martes, 28 de febrero de 2012

Sucedió un cinco de marzo, en Zaragoza...




No había pasado aún demasiado tiempo desde que las tropas francesas aprendieron en las calles de la capital maña cómo las gastaban sus habitantes si se trataba de defender su ciudad cuando de nuevo la Historia iba a ponerlos a prueba…

Las circunstancias

Acabada la Guerra de la Independencia, atravesado un período de intransigencia política y muerto el rey don Fernando VII “el Deseado” en 1833, España estaba de nuevo sumida en el caos, esta vez motivado por una guerra civil: la que enfrentaba al hermano del rey difunto, don Carlos, con su sobrina la ya reina Isabel, que apenas contaba tres añitos de edad. Recaía la regencia en su madre, la reina doña María Cristina de Borbón, y el levantamiento de don Carlos -llamado “el Pretendiente”, que se oponía a Isabel como sucesora en el trono argumentando que en tiempos de Felipe V de Borbón (1707-1746) las leyes de sucesión al trono de España habían decretado la preeminencia de los varones por delante de las mujeres- dió lugar a la Primera Guerra Carlista, que supuso un enfrentamiento no sólo dinástico sino también ideológico que partía ya de décadas anteriores. Los “carlistas” agrupaban a la tradición religiosa católica más intransigente (los llamados “apostólicos”, "realistas" o "serviles") y defensora de la foralidad vasco-navarra (donde tenía profunda raigambre) mientras que el bando “cristino” abanderaba un liberalismo centralista incipiente que, muy lejos de ser todavía democrático, resultaba al menos más moderado y tolerante que el ideario del Carlismo.

En estas circunstancias históricas, pues, tuvo lugar el ataque que la ciudad de Zaragoza sufrió por parte de las tropas del Pretendiente. Tras cinco años de guerra en la que habían descollado figuras como Tomás Zumalacárregui, Ramón Cabrera o Rafael Maroto en el bando carlista y Baldomero Espartero -especialmente- o Leopoldo O'Donnel en el cristino, Zaragoza constituía una magnífica posición estratégica, fuertemente protegida por una importante guarnición isabelina. Pero la noticia de que la ciudad había quedado prácticamente indefensa al haber partido sus soldados hacia el Maestrazgo (la provincia de Teruel era la más procarlista de Aragón, con Cantavieja como plaza fuerte principal) para detener a las tropas rebeldes en su avance hacia el norte hizo que el general Cabrera enviase contra la ciudad al general Juan Cabañero al mando de 2.800 infantes y 300 hombres de caballería, mas no con el ánimo de ocuparla (ya que estas tropas eran insuficientes para defenderla posteriormente) sino únicamente para saquearla. Parecía una presa bastante fácil…

La batalla

La madrugada del cinco de marzo de 1838 los alrededores de la puerta del Carmen (o Baltax) hormigueaban de uniformes azules y gorras rojas de los soldados carlistas, que entraron sigilosamente en la ciudad con la ayuda de sus partidarios en el interior de sus murallas. Amparándose en la oscuridad y en el silencio absoluto, las tropas de Juan Cabañero fueron tomando posiciones hasta llegar al Coso y a otros puntos estratégicos incluso dentro del casco viejo. Los soldados carlistas habían penetrado fácilmente en Zaragoza, aún era noche cerrada y parecía que la intentona iba a verse coronada por el éxito…

Entonces sucedió lo imprevisible. Desde un balcón del Coso zaragozano, un ciudadano encendió una lámpara, descubrió a los atacantes y dió la primera voz de alarma: “¡Los carlistas! ¡Los carlistas! ¡Todos a la calle con las Milicias Nacionales!”… (éstas eran las fuerzas voluntarias liberales creadas por el Gobierno al servicio de la causa isabelina). En muy poco tiempo, desde balcones, ventanas, portales y esquinas comenzaron a llover macetas, sartenazos, pedradas, cuchilladas, golpes con utensilios de cocina y agricultura, disparos de armas de caza, jofainas y palanganas de aceite y agua hirviendo y los más insospechados objetos contundentes sobre los sorprendidos y aterrorizados asaltantes mientras las tropas de las Milicias Nacionales salían armadas a la calle para repeler la agresión. Se cuenta incluso que el general Cabañero, muy satisfecho por el desarrollo inicial de la operación, había entrado en una chocolatería con arrogancia (es de suponer que despertando a sus dueños) y pedido un chocolate como desayuno… chocolate que no pudo siquiera empezar a disfrutar, viéndose obligado a salir de nuevo a la calle, alarmado, y tomar el mando de sus ahuyentadas tropas.

La noticia de que el resto de la guarnición cristina de Zaragoza podría estar de nuevo en camino hacia la ciudad para socorrerla decidió al general carlista a abandonar la intentona. Antes del mediodía de ese 5 de marzo los soldados de Juan Cabañero habían abandonado apresuradamente la ciudad, dejando abandonados en sus calles más de trescientos cadáveres. Zaragoza estaba salvada gracias al valor, el arrojo y la decisión de sus habitantes.

Tras el fracaso de la “cincomarzada” se concedió al escudo de la ciudad la noble titulación de “Siempre Heroica” (S.H.), se conmemoró anualmente con una fiesta popular (la primera que se celebró con carácter no religioso) y se le dio el nombre de Cinco de Marzo a una calle aledaña a la Huerta de Santa Engracia (hoy Paseo de la Independencia). Y aunque durante la dictadura de Francisco Franco dicha calle fue cambiada de nombre y pasó a llamarse Requeté Aragonés (en honor a las milicias del Partido Tradicionalista que combatieron con el bando rebelde en la Guerra Civil española), en 1977, tras la muerte del dictador, se le devolvió la denominación original que todavía hoy conserva. Además, desde los años 80 el Concejo zaragozano recuperó de nuevo la festividad que conmemoraba este espontáneo y valeroso hecho de armas, celebrándola con una fiesta popular al aire libre en memoria de aquellos hombres y mujeres que se lanzaron a la calle sin dudarlo, en defensa de su ciudad, aquel lejano 5 de marzo de 1838…


EPÍLOGO:

Cuando en el año 1840 el general Juan Cabañero (que había cambiado de bando tras la victoria liberal sobre los carlistas) volvió a entrar en Zaragoza, esta vez al frente de las tropas isabelinas llegadas para combatir al general Ramón Cabrera, se dice que los zaragozanos (haciendo gala de su tradicional "retranca") le gritaron a su paso por las calles de la ciudad: "¡Cabañero... que se te está enfriando el chocolate!"

¡Si es que somos la leche!...