viernes, 21 de septiembre de 2012

ISABEL (¿La esperanza?)



Bueno, pues al fin, después de seis meses y de haberla estrenado como película en las salas de cine, hemos podido ver los primeros capítulos de una nueva ficción histórica, salida esta vez de la factoría Diagonal TV para RTVE, dirigida por Jordi Frades e interpretada por Michelle Jenner (Isabel), Rodolfo Sancho (Fernando), Pablo Derqui (Enrique IV), Ginés Gª Millán (Juan Pacheco, marqués de Villena) y Sergio Peris-Mencheta (Gonzalo de Córdoba), entre otros. Mucho tiempo llevábamos esperando su estreno y, la verdad sea dicha: viendo el vestuario y las promos previas, los que nos preocupamos un poco por la Historia de España y su divulgación nos temíamos lo peor, sobre todo después de la ridícula farsa toledana con la que nos obsequió la productora Boomerang en Antena 3 (y que hizo revolverse los huesos de don Alfonso "el Sabio" en su tumba sevillana) o las divertidas -por lo ridículas- "Hispaña" o "Imperium", excelsas obras ambas de Bambú Producciones para la misma cadena.

Mas hete aquí que después de contemplar los dos primeros capítulos de "Isabel" me encuentro con agrado con una serie histórica que, dentro de las asumibles y más o menos abundantes licencias artísticas en lo que a la narración de los acontecimientos se refiere, muestra un respeto bastante aceptable hacia la Historia del ascenso al trono de Castilla de la infanta Isabel de Trastámara, las luchas internas por la sucesión, las intrigas palaciegas de sus protagonistas principales y, en general, la narración de unos hechos que desembocaron en la unión dinástica de Castilla y Aragón, la cual todavía no significó el nacimiento de España, como a menudo se ha repetido equivocadamente (faltarían aún por anexionar a sus territorios los reinos de Granada y Navarra), pero que constituyó el primer y capital paso para construirla.

Naturalmente, no es una serie perfecta: como de costumbre, en los apartados de vestuario (a cargo de la empresa Look Art, a través de Pepe Reyes y Natacha Fernández) y estilismo (Mar López) esta producción se "columpia" salvajemente con unos diseños de inspiración más fantasiosa que histórica (los trajes blanco nuclear de la Jenner -color de luto, por cierto, en la época- se aproximan más a la Tierra Media que a la meseta de Castilla) y unos peinados que dejan al descubierto vaporosas cabelleras al viento como si todas las damas cortesanas de palacio fuesen barraganas, inquilinas de prostíbulo o doncellas casaderas. Además, las consabidas tachuelas de sillón "capitoné" hasta en las braguetas, los pantalones de cuero al estilo "Hell's Angels" (¡hay que ver lo poco que les gusta vestir con calzas a estas gentes del espectáculo!), las alabardas de los Tercios de Flandes del siglo XVII, las espadas al cinto hasta en el retrete (réplicas, además, de las que se venden en las tiendas toledanas como "de Carlos I"), las tetas y culos más o menos gratuitos en las alcobas de palacio, las botas de motorista y los modelitos "King Théoden of Rohan" de William "My Darling" Miller (Beltrán de la Cueva) no nos permiten olvidarnos de que estamos ante una ficción televisiva y no ante un documental de Historia, que para eso ya está La 2, como decían de "Toledo" las cabezas pensantes acostumbradas a "Sálvame" y "¿Quién quiere casarse con mi hijo?"...

También merecen comentario aparte las interpretaciones de los diferentes actores del elenco. Junto a actuaciones soberbias como la de Clara Sanchís (como Isabel de Portugal, la pobre y desquiciada madre de Isabel), la de Ginés García Millán (ese intrigante marqués de Villena) o la de Pablo Derqui (bastante bien metido en su personaje del irresoluto monarca Enrique IV de Castilla), nos encontramos con una Michelle Jenner tal vez demasiado dulce (empalagosa, mejor) en su papel protagonista, un William Miller al que no puedo dejar de imaginarme -con esas melenazas- como el novio de Inés Alcántara, un Sergio Peris-Mencheta que recuerda demasiado al César Borgia de la película de Antonio Fernández o un Víctor Elías al que me cuesta desligar de su personaje de Los Serrano aunque interprete al infante don Alfonso de Castilla, hermano de Isabel... No es que sean malos actores, ¡Dios me libre!, es simplemente que cuesta reconocerlos fuera de los estereotipos a los que nos tenían acostumbrados. Es, de todos modos, una cuestión de gustos sobre los que, como es sabido, no hay nada escrito.

No obstante, a pesar de todo, es una serie que se ve con mucho agrado cuando se constata -leyéndose uno un par de cositas sobre el reinado de Isabel la Católica- el más que aceptable respeto hacia una narración y una documentación que no precisa de grandes adulteraciones para constituir un relato apasionante por sí mismo. Loable trabajo, pues el de Marcelo Pacheco (director artístico de la serie), el de Javier Olivares (responsable del guión) y del propio Jordi Frades (que nos han honrado ambos dos con sus comentarios y explicaciones en el perfil de Facebook de "Isabel, la serie"), que no han querido crear un producto "de acción trepidante" ni un remedo de "Al salir de clase" cargándose la esencia de un extraordinario relato del que poseemos una documentación más que abundante y que, por cierto, se encuentra disponible en la propia web de RTVE:

http://lab.rtve.es/isabel/mapa/index.php 

En definitiva: una buena serie, excelente en comparación con otras de amargo recuerdo, y una esperanza bastante recomendable a la vista del pozo de argumentos sin sentido al que en los últimos tiempos había caído la ficción histórica española. Eso sí: esperemos que no se tuerza en los próximos capítulos.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Comienzo de curso: ¡ME GUSTA!


Bueno, pues ya está el verano dando "las boqueás"...


Han sido un par de meses bastante movidos y he tenido el blog en "stand by" en el entretanto porque había demasiado trabajo que hacer y demasiado poco tiempo para escribir en él... Pero le debo al menos una entrada recopilatoria, que no ha sido poco lo vivido ni magros los acontecimientos bajo un sol de justicia y un calor abochornante...

Atrás queda Anento, Querol y las solemnes Exequias de Eximén de Foces, que ya han sido comentadas e ilustradas en Facebook por derecho y por revés. Eventos de Feudorum Domini que ya camina por sí solo, aún "with a little help from our friends", naturalmente, y que demuestra de lo que es capaz cuando se tiene claro lo que se quiere, aunque siempre con un trabajo ingente detrás que no habría sido posible sin haber contado con la ayuda de todos los que nos aprecian.

Un verano intenso, sí. Se quedan atrás experiencias (unas mejores, otras no tanto), lecturas y viajes (a Cataluña, a Soria, al Pirineo), a la espera de repetirse y sumarse a otros nuevos. Y esfuerzos por recuperar poco a poco una salud que no está tan quebrantada como hace un año, pero a la que aún le queda un largo trecho para ser óptima. De momento, ya estoy en listas de espera. Ya se verá...

Y ahora, nuevas perspectivas: por delante, un nuevo curso académico en un nuevo instituto a 50 km. de mi casa (¡y gracias que no son más!), con todos los recortes habidos y por haber pero con exactamente la misma ilusión que me embarga todos los septiembres desde hace doce años ya. Profesor titular con destino definitivo en el IES "Reyes Católicos" de Ejea de los Caballeros, dispuesto a desembarcar en él todo el potencial didáctico que pueda desplegar (que es mucho) y a aprender de mis alumnos y compañeros cuanto pueda y me transmitan. De nuevo me corresponde una tutoría y este año, además, la docencia a grupos de Bachillerato, que ya empezaba a echarla de menos después de cuatro cursos consecutivos de trabajar exclusivamente con los chavales de la Secundaria Obligatoria. No es que me queje, es simplemente que me apetecía cambiar un poco de registro...


Ejea es una localidad hermosa. Voy a tener mucho tiempo para irla descubriendo, ya que apenas la conozco, pero hasta el nombre del instituto parece premonitorio: "Reyes Católicos". Historia. Edad Media. Como diría el meme de "Cuantocabrón": "ME GUSTA".


sábado, 7 de julio de 2012

Menudas historias de la Historia...


He aquí una lectura interesante y suavecita para el verano...

Hace ya unas cuántas décadas el catedrático y conferenciante Carlos Fisas publicó en cinco series (volúmenes) su colección de Historias de la Historia, un conjunto amenísimo de anecdotarios, curiosidades, epigramas, noticias y chascarrillos interesantes sobre las entretelas de la Historia, esos lugares donde no descienden a escudriñar los historiadores y que muchas veces son mil veces más apasionantes que la narración y el análisis de los grandes hechos del pasado. Recientemente ha vuelto a publicarse una edición refrita de los cinco libros con el mismo título, que recomiendo vivamente a mis lectores.

En la misma línea, y muuucho tiempo antes, el gran periodista italiano Indro Montanelli (fallecido recientemente) sacó a la luz también tres obritas maravillosas en las que desvelaba con un lenguaje lleno de cachondeo pero a la vez terriblemente riguroso y serio la Historia de los Griegos, la Historia de Roma y la Historia de la Edad Media (esta última en colaboración con su discípulo R. Gervaso), tres estudios de una lectura tan sencilla como reveladora e interesante sobre los entresijos de la sociedad y la política de las grandes civilizaciones clásicas y de los comienzos de la Alta Edad Media italiana. He leído los tres y los recomiendo también con mayor fruición si cabe que los anteriormente señalados.

La última en sumarse a esta dinámica es la periodista Nieves Concostrina, que ha publicado varias obras entre las que destacan sus Menudas historias de la Historia y su segunda edición: "Se armó la de San Quintín" y otras menudas historias de la Historia. Son libros que se encuentran en la línea de los anteriores, si bien en este caso el lenguaje que utiliza me gusta un poco menos porque a fuerza de mostrarse cercano y asequible llega a caer en lo excesivamente vulgar, lo que no le resta -en cualquier caso- un ápice de interés a ninguno de los dos libros. Más de trescientas pequeñas historias, en esta segunda edición, nos ilustran sobre el partido de fútbol que irritó a Hitler (tanto que prohibió a la selección nacional alemana volver a jugar en el extranjero), sobre la madre que parió a los Cien Mil Hijos de San Luis, sobre el supuesto voto de celibato de los sacerdotes o sobre qué transportaba realmente el transatlántico "Lusitania" cuando fue hundido por los alemanes en la Primera Guerra Mundial.

Como licenciado en Historia y como docente, siempre he sido un firme partidario de este tipo de lecturas porque son ellas, precisamente, las que despiertan el interés del público para luego acercarse a obras de mayor calibre y profundidad. En el aula, nada mejor que hablarles a los alumnos de cómo se inventó la "vacuna" para que comprendan lo que fue la Revolución Industrial también en el campo de la Medicina o de dónde surgen expresiones que continuamos utilizando hoy como "¡Vete a la porra!"... sin saber muy bien el porqué . Es muy cierto que nunca puede uno fiarse de la veracidad de estas anécdotas, pero sea como fuere, son un acicate para curiosear bajo las faldas de la Gran Historia y comprender un poco mejor lo que fuimos... y lo que somos los seres humanos.

Así que ya sabéis... No tenéis excusa para no leer un poco este verano, en la playa, en casa, en una terraza tomando un café con hielo o donde os plazca... ;)


miércoles, 27 de junio de 2012

TEMPUS FUGIT


TEMPUS FUGIT (“El tiempo huye”)
(Texto ganador del "Concurso de relatos cortos V Jornadas Medievales - 2012" de Anento)


-  ¡Va, todos a una! ¡¡Aaaaaaaarrriba!!

Los tres muchachos alzaron el poste del pabellón hasta ponerlo vertical. Era el último que quedaba por montar. Carlos apremió:

-  ¡Venga, chicos, que es el último! ¡Éste vamos a vestirlo bien, que será el de exposición…!

El campamento tenía un aspecto estupendo. Más de diez tiendas conformaban un verdadero “castrum” medieval con su toldo en el centro, cobijando las mesas y bancales que habrían de servir para guarecerse de la lluvia (las previsiones meteorológicas eran inquietantes, aunque en ese momento lucía un sol espléndido) durante las comidas y actividades al aire libre propuestas en el programa del evento. Las “V Jornadas Medievales de Anento” prometían ser ese año las mejores que hasta la fecha se habían celebrado en la bella localidad zaragozana. No iba a faltar detalle, se habían cuidado hasta los aspectos en apariencia más nimios: la vajilla, la cubertería, los materiales de escritura, los talleres de cosido de cuero, y hasta de trabajo de forja y reparación de cotas de malla respondían en todos los aspectos a los que debían realizarse en un campamento medieval de mediados del siglo XIV. Los recreacionistas, impecablemente vestidos con sus trajes de faena, habían puesto toda la carne en el asador en un órdago a la grande. Y eran plenamente conscientes de ello.

El último pabellón estaba por fín alzado y listo. Carlos, Luis, Mariano y Chorche cubrieron el suelo con pieles de cabra y colocaron en el interior la cama de listones de madera (sin un solo tornillo u otro material anacrónico) y colchón de plumas cubierto con mantas de piel de oso, los anaqueles con sus lámparas, vajillas y libros, la mesa con su candelabro de tres brazos y la pequeña reproducción de la “Majestat Batlló” a modo de altar portátil, la silla de tijera con su piel de oveja, los colgadores con el gambesón y otras prendas caballerescas y el baúl con el resto del ajuar de un noble aragonés de la época. En la cabecera de la cama descansaba la espada del caballero con su vaina y correajes. La tienda de don Atho de Foces no tenía nada que envidiar a la que seis siglos antes hubo de disfrutar el ricohombre de natura del reino de Aragón para quien estaba destinada.

La tarde había sido dura. Tras la cena la sobremesa no se alargó mucho pues todos los participantes en el evento estaban reventados de cansancio y, poco a poco, fuéronse retirando a sus lugares de pernocta. Alberto fue de los primeros en despedirse. Los ojos se le cerraban de puro sueño y se dirigió hacia el albergue y coger la cama con todo el gusto del mundo. Vestido con el camisón, la saya, el tabardo, la crespina, el cinto y la capa, rebuscó en su bolso las llaves del coche para recoger en él su equipaje, abrió la portezuela y se sentó en el asiento del conductor. Antes de abrir el maletero, le invadió una profunda sensación de cansancio e inclinó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Pensó en el trabajo que les esperaba a todos en los dos próximos días y se quedó irremediablemente dormido…

Le despertó el canto de un gallo, muy cerca de su cabeza. El día era brumoso, la niebla apenas permitía atisbar unos metros por delante del parabrisas… “Un momento” -pensó Alberto en ese atontamiento del despertar- “¿Me he quedado dormido toda la noche? ¡La madre que me parió, si tenemos que preparar el desfile antes de las diez!”… Pero justo entonces, al mirar bien, descubrió que no estaba sentado en el cómodo asiento del automóvil, sino en un poyo de piedra, con la cabeza reclinada en un murete y los huesos doloridos por la frialdad y la dureza de su incómodo lecho. Se puso en pie, súbitamente, y alzó la vista hacia la villa. El aspecto que ofrecía Anento, entre la bruma, era completamente distinto. La plaza con su pintoresco árbol-fuente, el parque donde se levantaban los pabellones, la casa de Cultura y su bar... todo había desaparecido. Ante él se alzaba una muralla maltrecha sobre la cual se asomaba un campanario que, justo en ese momento, comenzó a voltear sus campanas anunciando la hora de apertura de las puertas…

Alberto estaba absolutamente confuso. “A ver… recapitulemos… yo me he quedado dormido en el coche… ¿Dónde está todo el mundo, qué hora es, qué diablos está pasando?” Rebuscó en el bolso de tela que colgaba a su costado y no pudo hallar más que una docena de florines de oro y plata con la efigie de San Juan Bautista. Ni las llaves del coche, ni el móvil, ni los pocos euros que llevaba en previsión de posibles gastos. Nada…

Buscando una respuesta a las miles de preguntas que se agolpaban en su cabeza, Alberto dirigió sus pasos hacia la cuesta que parecía conducir a las murallas de adobe de la villa que se alzaba en la cúspide de la colina. Poco a poco la bruma fue dejando paso a un tímido sol veraniego que iluminaba los muros de piedra y argamasa. Cansado por la caminata, Alberto llegó a un portillo que acababa de abrirse y fue detenido por un par de guaytas armados con lanza y espada que le dijeron algo, sonrientes, en una lengua que parecía una mezcla de aragonés antiguo y latín y que no pudo comprender del todo (¿Qui soz vos, senyer? ¿Cosa querez, tan tempranero? ¿Alcaso dentrar ta la villa a ista ora del maitín?)[1], aunque le sonaba a prohibición del paso y petición de cuentas con cierta sorna. Mas como todo el mundo tiene un precio en esta vida Alberto echó mano a su bolso, sacó dos monedas de plata y se las dio al guayta en silencio y con ademán soberbio mientras acariciaba la empuñadura de la daga que colgaba de su cinto. El soldado no hizo más preguntas. Guardó las monedas en su faltriquera, agachó la cabeza en un saludo, se apartó respetuosamente a un lado y le dejó el paso franco… Sudando de puros nervios tras ese primer “examen” de su propio personaje histórico, el “caballero” penetró en la ciudad por la puerta sur dejando a los guaytas comentando lo extraño de que un noble señor no fuese a caballo y acompañado de sus criados y guardias de escolta…

La villa comenzaba a bullir de actividad a esa temprana hora, pero se notaba un ambiente de temor en las calles. Anento era apenas un villorrio que parecía esperar una catástrofe cercana y Alberto encaminó sus pasos hacia el interior cayendo poco a poco en la cuenta de que, por razones que la lógica era incapaz de explicar, tenía la inmensa fortuna (o desgracia) de encontrarse en la villa de Anento en… ¿en qué fecha? Comprobó que la torre de la iglesia de San Blas tenía un aspecto distinto, el pavimento -cubierto con paja seca en algunos tramos- era de tierra con huellas de herraduras, no había aceras y las casas estaban construidas en madera y adobe, de apenas un solo piso de altura y con las puertas y ventanas enmarcadas en madera tosca. Algunas mujeres barrían los portales y dejaban su faena bruscamente, inclinando la cabeza con asombro a su paso, como si les extrañase ver en las calles del villorrio a personaje tan aparente. Alberto tuvo que apartarse un par de veces para dejar espacio a unas mulas  que se dirigían al centro de la villa. 

De pronto, a sus pies, vislumbró algo entre el polvo y la paja. Se agachó y recogió del suelo un tosco colgante de madera con la imagen de la Virgen. Alguien, en su precipitación, debía haberlo perdido. Tenía que llevarse al menos un recuerdo de su sueño, si es que tal era lo que le estaba ocurriendo…

Fue al llegar a la plaza mayor, donde empezaban a juntarse mujeronas que acudían temerosas con bultos al hombro, comadres parloteantes, ancianos y niños de la mano de sus madres, cuando se dió cuenta de que apenas había hombres entre los presentes. Debían estar en el campo, o tal vez preparando la defensa del castillo. Sólo entonces pudo deducir que se hallaba en unas fechas no alejadas de ese año de 1357 en que iba a producirse el ataque de las tropas castellanas a la villa de Anento, en el marco de la Guerra de los Dos Pedros. ¡Los Cielos le había concedido el privilegio de asistir a la auténtica defensa del castillo de Anento  que iba a recrear con sus compañeros! Alberto escuchó a una de las comadres recién llegadas comentar preocupada a una amiga: “Por yo rai, que una enrestida desta alzaria ye muito periglosa ta las chens de la villa, pero cualcosa me diz que uei non ye de costumbre. ¿Ya es llegau dende Daroca micer Martín Polo? Charra, chárrame más de ixe afer de camín enta casa mía…”[2].

Nadie parecía reparar en su aspecto, fuera de las expresiones de respeto que sus ropas causaban en los transeúntes. Pero precisamente su indefensión y la bolsa que colgaba de su costado habían despertado también la codicia de otros personajes no tan respetuosos con su aspecto de noble señor. Cuando Alberto entraba en una estrecha calle que se dirigía a la iglesia de San Blas, sintió un fuerte golpe en la cabeza propinado por un asaltante vestido con harapos que salió de una casucha tras él y le atacó por sorpresa. Antes de caer desmayado sintió cómo urgaban en su bolso y escuchó a uno de sus asaltantes gritar: “¡Por a Santa Cruz, buen brazato de florins levaba iste fozín! ¡Buena borina ta nuei, Somarro!”[3] 

Y Alberto se deslizó en la oscuridad…

Despertó dentro del coche, de nuevo. El sol era radiante y sintió que los huesos le dolían por la postura, mas no notaba ningún malestar en la cabeza. Alberto miró por el parabrisas y todo volvía a estar allí, ante sus ojos, como siempre. La carretera, la plaza, la fuente, el parque… Salió del automóvil sin saber aún si todo había sido un sueño o un viaje en el tiempo. Llegó al campamento, donde todos empezaban ya a prepararse para el desfile hasta la iglesia. Carlos le dijo: ¿Dónde te habías metido? ¡Faltan diez minutos, venga cámbiate! Alberto entró en la tienda de intendencia donde tenía sus ropas. Cuando salió, vestido con el gambesón, almófar, cota de malla, yelmo y espada, no pudo evitar decir entre dientes: “Ni idea, colegas… ¡No tenéis ni idea!”

Desde su pecho, una humilde Virgen de madera miraba también los preparativos de la comitiva.

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[1] “¿Quién sois, señor? ¿Qué queréis, tan madrugador? ¿Acaso entrar a la villa a esta hora de la mañana?”
[2]“Por el rey, que un ataque de esta importancia es muy peligroso para las gentes de la villa, pero algo me dice que esta vez no es uno más. ¿Ha llegado desde Daroca don Martín Polo? Habla, cuéntame más de este asunto de camino a mi casa”
[3] “¡Por la Santa Cruz, buen puñado de florines llevaba este cerdo! ¡Buena juerga esta noche, Somarro!”


martes, 26 de junio de 2012

Fin de curso... "Adiós con el corazón"



Nunca me ha gustado despedirme. Sobre todo cuando lo hago de un lugar y de unas personas que han sido realmente importantes para mí. Pero a veces no queda más remedio y tal vez sea este el momento de hacerlo...

Durante 4 años he impartido clases en el IES "Gallicum" de Zuera y puedo decir sin mentir que han sido de los mejores de toda mi carrera profesional hasta ahora. Una carrera que, al lado de la de algunos de mis compañeros, no es nada pero que abarca ya quince años de docencia, que tampoco son moco de pavo. Desde el punto de vista práctico, han sido los mejores porque levantarte de la cama cada mañana y entrar en clase (a 500 metros de mi casa) es un verdadero regalo. Pero desde el punto de vista humano también han supuesto conocer a un equipo de trabajo realmente bueno, sentirme querido por mis alumnos, apoyado por mis compañeros (los cuales, lo sé de buena tinta, el primer año me miraron como a un bicho raro porque hice esfuerzos palpables por conseguirlo, aunque no con ese fin) y perfectamente integrado en la comunidad educativa zufariense.

Sé que el hecho de vestirme en el aula de monje medieval, de caballero o de moro, saltarme a veces a la torera los programas didácticos para enfocar la clase desde un punto de vista distinto, pasearme por los pasillos con un mandoble o un fusil al hombro y hacer cosas como darles a mis alumnos las preguntas del examen antes de hacerlo son detalles que han llamado la atención y han sido objeto de críticas y de polémicas, pero también es cierto que todo ello ha tenido su justificación pedagógica y ha contribuido a que una clase con Enrique fuese esperada con ilusión y a que los resultados académicos ratificasen esa justificación. Siempre he dicho que para que los alumnos disfruten en una asignatura lo primero e imprescindible es que el profesor disfrute tanto como ellos. Y creo sinceramente que lo he conseguido.

Las vueltas de la vida profesional me llevan ahora a otras tierras, a otros alumnos y a otros compañeros. Al acabar el verano me incorporaré a mi destino definitivo en el IES "Reyes Católicos" de Ejea de los Caballeros, donde seguramente ya se habrán oído rumores de que una especie de pirado soñador va a dar que hablar durante los próximos años en sus aulas con sus métodos peculiares de enseñanza. Pero es algo que hace muchos años que tengo asumido, así que lo que siento ahora mismo es una mezcla de tristeza por lo que dejo atrás y de ilusión por lo que me espera delante. Porque también lo he dicho muchas veces: soy como Mary Poppins... Voy donde creo que hago falta...

Este lunes, 25 de junio, hicimos una emotiva comida de despedida con los compañeros de trabajo del departamento. Fue estupenda, aunque eché de menos a Concha Martínez, que no pudo asistir, pero a pesar de todo lo pasamos estupendamente. Y me hicieron un regalico, unas cajas de modelismo de guerreros medievales (se ve que me conocen ya bastante) que procuraré pintar para tener siempre un recuerdo tangible suyo. Pero lo más importante para mí fue compartir esos momentos con Lola, mi "Jefa", para quien somos "sus niños" (una feliz expresión suya que siempre me ha encantado), con Antonio (un perfecto caballero, exquisitamente educado, que no desentonaría en absoluto con un traje negro y gola al estilo de don Juan de Lanuza V), con Carmen (una excelente compañera llena de sentido común), con Alberto (el cachondo del grupo, que siempre tiene una sonrisa que poner allá donde vaya) y con mi querido y admirado Julio, que no se pierde una así lo aten de pies y manos y sin cuya presencia (y la de tantos otros) nunca podría estar al completo el departamento de Geografía e Historia del "Gallicum"... Os voy a echar mucho de menos.

Gracias a todos los que han entendido que la Enseñanza puede ser una aventura apasionante si sabes encontrar cada día una manera de convertirla en un reto. Gracias a mis alumnos, a todos ellos, los buenos y los malos, porque he aprendido de ellos más de lo que creen (entre otras cosas, a sentir cariño por ellos y a tener paciencia para comprender que son adolescentes en busca de sí mismos, que es la más dura de las tareas que tienen que afrontar). Y gracias a mis compañeros, a todos ellos, porque también he aprendido que ser docente es una vocación por encima de todo.

En fin... Cuando me preguntan si estoy casado y si tengo hijos siempre respondo lo mismo: no estoy casado, pero tengo ciento y pico hijos. Cada año diferentes... Y encantado de la vida. Así que ahora voy a conocer a los de Ejea de los Caballeros, que no saben aún lo que les espera... He estado esta misma mañana. Y promete.

No me gustan las despedidas. Por eso no digo nunca "Adiós" sino "Hasta siempre"...

Un abrazo muy fuerte a todos. Y buena suerte.

Enrique Villuendas
Profesor de Enseñanza Secundaria

sábado, 26 de mayo de 2012

El cronista Enrique de Çaragoça (3): nuevos descubrimientos

Abro esta tercera entrada sobre el anciano cronista medieval Enrique de Çaragoça para comentar a sus ávidos lectores dos noticias que sin duda agradecerán en grado sumo. Ya en su momento dediqué más de una entrada acerca del manuscrito de este interesantísimo personaje:

http://abriendocaminos-enrique.blogspot.com.es/2011/08/el-cronista-enrique-de-caragoca-2.html 

Su obra acababa con la llamada Crónica de Argüeso, en la cual eran evidentes las innumerables tachaduras y correcciones que se había visto obligado a hacer por causas que todavía desconocemos y que ojalá algún día se esclarezcan. Sin embargo algunos indicios encontrados en los últimos párrafos de esta crónica (como la ya comentada sentencia lapidaria "Stat amicitia pristina nomine, nomina nuda tenemus"), así como en ciertas glosas halladas al margen del códice "De Execchiae excelsis domini Eximinus de Focibus", que narra el extraordinario ceremonial de las exequias de Eximén de Foces en 1262 por un autor desconocido pero muy relacionado con Enrique de Çaragoça a tenor de su estilo narrativo me pusieron sobre la pista de un nuevo manuscrito cuyo paradero podría situarse originariamente en los alrededores de Huesca en la primera mitad del siglo XIV para siglos después pasar a Madrid en torno a 1650 e incluso a Italia, pues al parecer fue vendido a una familia -los Villagra- con fuertes vinculaciones con el reino de Nápoles y, sobre todo, Sicilia.

Para no cansaros con más detalles, resumamos diciendo que finalmente logré tener en mis manos este segundo manuscrito de Enrique de Çaragoça, titulado "Feodorum Domini Nova Chronica" compuesto por otras doscientas treinta páginas de vitela encuadernada en cuero con el mismo tipo de repujado que el manuscrito anterior pero esta vez con algunas imágenes y una factura y caligrafía mucho más cuidada y que recoge un número aún no determinado de crónicas sobre eventos a los que concurrieron unos tales Feudorum Domini a cuyo servicio entró nuestro cronista tras lo que él llama "la trayción cántabra" y que estoy transcribiendo poco a poco conforme las voy descifrando. Por el momento se han transcrito ya las crónicas de Daroca, de la Obanada, de la Marató y de la Vall-llobera, estando pendiente la continuación de la Crónica de Monçón en la que ahora estoy trabajando. El manuscrito, desde luego, promete muchas sorpresas y de hecho ya me voy encontrando con alguna. Por ejemplo, en esta última crónica de Monzón acabo de transcribir unos párrafos en los que Enrique de Çaragoça manifiesta una vivencia íntima -cosa muy extraña en este personaje, por lo común reservado para sus pensamientos más personales- ocurrida en la villa montisonense y que resulta reveladora sobre su modo de pensar y de sentir:

Mas antes de llegar al amanecer desta segunda jornada he de contaros, mis amados lectores, en honor a la Verdad que se derrama siempre generosa en estos pergaminos, la seráfica visión que vuestro escribano tuvo la dicha e privilegio de contemplar antes de que el Dios de los Sueños extendiese sus alas sobre los cansados mesnaderos que en el pabellón montisonense pernoctaban...

Volvía el monje de los aliviaderos, cansado e somnoliento por los trabaxos de la tarde anterior, cuando una luz que de los Cielos descendía iluminó una presencia que en el lugar se hallaba et que non era otra que la de una mujer cuyo nombre jamás escribiré porque mi condición de noble caballero me lo impide et que, con naturalísima sencillez et sin punto alguno de lujuria, desnudaba su cuerpo de sayas e camisas antes de envolverlo en otras prendas más apropiadas para la noche. Quedó el escribano petrificado e absorto ante esa bellísima imagen, et non piensen vuesas senyorías en zafias lubricidades de viejo verde antes de acabar la lectura destos íntimos pensamientos, pues he de deciros que contemplé el maravilloso espectáculo que aquella cálida piel morena, desnuda como mi alma, ofrecía a mis sentidos con el embeleso y la sana mirada con la que un espíritu sensible se extasiaría ante la hermosa visión de una Afrodita de largos cabellos saliendo de las aguas iluminada por el suave resplandor de un rayo de luna. Fueron apenas unos pocos segundos de mágica y silenciosa contemplación antes de que la penumbra tragase de nuevo aquella belleza sublime que despertó en mi viejo corazón el recuerdo de otros días lejanos, cuando el ardor de la juventud aún latía en mis sienes y mis brazos estrechaban un cuerpo de mujer ofrecido en sacrificio sobre el altar de Venus...

Acostéme en mi camastro y me cubrí con las mantas abrazado a ese recuerdo, arropándolo en mi memoria, y fue sin duda esa imagen, junto a la facilidad con que mis muchos achaques alejan de mí la comodidad para dormir lejos de mi lecho solitario en el castillo de Zufaria, la que me impidió durante largas horas cerrar los ojos, ante los cuales veía aparecer cada instante que intentaba cerrallos la visión de aquella Afrodita rediviva, muchas veces emborronada por alguna lágrima caprichosa y aventurera que dellos se obstinaba en escapar para mi sorpresa y vergüenza, humedeciéndome las mejillas como el rocío las hojas de un roble al amanecer...

Interesantes reflexiones las de nuestro viejo amigo Enrique  cuyas palabras continuaré publicando conforme vaya descifrándolas, para deleite de sus muchos y fieles lectores. Además -y ésta es la segunda buena noticia- en breve tiempo será publicada en versión e-book la transcripción completa del primer manuscrito, ya que han sido multitud de amigos y compañeros de la Recreación quienes me han pedido que lo haga...

Nos vemos, pues, muy pronto con el anciano cronista.




domingo, 6 de mayo de 2012

El buen camino...


Dicen que la virtud de los valientes no consiste en caer, sino en levantarse de nuevo siempre. Me temo que me va a tocar ser valiente de ahora en adelante...

Dije hace ya unos meses que ya era hora de tomarme las cosas en serio. Desde entonces estoy en manos de los médicos, en el buen camino, dejándome hacer y siguiendo sus instrucciones en todo lo que me es posible. He pasado ya una temporada en el hospital y me va a tocar ingresar otra vez. Pero no tengo miedo. Sé que estoy en buenas manos, que estoy haciendo lo correcto y que por encima de molestias, de pruebas médicas y de preocupaciones cada paso supone un adelanto más. Ya no es sólo mi salud. Es el deseo, el ánimo y el apoyo de todos los que me rodean... Y no puedo defraudarlos. Ni a ellos, ni a mí...

Así que... ¡a por ello!

jueves, 26 de abril de 2012

ETA, otra vez...



"El Ministerio del Interior activa un plan de reinserción de etarras y otros presos"


Hmmm... A priori, parece una buena noticia. Loable, incluso. Pero después de leer esto, se me ocurren varias reflexiones...

En primer lugar, es muy difícil forjarse una opinión objetiva sobre este tema en concreto porque las valoraciones varían radicalmente según la implicación de cada cual en el siempre polémico y doloroso asunto del terrorismo etarra: desde víctimas del terrorismo, personal de las Fuerzas Armadas, gobierno y oposición hasta el PNV, los "abertzales" o los propios miembros de ETA que siguen agazapados en sus cubiles lamiéndose las heridas. ¡Que les hablen de planes de reinserción de etarras a los hijos de un Guardia Civil asesinado o a los de Manuel Giménez Abad! Así que vaya por delante que, para mí, un terrorista con las manos manchadas de sangre inocente (déjense ustedes de "presos políticos" y esas mierdas para referirse a simples asesinos, señores de Amaiur y de Bildu) merece pudrirse entre rejas toda su vida y tirar la llave de su celda por el retrete.

En segundo lugar, ETA anunció uno más de sus conocidos "alto el fuego" en octubre pasado, sí, pero yo de los anuncios de una banda de asesinos me creo lo justo. Que es casi lo mismo que nada. Así que bienvenido sea todo plan de reinserción que se quiera, vale, pero desde luego sin dejar de perseguir a esas alimañas hasta que no quede una sola en libertad. Reinserción no debe significar jamás "impunidad". Ni de coña. ¡Sólo faltaría que les tuviésemos que dar las gracias por aceptar su renuncia a seguir matando o apoyando a quienes lo hacen, encima! Por eso me mosquea muy mucho lo de que "no se exigirá que pidan perdón a las víctimas del terrorismo"... Pues vaya un arrepentimiento y una reinserción de habas.

En tercer lugar, el anuncio no está nada mal como maniobra política de distracción, a renglón seguido de la aprobación en el Congreso de una reforma laboral que nos devuelve a las condiciones de trabajo del siglo XIX y de unos presupuestos generales ridículos con el apoyo exclusivo del partido en el gobierno, con manifestaciones en toda España en contra del copago sanitario y de los recortes en Educación Pública. Entre la cacería del Rey, el tiro en el pie de Froilán y ahora esto, el Gobierno de Rajoy nos da un caramelo envenenado y se frota patéticamente las manos pensando que nos vamos a olvidar de cinco millones de parados y de unas nóminas que, para quienes tenemos el privilegio (ni siquiera el derecho) de cobrarlas a fin de mes, resultan cada vez más magras y llegan cada vez para menos gastos y cada vez más caros.

Visto todo lo cual, y unido a las dudas que tal plan genera en cuanto a que puede representar una excusa más para que unos malnacidos se acojan a una nueva oportunidad de salirse con la suya y no dar su brazo a torcer... ¿Qué quieren que pensemos? ¿Que muchas gracias, señor presidente, por dar un paso hacia la Paz?

Pues va a ser que no, mire ushted... Me guardo la opinión, al menos hasta ver en qué para la cosa.

martes, 3 de abril de 2012

"Toledo, cruce de destinos": la Historia desgarrada...


Acabada ya la emisión del último episodio de la ficción histórica “Toledo, cruce de destinos”, que tantas falsas esperanzas despertó en un principio entre los toledanos, llega el momento de hacer una valoración objetiva de este producto que, desde el primer momento y hasta las últimas entrevistas realizadas a sus actores principales, Antena 3 vendió a su público como una “recreación fiel de la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos en el Toledo del siglo XIII”, despertando con ello el interés de los toledanos, especialmente, por el modo en que una serie de TV prometía mostrar la vida medieval en la bella ciudad del Tajo en su época de máximo esplendor, a finales del reinado del gran monarca castellano don Alfonso X “el Sabio”.

Enrique Villuendas Salinas, licenciado en Historia del Arte, profesor de Geografía e Historia y recreacionista medieval perteneciente a la asociación aragonesa “Feudorum Domini” (los Señores de los Fueros), de la que es secretario y que está dedicada a la investigación, recreación y divulgación de la vida cotidiana española en la segunda mitad del siglo XIII nos ofrece en estas páginas su valoración personal -compartida por numerosos especialistas en el período supuestamente reflejado en la serie- de este más que dudoso cuadro de la supuesta convivencia de las Tres Culturas ofrecido por la cadena privada Antena 3 en su serie estrella de la temporada...

“Cuando un producto televisivo es presentado como una ficción histórica, evidentemente nadie espera que dicho producto refleje de un modo rigurosamente exacto las fuentes documentales de las que los historiadores disponemos, ya que se trata de una ficción destinada al entretenimiento, no de un documental con finalidad didáctica. Sin embargo, lo que sí es de esperar es un mínimo de rigor en la recreación de los personajes históricamente documentados, el vestuario, las formas de pensamiento o la cultura material, de todo lo cual poseemos información en abundancia tanto en fuentes primarias (literarias, históricas, artísticas y arqueológicas) como en estudios y ensayos posteriores, que en el caso que nos ocupa cuentan con las aportaciones de eminencias como Julio Valdeón, Luis Suarez, Gonzalo Menéndez Pidal o Claudio Sánchez-Albornoz por poner sólo unos pocos ejemplos.

Pero ya desde su primer capítulo los responsables de la serie Toledo, cruce de destinos parecieron rendir cualquier tipo de rigor histórico al entretenimiento vacío de un público obnubilado por la belleza de los actores jóvenes (Maxi Iglesias, Jaime Olías, Paula Rego, Paula Cancio...) o el buen hacer de otros más experimentados (Alex Angulo, Juan Diego, Eduard Farelo, Patricia Vico...), mostrando un cuadro de la vida cotidiana que sólo por casualidad y en contados aspectos tiene algo que ver con lo que fue realmente el Toledo de finales del siglo XIII. Una ciudad que da nombre a la serie y que, dicho sea de paso, brilla por su ausencia en la misma, ya que la mayor parte de los capítulos fueron rodados en Pedraza (Segovia), el castillo de Guadamur y los decorados (magníficos, por otra parte) de los estudios de Antena 3 en Madrid, lugares todos ellos de indiscutible belleza pero que han dejado a los mismos toledanos ayunos de la visión de su propia ciudad en la pantalla...

Las barbaridades (que conforman una auténtica Historia desgarrada, podríamos decir mucho mejor) que semana tras semana nos ha ofrecido la increíble narración de los amores de Martín y Fátima, Rodrigo y la reina Violante o Diana con Sancho y el propio rey don Alfonso en medio de las peripecias cotidianas en la ciudad del Tajo son incontables y monstruosas, pudiendo agruparse de este modo:

Fallos históricos:

Desde el punto de vista de la propia Historia de Castilla, el rey don Alfonso fue uno de los más notables monarcas castellanos de la Edad Media, enérgico, culto, poderoso y de fuerte personalidad, frente al cual “Toledo” nos muestra a un Juan Diego absolutamente “empanado”, falto de toda resolución y autoridad, al que manejan a su antojo dos personajes maquiavélicos como son el conde de Miranda y el arzobispo Oliva. Un rey que tuvo once hijos con doña Violante de Aragón, hija de Jaime I “el Conquistador”, pero de los que la serie sólo nos muestra a dos de ellos -los infantes Sancho y Fernando de la Cerda- y, además, confundiendo gratuitamente su edad: Sancho era segundón, mientras que Fernando era el primogénito y, en la época en que está ambientada la serie, estaba casado con una princesa gala y tenía dos hijos. Fernando de la Cerda era un joven apuesto, inteligente y culto que ya había sido nombrado por su padre regente de Castilla cuando el rey don Alfonso viajó a Alemania para presentar su candidatura al trono imperial (lo que la Historia conoce como “el fecho del Imperio” y que brilla por su ausencia en la serie), pero se nos muestra como un adolescente incapaz y alocado que sólo piensa en divertirse con sus “amigos” protagonizando situaciones estúpidas más propias del patio de un instituto que de la corte del monarca más poderoso de España. Por último, el infante don Sancho es presentado como hijo ilegítimo de Alfonso, lo cual es históricamente otra aberración.

Por otra parte, la corte de un monarca medieval era itinerante, no tenía residencia fija, y la del rey don Alfonso se fue desplazando por toda la geografía del reino: Burgos, León, Toledo, Sevilla... En la serie, sin embargo, toda Castilla parece centrarse en Toledo y hasta los personajes se refieren a la ciudad como si fuese la única existente en el reino... Además, Castilla nunca tuvo problemas políticos con Navarra, ni estuvo a punto de declarar la guerra al rey Teobaldo II, ni tenía don Alfonso nada que temer de la vecina Francia, una de cuyas princesas estaba casada con el infante Fernando como hemos dicho...

Especialmente sangrante fue el episodio nº 10, titulado “El último templario”, donde se nos muestra a la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (u “Orden del Temple”) como ya extinguida cincuenta años antes de que el rey Felipe IV de Francia y el papa Clemente V acabasen con ella en 1312, cuando lo cierto es que en el reinado de Alfonso X los Templarios eran aún poderosos y temibles. Además se les muestra como una Orden misteriosa y diabólica que custodia un fabuloso tesoro que jamás nadie encontró y guardiana de conocimientos esotéricos que fueron confesados por sus freyres mediante la tortura inquisitorial, dando pie a una sarta de estupideces paranormales que todavía hoy algunos creen y defienden como artículo de Fe.

Podríamos señalar otras muchas “licencias” que los responsables de la serie se han tomado de forma gratuita, pero baste lo dicho como muestra de lo poco que a éstos les ha preocupado mostrar en la pantalla la verdadera historia de los últimos años del reinado del rey Sabio...

Fallos de vestuario y estilismo

Sobre la España de la segunda mitad del siglo XIII disponemos de documentos excepcionales que nos ilustran sobre el vestuario, tocados, peinados, complementos y un sinfín de aspectos de la vida cotidiana medieval como son Las Cantigas de Sancta María elaborado por el propio rey Sabio en torno a 1278, o el Libro de los Juegos y Tablas, del mismo autor. En ellos podemos encontrar todo un vademecum para la recreación fidelísima (y muy curiosa e interesante) de ropas, tejidos, ornamentos, etc. de los personajes de distintas culturas y clases sociales en el siglo XIII.

Pero, al parecer, para los responsables del vestuario de “Toledo, cruce de destinos” era más interesante ceñirse a los modelos de Hollywood o de Walt Disney y mostrarnos unos vaporosos tules con diademas de paño (que no aparecen hasta doscientos años más tarde y en las cortes borgoñonas e italianas), unos vestidos con larguísimas mangas lanceoladas propias de Rapunzel o Blancanieves (las mangas del XIII eran ceñidas a la muñeca en TODOS los ejemplos representados), unos cinturones anchos de tres o cuatro dedos y con hebillas descomunales (conforme avanza el siglo XIII los cintos eran simples ceñidores muy estrechos y con hebillas apenas más anchas que el dedo pulgar), ausencia de prendas tan comunes como el pellote (que en la serie sólo visten Elvira, Blanca y la reina Violante, aunque de forma incorrecta), prendas inidentificables de cuero sintético con tachuelas hasta en la bragueta, sayas encordadas por la espalda (cuando el encordado era siempre en el costado izquierdo), tejidos con brillos sospechosamente sintéticos y unos estampados dignos de un sillón tapizado del siglo XIX y, en definitiva, un catálogo de invenciones que demuestran más interés en la creatividad moderna que en la recreación medieval...



Pero con ser graves los fallos referidos al vestuario, especialmente escandalosos son los que muestran los tocados y peinados sobre todo de las damas. En el siglo XIII una dama respetable, a excepción de las doncellas menores de 13-14 años, jamás llevaba el pelo suelto sino recogido en algún tipo de los muchísimos tocados que nos manifiestan las fuentes artísticas. Sólo las prostitutas hacían alarde de sus cabellos en público, considerados como un signo de fuerte atracción erótica. Pero en el Toledo de Antena 3, al parecer, toda dama era puta pues todas ellas, sin excepción, muestran su lujuriosa melena ante los hombres sin recato alguno. Mención especial merece la bella Fátima, una joven casadera musulmana cuyo vestuario y estilismo la habrían hecho merecedora de una paliza por parte de su padre de haberse atrevido a salir a la calle sola, con el pelo al viento y con un escote digno de los volúmenes mamarios de Scarlett Johansson. Y es que no cualquier tiempo pasado fue mejor...

Fallos en las formas de pensamiento

Es difícil para el hombre actual comprender que buena parte de nuestra manera de enjuiciar diferentes aspectos de la vida cotidiana es radicalmente distinta a como lo hicieron nuestros antepasados medievales, por lo que “Toledo, cruce de destinos” ha preferido hacer caso omiso de dichas formas de pensamiento y limitarse a plasmar en la pantalla situaciones actuales disfrazadas de supuesto medievalismo de opereta...

Por ejemplo: el matrimonio hasta hace relativamente pocas décadas era entendido -sobre todo entre las clases sociales poderosas- como un negocio en el cual los sentimientos apenas tenían cabida y se consideraban como la guinda del pastel: lo importante era unir fortunas familiares mediante el enlace de sus vástagos, por lo cual eran los padres quienes negociaban el matrimonio de sus hijos sin consultarles sus gustos personales. En esta misma línea, por tanto, el adulterio y la bastardía eran situaciones a menudo repetidas, pues el marido (nunca la mujer, ya que estamos hablando de una sociedad eminentemente androcéntrica donde “el honor” del marido estaba por encima de la consideración de la mujer) buscaba fuera de un matrimonio estipulado y negociado por su familia del modo que acabamos de explicar el placer o el amor que su esposa impuesta no podía o no quería darle.

Sin embargo en la serie encontramos damas escandalizadas y ultrajadas porque sus esposos tienen amantes, hijos bastardos y aventuras extramatrimoniales que eran absolutamente comunes en la Europa del medievo, sobre todo entre los estamentos privilegiados (los pobres, los campesinos, los villanos eran los únicos que podían casarse por amor, ya que nada tenían que perder ni ganar en un matrimonio concertado). Alfonso X tuvo tres amantes históricamente documentadas que le dieron otros tantos bastardos, algunos de los cuales gozaron de altas posiciones en la Corte, pues la etiqueta de bastardía entre reyes y nobles no era en modo alguno un baldón infamante y podían gozar incluso de derecho a la herencia de sus augustos progenitores.

Asimismo, encontramos en los capítulos de Toledo frases tan absurdas como “¿Así que ahora mi padre me busca un marido sin consultarme?”, ¡pronunciada además por una mujer musulmana, cuando hasta hace menos de cien años eso era lo habitual y, en muchos casos, incluso hoy mismo sigue practicándose en los países árabes! Y es que el caso de Fátima es especialmente desesperante: que una dama noble islámica del siglo XIII tenga ideas de un feminismo contemporáneo radical, se le permita asistir como una alumna más a la Escuela de Traductores (que tampoco era un aula de colegio como se nos muestra en la serie) y salga a la calle sin acompañantes y vestida de prostituta a los ojos de sus contemporáneos son detalles que claman al cielo, impensables en la sociedad medieval toledana en la que, dicho sea de paso, la tan cacareada “convivencia de las Tres Culturas” no era tal sino una “coexistencia pacífica” pendiente de un hilo en la que los cristianos, recelosos y desconfiados, imponían su ley a musulmanes y judíos recluidos en sus respectivos barrios (morerías y juderías) sin apenas contacto cotidiano entre unos y otros y protagonizando en demasiadas ocasiones roces, reyertas y enfrentamientos a duras penas evitados por las autoridades...

Además de todo lo dicho, la sociedad medieval estaba impregnada de una religiosidad y superstición difícilmente comprensibles para el mundo contemporáneo. Los hombres que edificaron las catedrales góticas vivían en un continuo temor y esperanza en la Divinidad, pero en “Toledo, cruce de destinos” apenas atisbamos a los personajes en misa, ni mucho menos rezando, santiguándose o encomendándose a los Cielos. Ni siquiera el arzobispo Oliva, cuya religiosidad parece mostrarse más de cara a la galería que fruto de un íntimo convencimiento, mostrándose más como un cortesano intrigante que como un prelado medieval...

Terminaremos este apartado, dejándonos muchísimos otros comentarios en el tintero por falta de espacio, indicando que la sociedad medieval estaba fuertemente estamentada, de manera que entre los privilegiados (nobleza y clero) y los villanos existía un foso insalvable de prejuicios de clase que harían imposible el “compadreo” que podemos ver entre el príncipe don Fernando de la Cerda y sus “amiguitos” Martín y Cristóbal, el trío calavera, simples criados que se atreven a tutear a su señor y reciben un trato de igualdad impensable en la sociedad toledana del reinado de Alfonso X. Pero es que los diálogos estúpidos y los “momentos-payacho” entre estos tres absurdos personajes (supuestamente pensados para “quitar dramatismo a la serie”) merecerían comentarios mucho más mordaces y extensos que no podemos desarrollar en pocas líneas...

Fallos militares

En una época como la nuestra, en la que no existen guerras sino "situaciones conflictivas", ni muertos sino "daños colaterales", resulta difícil imaginar que en la Edad Media el hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte eran elementos consustanciales al ser humano, que convivía con ellos con absoluta naturalidad...

El estamento nobiliario, especialmente, amaba la guerra: era su medio de obtener ganancias (botín), títulos, tierras y privilegios (concedidos por el rey en función de su implicación en el combate). La guerra era su medio de vida, aquello para lo que eran entrenados desde la infancia, aquello para lo que habían nacido, hasta el punto de que en latín a los nobles se les denominaba "bellatores", es decir, "guerreros". El trabajo en el campo era para los villanos, los siervos, los campesinos ("laboratores") y la oración, la espiritualidad y la cultura para las mujeres y los clérigos ("oratores"), pero un noble era inseparable de su caballo, de su arnés, de su escudo, de su lanza y de su espada. Y estaba profundamente orgulloso de ello.

En la Edad Media no se hacían "levas de soldados". El "ejército de leva", reclutado de ciudad en ciudad, no existirá hasta los Reyes Católicos. Cada noble contaba con sus propios soldados ("mesnada"), y cuando el rey los llamaba al combate ("llamada al fonsado", se decía entonces) cada uno aportaba por obligación de su pacto de vasallaje tantos hombres como pudiera reunir. Nadie podía sustraerse a esta obligación. Y sólo los "sargentos de armas" (o los caballeros) y los propios nobles titulares de su feudo tenían el privilegio de combatir a caballo. El resto de mesnaderos formaban la "peonada", la infantería que se enfrentaba cuerpo a cuerpo al enemigo. Cada "mesnada" se identificaba por el estandarte con las armas del noble que la mantenía, ya que los uniformes militares no existían tal y como los conocemos hoy: los soldados se vestían y armaban según sus posibilidades económicas o su suerte en el botín de guerra...

Pero en "Toledo, cruce de destinos", todo esto no tiene importancia: los soldados de la milicia concejil toledana son reclutados a la fuerza (cuando en realidad eran voluntarios pagados), el rey Alfonso es un pusilánime que tiene miedo de ampliar sus feudos a punta de espada, los soldados van uniformados todos iguales con perpuntes azules con las armas de Castilla y León (los uniformes militares no aparecerán hasta el siglo XVIII) y las espadas que llevan son mandobles que corresponden a modelos cien o doscientos años posteriores. La espada de Rodrigo, sobre todo, es especialmente escandalosa. Cada vez que el magistrado desenvainaba su infame “abrecartas”, Dios mataba a un gatito. Y es que cuando un asesor histórico (si lo hay) se encuentra prendado de “El Señor de los Anillos” o de “Juego de Tronos”, es mejor que no se meta a diseñar espadas medievales históricamente documentadas porque pasa lo que pasa...

Fallos sobre la vida cotidiana

Recopilemos en este último epígrafe otros fallos “de bulto” que han hecho de esta serie un atentado a la Historia, como venimos demostrando... El judío Abraham, por ejemplo, interpretado por el gran actor Alex Angulo pero cuya vestimenta nada tiene que ver con la que nos muestran las fuentes artísticas, se presenta como un “gorrón” empedernido que come en casa de su amigo Rodrigo día sí y día también, olvidando que la religión judía sigue unas estrictas costumbres culinarias (la llamada cocina kosher) que no compartían los cristianos en absoluto.

La casa del alfaquí Taliq, por otro lado, en la que se “cuela” Martín a todas horas, dista mucho de las viviendas musulmanas recoletas, cerradas en sí mismas, convertidas en pequeños “castillos” que sólo sus dueños y sus invitados podían disfrutar. Lo mismo podríamos decir de las habitaciones privadas de Violante en el palacio real: en ellas se introduce cualquiera a todas horas, lo cual era impensable ya que se trataba de lugares muy vigilados, difícilmente accesibles (no se encontraban en medio de los pasillos de uso público) a los que se tenía entrada franca únicamente por orden de sus dueños, máxime tratándose de la reina de Castilla...

En definitiva, a lo largo de estas páginas hemos ido haciendo una pequeña recopilación de todo aquello que la Edad Media fue y que una serie de supuesta “ficción histórica” ha pretendido hacernos pasar como una “recreación de la vida cotidiana medieval” sin fundamento alguno que historiadores y entendidos como Noemí Toral, David Nievas Muñoz, Luis Sorando López (en la foto) o yo mismo hemos tratado de desenmascarar como una verdadera “patada a la Historia” que conocemos bien. Parece mentira que “Toledo, cruce de destinos” haya contado con un equipo de asesores históricos cuyas recomendaciones han brillado por su ausencia en todo momento, salvándose únicamente aspectos como los decorados y el atrezzo (en verdad magníficos) que por desgracia se han puesto al servicio de “algo” que no ha pasado de ser “Física o Química” con ciertos toques medievaloides. Y todo ello sin entrar en valoraciones subjetivas sobre la interpretación de los actores, lo que merecería un tema aparte ya dentro de lo que consideraríamos una crítica cinematográfico-televisiva...

Agradezco, por último, a La Tribuna de Toledo y a mi colega Adolfo de Mingo Lorente la oportunidad de haber podido expresarlo en sus páginas.”

Enrique Villuendas Salinas
Historiador y recreacionista
(Grupo “Feudorum Domini” de Zaragoza)

jueves, 29 de marzo de 2012

HUELGA GENERAL... (y van 8)


¡¡¡A LAS BARRICADAS!!!

Como siempre que se plantea una Huelga General, estoy escuchando estos días multitud de voces que animan a seguirla para "evitar la aprobación de una Reforma Laboral que destruye todas las conquistas obtenidas por los obreros en décadas de lucha contra los abusos de patronos y empresarios", dándome razones de peso y desmontando supuestamente todas las reticencias que pueden plantearse ante un acto de presión como es este...

Una de esas razones me resulta especialmente interesante. Me dicen, entre otras cosas, que la Huelga es necesaria porque "las grandes conquistas históricas del proletariado se han conseguido a través de la huelga como principal medida pacífica de presión para obligar a los gobiernos y a los caciques a retirar leyes que han ido en contra de los derechos de los trabajadores..."

Bueno, pues ahí sí que no. Por ahí no paso...

No, no me tachéis de inmediato de "retrógrado" o de "conservador" porque no van por ahí mis reflexiones, ni mucho menos. Antes bien, son mucho más radicales. Las cabezas pensantes de los acomodaticios sindicatos actuales parecen olvidarse de una cosita sin importancia: una "Jornada de Huelga General" es una soplapollez como la copa de un pino. Echando un leve vistazo a la historia del movimiento obrero nos damos cuenta de que esas conquistas del proletariado se llevaban a cabo a través de huelgas INDEFINIDAS muy bien preparadas, antes de las cuales se acumulaba un "fondo de resistencia" para ayudar a los obreros a sobrevivir durante los días, semanas... ¡o MESES! que duraba la huelga, PRESIONANDO y ACOJONANDO de verdad a los empresarios para lograr sus objetivos...

Huelgas brutales como la de 1927 en Asturias, con enfrentamientos salvajes contra las fuerzas policiales (e incluso contra el ejército), con disparos, con muertos, con luchas en las calles, con piquetes en las puertas de las fábricas, con los fondos de resistencia agotándose poco a poco en un tira y afloja contra el Gobierno y la patronal, a ver quién aguantaba más: los obreros sin cobrar o las fábricas sin producir... Lo de "¡A las barricadas...!" no era sólo un cántico de manifestación perroflauta: era una puta realidad. Y había que tener cojones para vivirla.





¿Me quiere decir ahora alguien quién demonios estaría dispuesto este jueves a secundar una HUELGA INDEFINIDA de verdad, de las que hacen daño a los gobiernos y terminan derribándolos? ¿Cuántos obreros tendrían huevos de pegarse dos o tres meses (¡o cuatro... o cinco!) sin cobrar por el beneficio común? ¿Quién tendría pelotas de acabar de hundir económicamente el país de forma definitiva? Estamos demasiado bien sentados en un estado del bienestar (que lo es, aunque lo neguemos) como para tener el valor necesario de cargárnoslo con algo así de radical.

Así que nada: huelga general el día 29, salvamos las apariencias, hacemos como que protestamos, ejercemos nuestro derecho, al día siguiente todos contentos (los sindicatos por el rotundo éxito y el gobierno por el clamoroso fracaso) y a final de mes le habréis regalado un día de sueldo a las empresas y la Reforma Laboral seguirá adelante porque hasta el mismo Rajoy contaba ya con una Huelga General, así que no le pìlla de sorpresa...

Yo lo he dicho muchas veces ya: esto sólo se arregla a la desesperada, cogiendo el AK-47 y echándose al monte. Y yo no tengo ni cuerpo, ni edad, ni ánimos para eso...

jueves, 15 de marzo de 2012

"Non nobis, domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam"


BREVES APUNTES SOBRE LA ORDEN DEL TEMPLE

A menudo se asocia el nombre del Temple o a los "templarios" con oscuros y nocturnos rituales mágicos, con tesoros ocultos, con maldiciones ancestrales y con toda una parafernalia esotérica que resulta tan atractiva como envuelta en el misterio... Y tal vez no falten razones para tal asociación, ya que fueron acusados en su momento de todas esas prácticas diabólicas y ellos mismos llegaron a admitirlas. Pero es necesario saber el cómo, el cuándo y el porqué de todo ello...

A finales del siglo XI la Primera Cruzada predicada por un monje conocido como Pedro "el Ermitaño" en Francia para lberar los Santos Lugares del dominio musulmán coincidió con los inicios de una profunda renovación de la Iglesia auspiciada por el papa Gregorio VII (la "reforma gregoriana" cuyo efecto más visible y conocido fue el célebre "canto polifónico" de los coros benedictinos pero que supuso una transformación mucho más profunda y compleja), y continuada por Urbano II, un pontífice que bendijo y promovió las Cruzadas consagrando la liberación de Tierra Santa como una tarea obligada para todo príncipe cristiano... y también como un fenómeno cultural, religioso, político, militar y económico de primer orden en toda Europa.

En este contexto, pues, de renovación eclesiástica, de reestructuración de los monasterios (llevada a cabo por la extraordinaria labor desarrollada desde la gran abadía benedictina francesa de Cluny) y de lucha para liberar los Santos Lugares del dominio musulmán es donde se inserta el nacimiento de las tres grandes Órdenes Militares de caballería en una Jerusalén reconquistada por los cruzados en 1099, especialmente la Orden del Hospital de San Juan, la de los Caballeros del Santo Sepulcro y la de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón, más conocida como "L'ordre du Temple" (en francés, pues franceses fueron sus fundadores) o simplemente como los Caballeros Templarios.

Fundada por Hugo de Payns, su primer Gran Maestre, y nueve caballeros más con sus correspondientes séquitos, la Orden del Temple surgió como milicia religiosa (con votos de pobreza, obediencia y castidad) muy bien preparada para la guerra, con el propósito de escoltar a los peregrinos que viajaban a Jerusalén y fue bendecida y aprobada por el papa Honorio II en el concilio de Troyes del año 1129. Apoyados e forma entusiasta por San Bernardo de Claravall, de cuya orden cisterciense adoptaron su regla monástica, muy pronto los Pobres Caballeros de Cristo (en latín: "Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici") recibieron las bendiciones de los reyes europeos y comenzaron a crecer en número, fama y poder, construyendo fortalezas tanto en Tierra Santa como en todo el Mediterráneo.

Como es sabido, los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto blanco con una cruz patada (es decir: con los brazos iguales y ensanchados hacia los extremos) de gules (roja) dibujada sobre el hombro izquierdo y sobre el pecho de la veste que cubría sus cotas de malla. Sus miembros se encontraban entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas y pronto combatieron no sólo en Tierra Santa sino también en España, apoyando a los reinos cristianos en su lucha contra el Islam, recibiendo por ello numerosas donaciones y edificando iglesias, hospitales y encomiendas por toda la geografia peninsular. En 1134 el rey Alfonso I de Aragón les entregó en herencia su propio reino, al cual renunciaron no sin recibir a cambio abundantes territorios y castillos, entre ellos la fortaleza de Monzón, que se convertiría en cuartel general del Temple en tierras aragonesas.

Su cuartel general en Jerusalén se estableció en la mezquita de al-Aqsa, que se alza todavía en la Explanada de las Mezquitas antaño ocupada por el gran Templo de Salomón, de ahí su nombre de "Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón", resumido en "Orden del Templo" (o "Temple", en francés). Su lema era "Non nobis, domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam" ("No para nosotros, Señor, no para nosotros sino da Gloria a Tu Nombre"), toda una declaración de intenciones haciendo constar que no buscaban su propia Gloria sino la de Dios. Y su sello (SIGILLUM MILITUM CHRISTI) representaba a dos caballeros montando un solo caballo, haciendo así profesión de pobreza. Los Caballeros Templarios (y, en general, todos los de las Órdenes Militares) tenían prohibido rendirse ante los infieles, por lo que nunca cayeron prisioneros en batalla alguna. Su regla les impedía pedir rescate de sus personas, por lo cual sólo tenían la opción de morir o vencer. Eso les hacía especialmente arriesgados, feroces, disciplinados y temibles en el combate. La aparición de las cruces rojas del Temple sobre un campo de batalla provocó pavor entre el enemigo y profundo agradecimiento y regocijo entre los soldados cristianos durante casi dos siglos...

Mientras, los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica (basada en "encomiendas" o monasterios autogestionados) a lo largo del mundo cristiano, creando nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco: crearon libros de cuentas, la contabilidad moderna, los pagarés e incluso la primera letra de cambio. En esta época pesaba mucho la idea de transportar dinero en metálico por los caminos, y la Orden dispuso de documentos acreditativos para poder recoger una cantidad anteriormente entregada en cualquier otra encomienda de la orden. Solamente hacía falta la firma, o en su caso, el sello. Esa precisamente sería la causa de su desgracia. En 1187 el sultán Salah al-Dinh tomó Jerusalén a los cristianos y la Orden del Temple empezó a ser discutida en los reinos europeos, si bien sus maestres conservaban aún en Palestina plazas fuertes tan importantes como San Juan de Acre. Mientras, en Europa los templarios continuaron su actividad financiera enriqueciéndose cada vez más mediante cuantiosas donaciones, préstamos a intereses mucho más bajos que los ofrecidos por los mercaderes judíos, inversiones e incluso el comercio de reliquias, que les reportaba lucrativos beneficios gracias a sus contactos en Asia Menor y Palestina, aunque sin olvidar nunca su idiosincrasia de monjes-guerreros.

Pero a finales del siglo XIII, en 1291, San Juan de Acre cayó en manos musulmanas y los templarios comenzaron a verse cuestionados con cada vez mayor frecuencia y vehemencia. De ser los defensores de los Santos Lugares habían pasado a convertirse en molestos y codiciosos acreedores, especialmente en Francia, donde las encomiendas del Temple se contaban por centenares (y sus deudores por miles). En estas circunstancias dió comienzo el infame proceso que les llevaría a su disolución.

Retirados a la isla de Chipre junto a los Caballeros del Hospital de San Juan y acreedores principales del rey Felipe IV “el Hermoso” de Francia, éste decidió acabar con el poder de la Orden y fraguó su desgracia acusando a sus miembros de prácticas misteriosas y actividades diabólicas gracias a la ayuda de un grupo de letrados con Guillaume de Nogaret al frente. Se dijo en la acusación que adoraban en sus reuniones de capítulo a un ídolo satánico conocido como el “Bafomet”, que encabezaban una conspiración para entregar al mundo a las garras de Satanás, que sus reuniones eran orgías desenfrenadas en las que besaban en el ano a un macho cabrío, que ocultaban en un lugar secreto el fastuoso Tesoro Templario fruto de sus latrocinios y mil fantásticas necedades más, todas ellas cuidadosamente preparadas, falsamente testimoniadas y ensayadas por sus acusadores. Perseguidos y detenidos sus miembros por toda Francia la noche del 13 de octubre de 1307 (viernes, motivo por el cual esta fecha resulta de mal augurio), torturados en las prisiones reales para que admitiesen los crímenes contra la Religión de los que se les acusaba y lograda su confesión bajo los más espantosos tormentos, sus numerosísimos bienes fueron transferidos a la Orden del Hospital de San Juan y la Orden del Temple fue declarada disuelta el 3 de abril de 1312 con la bendición del papa Clemente V, que no quiso o no supo oponerse a los dictámenes del rey de Francia.

Hay que decir, en honor a la verdad, que las supuestas atrocidades, misas negras, prácticas diabólicas y demás parafernalia esotérica atribuída a la Orden radicaba en el hecho de que los Templarios adquirieron en Tierra Santa una serie de conocimientos relacionados con un simbolismo religioso poco usual en Occidente: por ejemplo, el uso de la planta circular o poligonal centralizada en algunas de sus construcciones (por ejemplo, la capilla de Santa María de Eunate, en Navarra, entre otras muchas), que tiene su origen en la Cúpula de la Roca de Jerusalén, impresionante edificio que se alza justo enfrente de la mezquita de al-Aqsa y que los templarios, como es lógico, estaban habituados a contemplar, estudiar y visitar a diario. Los arquitectos de la Orden adoptaron este tipo de construcción (imagen del Mundo y de la Perfección divina), que resultaba poco habitual en la Europa de los ss. XII y XIII. Pero todo ello fue utilizado, convenientemente manipulado, para labrar su desgracia.

Tras un largo proceso de difamación y una parodia de juicio sumarísimo, su último Gran Maestre, Jacques Bernard de Molay, pereció en la hoguera junto a Geoffroy de Charnay dos años después, el 18 de marzo de 1314, retractándose de su confesión arrancada bajo tortura y maldiciendo a la Casa de Francia en estos términos:

"Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir. ¡Malditos, seréis todos malditos, hasta la decimotercera generación!"

El pontífice Clemente V (exiliado en la corte papal de Avignon), el "rey maldito" Felipe IV de Francia y el jurista Guillaume de Nogaret morirían en el transcurso de ese mismo año de 1314...

Y así comenzó la leyenda del Temple.

viernes, 9 de marzo de 2012

Sobre la guerra y los guerreros medievales...

En una época como la nuestra, en la que no existen guerras sino "situaciones conflictivas", ni muertos sino "daños colaterales", resulta difícil imaginar que en la Edad Media el hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte eran elementos consustanciales al ser humano, que convivía con ellos con absoluta naturalidad...

La nobleza, especialmente, AMABA la guerra: era su medio de obtener ganancias (botín), títulos, tierras y privilegios (concedidos por el rey en función de su implicación en el combate). La guerra era su medio de vida, aquello para lo que eran entrenados desde la infancia, aquello para lo que habían nacido, hasta el punto de que en latín a los nobles se les denominaba bellatores, es decir, "los que luchan". El trabajo en el campo era para los villanos, los siervos, los campesinos (laboratores) y la oración, la espiritualidad y la cultura para las mujeres y los clérigos (oratores), pero un noble era inseparable de su caballo, de su arnés, de su lanza y de su espada. Y estaba profundamente orgulloso de ello.

En la Edad Media no se hacían levas de soldados. El "ejército de leva", reclutado de ciudad en ciudad, no existirá hasta los Reyes Católicos. Cada noble contaba con sus propios efectivos(mesnada), y cuando el rey los llamaba al combate (llamada al fonsado, se decía entonces) cada uno de ellos aportaba al ejército real por obligación de su pacto de vasallaje tantos hombres como pudiera reunir. Nadie podía sustraerse a esta obligación. Y sólo los "sargentos de armas" (caballeros) y los propios nobles titulares de su feudo tenían el privilegio de combatir a caballo. El resto de mesnaderos formaban la peonada, la carne de cañón, la infantería que se enfrentaba cuerpo a cuerpo al enemigo. Tampoco existían uniformes militares: cada mesnada se identificaba por el estandarte en el que figuraban las armas del noble señor que la mantenía.

El ejército real (hueste) estaba formado por los siguientes elementos:

Las mesnadas: éstas eran tanto la guardia personal del monarca (mesnada real) como los guerreros a caballo y peones sin cualificación aportados por cada noble sujeto a pacto de vasallaje, como ya hemos dicho. Formaban el núcleo central del ejército y solían situarse en el centro de la formación (batalla), con la infantería en medio y la caballería en los flancos o costados (alas), encabezadas por el rey o el noble correspondiente. En el momento del ataque, la caballería cargaba de flanco sobre el enemigo, envolviéndolo, mientras la infantería chocaba una contra otra tratando de causar el mayor número posible de bajas.

Las milicias concejiles: eran las tropas VOLUNTARIAS reclutadas en las ciudades (concejos), que se encargaban de la defensa de su propia ciudad y que combatían para el ejército real por deseo propio (pues no estaban sujetos a vasallaje) a cambio de UNA SOLDADA que se les pagaba con cargo a las arcas municipales o al propio monarca. Solían ser fuerzas de desgaste, a veces bien entrenadas, y raramente contaban con refuerzos de caballería.

Las órdenes militares: cuando el combate era contra enemigos de la Fe cristiana (o sea, los musulmanes en el caso de España) las tropas reales contaban con el apoyo de las Ordenes Militares (las tres más importantes en el reino de Castilla durante el reinado de Alfonso X eran las de Santiago, Alcántara y Calatrava), mitad monjes y mitad soldados. Eran tropas de élite, caballeros en su mayoría, que combatían con un valor extremo, una disciplina férrea y una ferocidad inusitada y tenían prohibido ser hechos prisioneros, por lo que sólo cabía para ellos la victoria o la muerte. Solían ocupar los flancos de la formación, siempre en primera línea, y su intervención a menudo resultaba decisiva en el combate.


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Hay que añadir que en la Edad Media hubo muy pocas batallas campales que requiriesen la llamada "al fonsado". En el siglo XIII, concretamente, sólo hubo una: la batalla de Las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212, que supuso un enfrentamiento de más de 100.000 guerreros entre cristianos (comandados por los reyes Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra) y musulmanes (encabezados por el califa almohade Muhammad al-Nasir, que resultó derrotado y permitió a los cristianos penetrar en el valle del Guadalquivir e iniciar la reconquista de Andalucía). Pero la mayoría de los choques que tuvieron lugar durante la Edad Media fueron pequeñas escaramuzas, expediciones de castigo (llamadas razzias y cabalgadas) o grandes asedios a ciudades (Córdoba, Sevilla, Murcia, Valencia, Mallorca...). Y añadamos que aunque en Las Navas de Tolosa se enfrentaron entre 80.000 y 100.000 combatientes, se trató de una rarísima excepción. A menudo los efectivos al mando de los monarcas de Castilla y Aragón no superaban en el mejor de los casos los 5.000 o 6.000 soldados entre caballeros y peones. En Las Navas hubieron de juntarse tres reyes con sus mesnadas nobiliarias, las milicias concejiles de varias ciudades castellanas y las tropas de las tres principales órdenes militares para alcanzar un número de unos 30 ó 40.000 cristianos frente a 60 u 80.000 guerreros almohades. Unas cifras exorbitadas que casi no volveremos a ver hasta las guerras napoleónicas del siglo XIX.

LA VIRTUD DE UN REY

Uno de los rasgos más destacados de los monarcas medievales era la magnanimidad, es decir, la grandeza de espíritu y la misericordia hacia los vencidos. A este respecto, los cronistas nos cuentan una interesante anécdota acerca de uno de los más poderosos monarcas del reino de Aragón: Alfonso I, llamado "el Batallador" (1104-1134).

Don Alfonso conquistó a los almorávides la ciudad de Zaragoza el 18 de diciembre de 1118. A menudo, a pesar de los esfuerzos por evitar que los pobladores musulmanes abandonasen las ciudades al caer en manos de los cristianos concediéndoles unas capitulaciones honrosas y una serie de privilegios ("fueros"), el miedo a las represalias o el fervor religioso podían más que las promesas de los reyes y muchos moros huían hacia los territorios aún bajo dominio islámico sin que las tropas cristianas lo impidiesen, ya que se trataba de persuadirles, no de obligarles a quedarse. Era necesario, entonces, REPOBLAR los territorios abandonados con nuevos habitantes traídos incluso de diferentes reinos.

Las crónicas nos cuentan que el caso de Zaragoza no fue distinto. Al rendirse los almorávides y entregar la ciudad al rey aragonés, miles de familias musulmanas saraqustíes se dispusieron a abandonar la ciudad con todos los bienes que pudieron acarrear. Cuando todo estaba dispuesto para partir, el monarca hizo detener la caravana de fugitivos a las puertas de Zaragoza y les obligó a mostrarle los tesoros que cargaban con ellos. Muchos de esos equipajes contenían cofres llenos de joyas, sacos con bandejas de plata, copas de oro, monedas y otros objetos valiosísimos que sus dueños legítimos pretendían sacar de la ciudad. El rey y sus guardias contemplaron todo ello con gran interés y con ojos codiciosos, pero cuando los preocupados musulmanes temían ya que iban a verse despojados de sus riquezas, don Alfonso les dijo:

"¡Escuchadme, moros de Zaragoza!: si no hiciese esto, pensaríais que os dejaba marchar engañado porque no sabía lo que os llevábais. Pues bien, ahora que lo he comprobado, os concedo que podáis partir en paz donde os plazca con todos vuestros bienes, pues ningún cristiano ha de privaros de ellos sin ser castigado"

Tal vez esta pequeña historia sea fruto de la invención, pero lo cierto es que la magnanimidad del gran rey don Alfonso I de Aragón y Pamplona era legendaria...

domingo, 4 de marzo de 2012

Santa María de Sigena... (o la historia de una tristeza)

No había estado jamás... Y ya iba siendo hora de rendirle una sentida visita...

Ayer cogí el coche, aprovechando uno de estos fines de semana de puente en los que no hay nada mucho mejor que hacer, y me fui para allá. Como estamos en España y no tengo GPS, la horrenda señalización de carreteras hizo que en Sariñena tomase el camino hacia Bujaraloz en lugar del de Fraga, teniendo que desandar lo andado en Castejón de Monegros para ¡al fin! llegar a Villanueva de Sigena poco antes de las dos de la tarde.

El entorno es una maravilla. Un desvío de 700 metros a la derecha antes de llegar a Villanueva te conduce hasta el exterior de la Capilla Real desde donde pueden contemplarse las nuevas construcciones del cenobio sigenense en el que se educó mi querido y ficticio "pater" dom Enrique de Çaragoça, monje cillerero de Nuestra Señora la Real de Sigena. Una puerta lateral permite la entrada al patio en el que se encuentra la magnífica portada de trece arquivoltas lisas, al lado del arcosolio que hace setenta y cinco años cobijaba la sepultura de Rodrigo de Lizana, hermano de la priora doña Ozenda, muerto en Muret en la infausta jornada del 13 de septiembre de 1213.

Acompañado por una simpática hermana de la Orden de Belén, congregación de origen francés que ocupa el monasterio desde 1986, recorrí la magnífica iglesia cenobial de una sola nave con cubierta de medio cañón apuntado y contemplé la Capilla Real con los sepulcros de don Pedro II "el Católico" de Aragón, de su madre doña Sancha (esposa de Alfonso II "el Trovador" y fundadora del monasterio en 1188) y de sus hermanas doña Dulce (muerta de enfermedad a los doce años por las malas condiciones climáticas del cenobio, construido sobre una antigua laguna cuyos efectos de humedad subterránea aún se dejan sentir en el edificio) y doña Blanca... sepulcros todos ellos vacíos tras la profanación y el incendio del verano de 1936. Ví los escasos jirones de pintura que quedan aún en los muros de la iglesia prioral, antaño cubiertos de magníficas imágenes, y la pequeña escultura policromada de Nuestra Señora de Sigena, réplica de la talla románica perdida para siempre en la azarosa historia del monasterio... Entré en la Capilla del Santísimo (antiguo refectorio de las Cruces de San Juan sigenenses), cubierta con enormes arcos diafragma, y recorrí el impresionante claustro con sus crujías sustentadas por arcos de medio punto, con especial interés en los CINCO arcos que parten de la misma esquina para sostener la techumbre restaurada de uno de los rincones del enorme dormitorio que ocupaban las monjas de Sigena hace ochocientos años. Ví también, desde afuera porque la humedad ha provocado desprendimientos que pueden poner en peligro a los visitantes, la extraordinaria Sala Capitular que ardió durante un mes en los infaustos primeros días de la Guerra Civil, impresionante aún sin sus espléndidas pinturas (hoy exiliadas en el Museo Nacional de Arte Románico de Cataluña) y sin las maravillosas techumbres mudéjares que se perdieron irremisiblemente en el incendio absurdo y salvaje del cenobio...

Se te cae el alma a los pies. Las solemnes ruinas del monasterio permiten hacerse una idea de su importancia y de su grandeza durante la Edad Media. En el siglo XIV, bajo el priorazgo de doña Blanca de Aragón y Anjou, alcanzó Sigena su máximo esplendor convirtiéndose más en un palacio que en un monasterio, donde cada hermana sanjuanista -todas ellas hijas de nobles familias aragonesas- edificó su propia celda en los rincones más inverosímiles, construida a sus expensas y ornamentada con obras de arte de calidad extraordinaria...


Nada de ello queda en la actualidad. Apenas el esqueleto de lo que fue y que, a duras penas, medio centenar de monjas tratan de mantener vivo. A la bancarrota, el abandono, las desamortizaciones del siglo XIX y la salvaje y absurda venganza de las columnas anarquistas catalanas que lo redujeron a cenizas en el verano del 36 (y que hizo reflexionar a su líder Buenaventura Durruti: "Este incendio nos va a hacer más daño que los cañones de los fascistas") se unieron a partir de los años 70 y 80 el despojo salvaje, el robo y la venta ilegal de los bienes que aún atesoraba en monasterio, los cuales fueron a parar a los museos de Barcelona y Lérida, dejando a Nuestra Señora la Real de Sigena convertido en un fantasma del pasado por cuyas ruinas paseó dom Enrique de Çaragoça con el alma encogida de nostalgia y de tristeza. Aunque es magro consuelo, entre 1910 y 1936 estudiosos y fotógrafos como A. Mas, J. Gudiol, J. Soler, R. Compairé y J. Luesma recogieron una ingente cantidad de imágenes del monasterio antes de su destrucción. En 1997 la Diputación de Huesca editó un librito interesantísimo con una recopilación de buena parte de esas fotografías que, junto con las piezas dispersas en los museos catalanes, son el único testimonio visual que perdura de los tesoros artísticos de Santa María la Real de Sigena...

Marché de allí con una sensación de abatimiento, no sin antes comprar una pieza de cerámica con la que las monjitas de la Orden de Belén tratan de ganarse la vida. No podía hacer menos. Y regresé a la vieja Zufaria pensando que Dom Enrique de Çaragoça tuvo mucha más suerte que yo...