jueves, 8 de septiembre de 2011

LAS TRECE ROSAS

Ufff...

Acabo de ver nuevamente esta película dirigida por Emilio Martínez Lázaro en el año 2007 y me gustaría dejar aquí unas reflexiones sobre ella. No sé si conocéis el argumento: está basada en el libro "Trece Rosas Rojas" de Carlos Fonseca y narra la historia de trece jóvenes (nueve de ellas menores de edad) que fueron detenidas nada más acabar la guerra civil por pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas y dedicarse a realizar pequeñas acciones subversivas (lanzar panfletos, básicamente), pero que fueron condenadas a muerte y fusiladas el 5 de agosto de 1939 en las tapias del cementerio del Norte de Madrid como represalia por el asesinato de un guardia civil unos días antes de dictarse su condena... Las Trece Rosas (como se las llamó más tarde) forman parte del imaginario colectivo de la izquierda española del mismo modo que los fusilados de Paracuellos del Jarama lo fueron de la derecha franquista...

La película es preciosa, naturalmente, cuenta los hechos de forma dramática aunque con ciertos toques de humor y resulta de una emotividad apabullante, mostrando una vez más el horror de la pena de muerte a través del excelente trabajo de (casi todas) las actrices protagonistas, que te hacen creer sus personajes de forma vívida y muy sentimental. Son trece chicas alegres, muy jóvenes, valientes, víctimas de una injusticia escandalosa y aterradas ante su trágico destino (no acierto a imaginar nada más aterrador que ser consciente de que que vas a morir fusilado en apenas unas horas). Además, dicho sea de paso, están todas bastante buenas y cada una a su manera son una hermosura de chicas. Las cosas como son.

Sin embargo, hay en ella unos cuantos detalles que me rechinan y que en algunos momentos me producen cierta sensación de hastío propagandístico. No voy a negar que el caso de las Trece Rosas fue una flagrante injusticia cometida sobre unas chicas que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Pero lo que me resulta de traca es la actitud que estas muchachas -o al menos algunas de ellas- muestran a lo largo de la película, en especial Julia Conesa Conesa, interpretada por Verónica Sánchez, la de "Los Serrano", que dicho sea de paso siempre me ha caído antipática y poco creíble como actriz.

Veamos... Para no ser yo el que me invento las cosas, voy a citar aquí a una persona tan poco sospechosa de filofranquismo como es el gran ilustrador Carlos Giménez, comunista convencido y conocido sobre todo por sus álbumes de la serie "Paracuellos" sobre los Hogares de Auxilio Social de Falange de la posguerra en los que pasó su infancia. En su álbum "36-39, malos tiempos" (que recomiendo vivamente y que narra las vivencias de una familia madrileña en los terribles días del asedio de la capital durante la guerra) uno de los personajes más carismáticos, la señora Lucía, la madre de dicha familia, le dice a su marido -Marcelino- estas palabras cuando éste le reprocha el haber mendigado comida a unos militares fascistas una vez acabada la guerra:


"Cuando estábamos en guerra, luchábamos para ganar, con moral de victoria. ¡Vencer o morir! Y podíamos decir ¡No me como el pan del enemigo aunque me muera de hambre...! Porque estábamos en la lucha, combatiendo con orgullo, con rabia, con dignidad... Pero ahora no estamos en guerra, no estamos luchando... ¡Nos han vencido! ¡NOS HAN APLASTADO! Esos militares no son el enemigo, Marcelino, entérate. ¡SON LOS AMOS! Contra el enemigo se lucha. Contra el amo, no. El pan del enemigo se destruye. El pan del amo se pide, se come y se dan las gracias... porque es el único pan que puedes esperar, el único que vas a tener. Hasta ayer pasábamos hambre por culpa del enemigo... Hoy, vamos a comer gracias a los amos."

Terribles, tremendas y crudísimas palabras las de Carlos Giménez, por muy de rojo que pintemos la moto y por muy deplorables que nos parezcan. A partir del famoso "La guerra ha terminado" del último parte oficial del 1 de abril de 1939 el franquismo dejó de ser el enemigo para convertirse en el amo, mal que le pese a todo el mundo. Y las Trece Rosas parece que no se quisieron enterar, o al menos eso dan a entender Julia Conesa y sus amigas en la película.

Y así, acabada la guerra y mientras se está preparando el desfile de la victoria, las Trece Rosas se dedican a organizar una clandestinidad que saben que no puede llevar a ninguna parte, reparten octavillas llamando a una resistencia que no ha sido posible con las armas en la mano y encima, una vez que ha sido detenida por andarse con gilipolleces en lugar de tener cuidado, la señorita Conesa se permite el lujo de mostrarse desafiante, orgullosa y chulita delante de la policía y ante las funcionarias de la cárcel de Ventas. Y eso es lo que yo no me creo ni por el forro...

Acabada la guerra y consciente de lo que los vencedores han hecho y están haciendo en pueblos y ciudades de toda España con los vencidos (fusilamientos, torturas, asesinatos, detenciones...) cualquier republicano estaría sencillamente cagao de miedo. Es tristísimo, pero es lo que toca. Y las Trece Rosas, imagino yo, estarían igual de cagadas. Su juventud las llevaría a intentar hacer algo por esa República ya fenecida, sí, pero una vez detenidas, torturadas incluso, y en la cárcel poco espacio habría para estupideces, para fiestas ni para actitudes desafiantes ante unos vencedores que tan poquita compasión habían demostrado sentir hacia los "rojos" durante toda la guerra y menos durante la posguerra, llegada la hora de la venganza, del ajuste de cuentas, máxime cuando un comandante de la Guardia Civil, su hija y su chófer acaban de ser asesinados a sangre fría. Lo contrario no es heroicidad ni valentía. Es simplemente estupidez.

Pues no... Julia Conesa declara ante la funcionaria de la cárcel de Ventas que no tiene religión alguna, se dedica a recoger ratones para soltarlos en misa como una gracieta, inventa una canción chusca sobre las terribles condiciones de vida y de hacinamiento en la prisión, las chicas se encaran con la directora porque no hay comida para alimentar a los niños y se niegan a cantar el "Cara al sol", Julia le vuelve orgullosamente la espalda al cura que la obliga a confesarse si quiere recibir papel y lápiz para despedirse de su familia, le pregunta indignada a una funcionaria de prisiones que si "tanta prisa tiene por matarnos", le escribe a su madre con orgullo pidiéndole "que mi nombre no se borre de la Historia" (¡la muy fantasma!), les grita a los soldados del pelotón que "¡vosotros no sois hombres, no tenéis alma, si la tuviérais no estaríais aquí!" (¡Como si pudieran elegirlo!) ... Y, claro, todo ello queda en la pantalla de un heroísmo que te cagas y puede ser visto hoy como una muestra de orgullo y de dignidad ante sus asesinos, sí. Pero hoy, es decir, sólo desde una perspectiva actual, a más de 70 años de distancia, amparados por el Estado de Derecho y sin comprender en absoluto ni la situación, ni la época, ni los condicionantes.

Yo me pongo en el lugar de la muchacha y me la imagino antes callada, asustada y pensando o preguntándose con tremenda angustia por su terrible destino que haciendo gracietas idiotas. Y, desde luego, soy cualquiera de los energúmenos con pistola que vigilaban la prisión, escucho a la nena soltar lindezas y desafíos uno tras otro en la situación en que se encuentra... y me apuesto el cuello a que Julia Conesa no llega a ser fusilada porque antes alguno de ellos le mete dos tiros en la cabeza, probablemente después de ponerla mirando a Cuenca y violarla con entusiasmo. Por chulita y por imbécil. Si la cosa no ocurrió así -afortunadamente para ella- fue por eso precisamente: porque tuvo una suerte tremenda y no se encontró con ningún falangista fanático que le dejase bien clara su situación ante los vencedores.

Así que eso. Las Trece Rosas fueron víctimas de una injusticia horrible. Les arrancaron la juventud por un deseo de venganza. Son dignas de todo respeto, de toda simpatía y de toda memoria. Pero en la película de Martínez Lázaro -que es preciosa y que recomiendo vivamente- uno no puede dejar de preguntarse cuánto tuvieron de heroínas... y cuánto de gilipollas.