viernes, 25 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO 2010

Posiblemente ya muy pocas personas se acuerdan de que hace unos 2010 años, uno arriba o uno abajo, nació en Belén un crío que estaba llamado a ser el Mesías, el Redentor, el Salvador del género humano. A veces a mí me cuesta recordarlo. Las luces del Corte Inglés son tan vistosas que hacen olvidar qué es lo que realmente se celebra...



No creo ni confío en absoluto en una Iglesia anquilosada, con un clero encabezado por un anciano achacoso que no tiene los pies en la Tierra, que viaja a África (el continente más castigado por lacras como el SIDA o la superpoblación) para recomendar la abstinencia sexual y condenar el uso de métodos anticonceptivos, que se preocupa más por las bodas entre homosexuales que por la verdadera Justicia Social, una Iglesia politizada hasta límites nauseabundos, vomitivos, una Iglesia que nada tiene que ver con mis creencias y a la que repudio sin ninguna vergüenza...



Pero sí me aferro a la idea de que hace muchos, muchos siglos nació un hombre bueno, que decía cosas buenas. Ni siquiera estoy seguro de que fuese el Hijo de Dios, como nos han machacado tantas veces, porque tampoco tengo la certeza de que exista realmente tal Dios. Pero sé que merece la pena el mensaje que nos dió, o, al menos, el modo en que se comportó. Un hombre que te pide que ames, que ames por encima de todo y a todos, no puede ser una mala tabla a la que asirse cuando caes en brazos de la desesperación y la amargura...



Por eso, por ese tipo, ese tal Jesús de Nazareth que me cae bien, porque al fin y al cabo nunca le hizo daño a nadie y vino con toda la buena voluntad del mundo a darnos un poco de esperanza en un mundo tan desesperanzado como es el nuestro, os deseo una Feliz Navidad recordándoos que aún hay cosas por las que merece la pena luchar: la búsqueda de la felicidad, la familia, los amigos, el amor y el sentirse bien con los demás y con uno mismo. Sin necesidad de belenes, árboles de Navidad, Reyes Magos ni ritos impuestos. Sólo porque merece la pena...



Feliz Navidad a todos.



Y, en otro orden de cosas, aprovecho el blog para recordaros lo siguiente:

Para celebrar ese nacimiento como se merece, el próximo lunes, 28 de diciembre, en la parroquia de San Agustín de Zaragoza (Avenida de Cesáreo Alierta, 78), a las siete y media de la tarde el grupo coral "Las Cigüeñas" ofrecerá un recital de villancicos con la participación del insigne tenor solista don Enrique Villuendas, también conocido como "Maese Enrique de Çaragoça", "Enrique Aznar Pardo", "Herodoto" o "ese chico gordico tan simpático que tiene un blog muy majo".



Os espero a todos, cachorrillos...



Un abrazo.

domingo, 20 de diciembre de 2009

FIESTA EN ZUFARIA





Pues, señores, sabed que el próximo 31 de diciembre, día de San Silvestre, un grupo de excelentes amigos celebrarán la entrada del nuevo año 2010 en las cámaras del castillo de Zufaria...



Gran ilusión faz al señor de la fortaleza zufariense la presenzia e agasajo de sus invitados, de tal modo que todos sus esfuerzos se verán volcados en hacerles sentir como en su propia casa e aún mejor, si tal cupiese. Pues es el alma aragonesa generosa por naturaleza propia, e antes se secarán los mares e se inundarán los desiertos que permitir un noble aragonés que sus invitados pasen la más mínima privación, tanto en el yantar, como en el beber, el calentarse al amor del fuego o el divertirse con mil historias, chascarrillos, bromas e juegos.



Limpias son ya las estancias, presto el ánimo, invitados los comensales, confirmada la su asistencia, adereçada la pernocta, ornadas las cámaras, puesto a la fresca el vino e dispuesto todo para que, en fin, se lleven los amigos el mejor recuerdo e la mejor vivencia que imaginarse puedan de una tierra dura e inmisericorde con el campesino que la labra, pero precisamente por ello abierta, hermosa e magnífica para el amigo que la visita y que se acoge a su hospitalidad.



¡Venid, damas e señores!



¡Zufaria os espera!

martes, 8 de diciembre de 2009

Elogio del profesor



Al hilo de la anterior entrada, me gustaría aquí ponderar una labor que no siempre es reconocida y que a menudo he escuchado denigrar con una frase que a veces consigue sacarme de mis casillas. Ya sabéis... Eso de "¡Qué bien vivís los profesores!"

Supongo que para quien no conoce los interiores de la labor docente, un profesor de educación secundaria es una persona que trabaja cinco horitas diarias, tiene tres meses de vacaciones en verano, diez días en Semana Santa y otros quince por Navidad, a cambio de dar unas cuantas clases, corregir unos cuantos exámenes y trabajos y firmar las actas de evaluación una vez cada tres meses. Lo bueno es que, visto así, tienen razón. ¡Qué vidorra! ¡Y encima, sin soportar a un jefe que les amargue la vida, cogiéndose una baja por depresión cuando les da la gana y cobrando un pastón por el trabajo! Casi nada lo del ojo. ¡Yo también quiero!...

Sin embargo, a lo mejor habría que aclarar unas cuantas cosas. La primera de todas, por ejemplo, podrían ser para empezar los cinco años de carrera, los otros tantos de oposiciones, la inestabilidad de las interinidades y la coña de los desplazamientos cuando tu puesto de trabajo se encuentra a cincuenta, cien o más kilómetros de tu residencia habitual..

Una vez superados estos primeros problemillas, que muchas otras profesiones tal vez poseen y viven mucho peor que nosotros, pasamos a la segunda parte. Una segunda parte que empieza cuando ya te han dado tu horario y te han asignado tus grupos de alumnos y entras al aula para impartir tus clases. En definitiva, para hacer tu trabajo. Un trabajo que, de entrada, no se hace solo: hay que preparar la clase, hay que escoger una metodología y unos recursos didácticos, y elaborar una programación personal, tuya e intransferible, que hay que adaptar a las peculiaridades de las fieras de 13 ó 14 años que tienes delante y a las que la economía en el imperio bizantino, la biografía de Carlomagno o los relieves en cuesta de la Depresión del Ebro les importan literalmente un cojón de mico. Y hay que transmitirles esa información, hay que enseñarles a comprenderla y estudiarla. Tienen entre 12 y 15 años. Su informatizado mundo, hoy, es la PlayStation o la Wii, las redes sociales (Facebook, Tuenti, Hi5), el móvil para intercambiarse mensajitos SMS y el messenger. En el mejor de los casos, algunos sienten afición por los libros de Tolkien o los Harry Potter de la Rowling. Y en un porcentaje elevado de casos, son chavales completamente desmotivados (¿o es que os creéis que impartir una clase sobre la sociedad medieval vestido con gambesón, almófar, yelmo, espada y escudo lo hago sólo para divertirme?), muchas veces mimados, consentidos y protegidos por sus padres quienes, además, se desentienden de su proceso educativo y sólo exigen hablar con el tutor cuando ha caído la Maza de Fraga y a su pequeño ha tenido la osadía de suspenderle, amonestarle o castigarle un mierda de profesor que no sabe hacer su trabajo y no le pasa de curso sin necesidad de estudiar, fíjese usted, con lo guapo, y lo bueno y lo estupendo que es su niño... O su niña, que a veces casi son peores.

No son todos, naturalmente. Pero sí son bastantes. Afortunadamente hay chavales con los que merece la pena trabajar, chavales a los que consigues que te atiendan en clase porque realmente ves que les interesa lo que les estás contando, lo que están aprendiendo y cómo se lo transmites. Chicos y chicas que apuntan maneras, que ves cómo evolucionan ante tus ojos (esa es la maravilla del ser humano, nadie como los profesores podemos apreciarlo así).

Pero también ves alumnos, demasiados, que están en el fondo de un pozo, o cayendo en él. Que no te dejan ejercer tu tarea, y muchas veces tampoco a sus compañeros. Y esos son los que realmente interesan: enseñar a quien quiere aprender es fácil, el reto se encuentra en el chaval que te jode la clase, el que ha decidido que su futuro se encuentra en dejar pasar la vida como venga, tanto si es partiéndose los lomos en una zanja o acarreando ladrillos en una obra (trabajos dignísimos pero duros de cojones) o acabando delante de un juez de menores o, en el peor de los casos, en la celda de una prisión o en un hospital o el nicho de un cementerio con una sobredosis de algo (pastillas, coca, heroína, navajazo o lo que sea). Estremece pensar que todos tus esfuerzos no han servido de nada y produce una insondable tristeza comprobarlo...


Yo he visto a compañeros y compañeras arrojar la toalla, salir llorando de una clase diciendo que hasta aquí hemos llegado, oyéndose decir "no me ralles, déjame en paz, puta gorda de mierda" por haberles llamado la atención en medio de una explicación que habían decidido que no les interesaba o incluso recibir un puñetazo en la boca del estómago por haberse atrevido a quitarle a un alumno el i-Pod o el móvil en clase cuando no debían tenerlo encendido y tener que afrontar una denuncia de los atentos papás por robo o por injurias, habiéndole llamado al niño/a "maleducado", "gamberro" o "salvaje". Y hasta ahora he tenido una suerte tremenda, porque no ha sido mi caso. Pero hay clases que son verdaderas jaulas de tigres y hay que tener mucho, muchísimo estómago, muchos huevos para entrar en ellas. Y hay centros (demasiados, muchos más de lo que imaginamos) en los que no es extraño no ya oler a tabaco en algunos lugares específicos (recordando, de paso, que nadie puede fumar en un centro educativo, ni profesores ni mucho menos alumnos) sino directamente a marihuana... Para lo cual es preciso el necesario trapicheo previo.

Y, sin embargo, a pesar de todo eso, les quieres y sientes una inmensa lástima por ellos. Les quieres porque a veces no tienen a nadie más que lo haga, y les tienes que aguantar demasiadas cosas con infinita paciencia por compasión, por miedo, incluso, a sus reacciones y porque no pierdes la esperanza de recuperar al menos un poquito de la buena persona que aún pueden llevar dentro. Y son unos hijos de mala madre y de peor padre, y no cuentas con el apoyo de sus familias (muchas veces desestructuradas), y tienes ganas de meterles dos hostias bien dadas (las que no recibieron cuando deberían), pero tienes que callar, y aguantarte hasta límites insospechados. Hasta que, naturalmente, la cuerda se rompe de tanto tensarla y viene la depresión, la dejadez y el abandono... La nuestra es una profesión vocacional que requiere, lo primero de todo, amor hacia lo que haces, hacia cómo lo haces y, sobre todo, hacia quienes son los destinatarios de tu trabajo, que son los alumnos. Y hay que valer para ejercerla. No todo el mundo está capacitado ni tiene la valentía suficiente para hacer frente cada día a los sinsabores que te esperan detrás de la puerta de un aula. Por muchas alegrías que también puedas tener y que, en el cómputo general al término de tu tarea cotidiana, son mucho más magras que las desilusiones. Pero aún así, hay gente que tiene el cuajo de decir que todo eso son gajes del oficio y que todo entra en el sueldo que alegremente cobramos a fin de mes...

A todos esos tal vez habría que recordarles que nuestro trabajo es el de docentes. No el de policías, ni el de psicólogos, ni el de padres adoptivos de unos hijos que nos vienen adjudicados a dedo y con cuyos padres naturales, a veces, te toca luchar también (a brazo partido, creedme) porque no admiten autoridad alguna sobre sus hijos por encima de la que ellos no saben, no pueden o no quieren ejercer. Yo he oído a uno de ellos soltar alegremente en una reunión que "los profesores tenemos que ganarnos el respeto de los alumnos". Así, como suena. No "enseñar", no. Lo primero, "ganarnos el respeto". La autoridad no se transmite en casa, en la educación diaria, en la labor familiar... No es labor de los padres. Hay que ganársela en el aula. Con dos cojones.

Por eso quiero en esta entrada hacer un elogio del profesor, del docente, del profesional comprometido. Y no me refiero a mí sino a Sofía, por ejemplo, una de las mejores jefes de estudios con las que he trabajado nunca. O Isabel, la directora, o Samanta, la orientadora, idem de idem. O a José Antonio, el de Ciencias Naturales. O a Maite, de Matemáticas. O a Javier Galdeano (de la Unidad de Intervención Educativa Especial, la UIEE, los GEOS de la enseñanza, como yo los llamo), Julio (un verdadero ejemplo de compañero, de profesor y de persona), Pilar (una delicia de mujer, una auténtica profesional, con una sensibilidad que ya la quisieran muchos padres que se dicen preocupados por sus hijos), Alejandro, Mari Mar, Concha, Sara y tantos y tantos otros que, sólo en el IES donde trabajo, dan el callo todos los días por su vocación y por sus desvelos, sinsabores y alegrías...

Ahora, hacedlo extensivo a todos los profesores de todos los centros que, dicho sea de paso, muchas veces aún lo pasan peor que nosotros...

Y contadme después lo bien que vivimos los profesores, que no nos ganamos el sueldazo que cobramos (y que, os aseguro, no es para tanto, sobre todo cuando te aplican un 40% de IRPF en la nómina y te cagas en la madre que parió a los ajustes).

jueves, 3 de diciembre de 2009

Carta de un imbécil

A veces en esta vida uno se lleva sustos. Y además, sustos innecesarios, por comportarse como un imbécil

Yo ya hacía tiempo que me encontraba mal. No era nada especialmente doloroso, pero sí persistente y molesto. Dolores de cabeza... Malos despertares... Pesadez en las piernas... Y, naturalmente, ese agujero del cinturón cada vez más abierto, esa ropa que antes me podía poner y ahora no...

Y como un perfecto imbécil, lo echaba todo al trastero fingiendo que estaba como una rosa. Y sin tomarme las pastillas porque... p'a qué, si me encontraba razonablemente bien... Ya se me pasará...

Pero no se pasaba. Al principio me dolía la cabeza uno o dos días cada mes... Luego fue cada quince días... Y últimamente, no había semana que no me doliese al menos tres o cuatro días seguidos...

Y la familia avisando. Y el pesado de mi padre metiéndose conmigo. Y mi hermana, y mi tía, y mis amigos... Y yo, como un imbécil, pasando de todo y poniéndome morado, comiendo lo que me daba la gana, sin orden ni concierto, sin dieta ni Dios que te lo crió...

Hasta que fui a la revisión médica, más que nada por no escucharlos más... Y también ¿por qué no decirlo?... porque tenía ya algo de miedo. A los 43 años conozco gente que le ha dado ya un jamacuco. Y me queda mucho por hacer...

Así que fui al médico. Y salí blanco. 147 kilos. 20-13 de tensión. Triglicéridos, colesterol, diabetes... de todo. El buen caballero no me dejó salir de la MAZ sin tomarme una pastilla para que me bajase la tensión. Y me suplicó que fuese al médico de cabecera ipso facto, esa misma tarde, porque estaba al borde de... algo. Un infarto, un ictus, un derrame cerebral...

Jodo

Te planteas las cosas de otra manera. Fui al de cabecera y me puso firmes. La doctora Ana Hernández. Que, dicho sea de paso, es una señora estupenda. Pero eso es lo de menos. Viendo a mis sobrinos, a mis amigos en esos eventos de Fidelis Regi, a mis compañeros de trabajo, a mis alumnos... me dije que todo eso era muy importante, demasiado importante y maravilloso para echarlo todo por la borda por ser un perfecto imbécil.

Así que reflexioné. La Muerte no entra dentro de mis planes, al menos a corto plazo, y cuando te dicen que de seguir así a los 45 no vas a llegar... pues te cagas por la pata abajo.

Así, pues, a todos los que tratábais de impedir que siguiera siendo un imbécil... A mi padre... A mi madre. A mis tíos. A mis hermanas Susana y Elena... A mis sobrinos Miguel Ángel, Rafael, Leonardo y Raquelita (que algún día me los voy a comer vivos de lo ricos que son). A José Luis y a Juan, mis cuñados. A Rafa, a Jesús, a Luis, a Carlos, A mi admirado Ximeno Cornel, a Rocío, a David, a Ana... a todos ellos... A mis compañeros de trabajo. A mis alumnos... Y también, por qué no, a Izaskun, que no deja de ser una buena ayuda a pesar de lo poquísimo que la conozco y de lo estupenda que es... A todos os quería decir que el imbécil ha dejado de serlo. Que sois todos demasiado importantes para perderos por seguir siendo un imbécil, por no hacer nunca caso de nadie, por hacer mi santa voluntad y no cuidar de mí mismo. Que es todo demasiado bonito y que tengo demasiada suerte para jugar con mi salud...

Y que gracias, de verdad, a todos por estar ahí. Cuidándome como yo no he sido capaz de hacerlo.

Llevo quince días con un nuevo plan de vida. Comida sana. Medicación adecuada. Control médico... Y ya se nota. La tensión ha bajado, los dolores de cabeza ya no me atormentan, he perdido siete kilos y me empieza a caber ropa que hace meses no me podía poner, sin que me importase un bledo. Seré imbécil... Y ahora sé que me queda un largo trecho de vida cuidándome por todos los años que no lo he hecho.

No me abandonéis... Os necesito. A todos.

Enrique