caprichosa y aventurera que dellos se obstinaba en escapar para mi sorpresa y vergüenza, humedeciéndome las mejillas como el rocío las hojas de un roble al amanecer...

Interesantes reflexiones las de nuestro viejo amigo Enrique  cuyas palabras continuaré publicando conforme vaya descifrándolas, para deleite de sus muchos y fieles lectores. Además -y ésta es la segunda buena noticia- en breve tiempo será publicada en versión e-book la transcripción completa del primer manuscrito, ya que han sido multitud de amigos y compañeros de la Recreación quienes me han pedido que lo haga...

Nos vemos, pues, muy pronto con el anciano cronista.




domingo, 6 de mayo de 2012

El buen camino...


Dicen que la virtud de los valientes no consiste en caer, sino en levantarse de nuevo siempre. Me temo que me va a tocar ser valiente de ahora en adelante...

Dije hace ya unos meses que ya era hora de tomarme las cosas en serio. Desde entonces estoy en manos de los médicos, en el buen camino, dejándome hacer y siguiendo sus instrucciones en todo lo que me es posible. He pasado ya una temporada en el hospital y me va a tocar ingresar otra vez. Pero no tengo miedo. Sé que estoy en buenas manos, que estoy haciendo lo correcto y que por encima de molestias, de pruebas médicas y de preocupaciones cada paso supone un adelanto más. Ya no es sólo mi salud. Es el deseo, el ánimo y el apoyo de todos los que me rodean... Y no puedo defraudarlos. Ni a ellos, ni a mí...

Así que... ¡a por ello!