sábado, 18 de julio de 2009

LOS BURGUESES DE CALAIS


Ocurrió en junio del año 1347, poco después de la victoria inglesa en Crécy (otra batalla de arqueros que merecería la pena desarrollar, maese José Luis). Nos cuenta mi colega el cronista francés Jean Froissart que tras la batalla (septiembre de 1346) el rey Eduardo III de Inglaterra puso sitio a la ciudad de Calais, que resisitió denodadamente hasta el verano. Durante el sitio se dieron episodios tan crueles como la muerte de 500 niños y ancianos al pie mismo de las murallas. Habían salido de la ciudad para facilitar la resistencia de la misma (que se estaba quedando sin víveres después de que los ingleses interceptaran un envío) y el rey Eduardo no les dejó pasar sus líneas, de modo que perecieron de inanición a la vista de sus compatriotas y de los sitiadores.


Ante la desesperada situación de la ciudad, el alcalde de Calais ofreció a los ingleses la capitulación de la ciudad a cambio de que se respetasen las vidas de sus habitantes, pero el rey Eduardo rechazó la oferta, indignado de que una población que estaba a punto de caer y que le había costado tanto tiempo, hombres y dinero, se atreviera a imponer condiciones. Calais debía rendirse incondicionalmente.


Pero los propios hombres del rey le convencieron de que los habitantes de la ciudad sólo eran culpables de haber sido fieles al monarca galo, con lo cual finalmente Eduardo III se ofreció a respetar la vida de los habitantes de Calais si seis hombres notables, seis burgueses pertenecientes al Concejo, se rindieran ante él junto con las llaves de la ciudad, vestidos en camisón y con una soga amarrada a sus cuellos.


El alcalde reunió en la Plaza de la villa a todos los habitantes y expuso las condiciones del sitiador, ante lo cual seis notables personalidades del Concejo ofreciéronse en sacrificio para salvar la vida de sus compatriotas. Eran Eustache de Saint-Pierre, los hermanos Jacques y Pierre de Wissant, Jean de Vienne, Andrieu d'Andres y Jean d'Aire. Los seis se vistieron con camisones, colgaron sogas de sus cuellos y con gran dignidad salieron por la puerta de la ciudad al encuentro del monarca inglés y ante los sollozos y agradecimiento de sus conciudadanos.

Y dice el cronista que al verlos arrodillarse llorando ante él y ofrecerle las llaves de la villa, Eduardo III los miró con odio y ordenó que los colgasen, pero ante las súplicas de sus propios caballeros y de su misma esposa, la reina Felipa de Hainault, Eduardo sucumbió a la benevolencia y entregó a los seis hombres a la custodia de su mujer, quien les retiró las sogas y los condujo, a escondidas, fuera del campamento inglés, librándoles de la muerte.

Calais permanecería en manos inglesas más de doscientos años (hasta 1558)

La historia, además de hermosa, tiene un brillante epílogo: en el año 1895, después de muchas gestiones y trabajos, Los burgueses de Calais fueron inmortalizados por el gran escultor francés Augusto Rodin, que erigió en la Plaza de la Ciudad donde tuvo lugar la presentación voluntaria de los sacrificados personajes uno de los grupos escultóricos más notables y bellos de la historia del Arte.




Como curiosidad debo destacar que en un principio Rodin decidió no incluir ningún pedestal al grupo escultórico, de manera que sus protagonistas se mezclasen con el pueblo francés por el que ofrecieron su sacrificio. Pero en 1924, tras la 1ª Guerra Mundial, se elevó la escultura sobre un pedestal sobre el que hoy podemos verlos:



Una hermosa historia...

Familia...


Ya os he hablado de ellos, pero tengo que volver a hacerlo...

Esta noche nuevamente se han quedado a dormir en mi castillo de Zufaria mis sobrinos Miguel Ángel y Leonardo. Para mí este hecho, trivial si lo miramos fríamente, es siempre motivo de fiesta y de gran alegría. Ya conocéis a estos niños por otra de las entradas del blog. Esta vez ha sido parecida a la anterior: los pequeños han entrado en mi casa como en un parque de atracciones, es fantástico comprobar cómo cualquier novedad es vista como un motivo de asombro y regocijo a los ojos de un niño.

Para empezar, les he preparado a todos una cena de las medievales: montones de platos distintos, picoteo variado y exquisiteces; unos canapés, unas pizzas para los pequeños, langostinos, pulpo al ajillo, mejillones, chorizo, fuet, salchicas de frankfurt fritas en trocicos, mortadela de pavo, unos postres de crema de yogurt muy ricos y unos pastelitos, todo ello regado con refrescos para los niños (sin azúcar y sin cafeína) y mucha cerveza sin alcohol para mi hermana, mi cuñado y yo y agua mineral bien fresquica para todos. Se han puesto las botas.

Y luego, lo de siempre: juegos en el ordenador, risas, chistes, una película en la tele (Indiana Jones y la última cruzada) y, a las tantas de la madrugada, a dormir con un beso de buenas noches y unas sonrisas de agradecimiento preciosas. Son unos niños encantadores.

Luego, por la mañana, despertar tarde y desayunar en el bar: otra aventura. Un bar de ambiente cazador (ojo, no "de ambiente" a secas) , con cabezas de animales disecadas, escopetas en las paredes, una diana de dardos y una máquina de esas de pinzas para atrapar cosas varias, en la cual les he conseguido un estuche para el cole y unos cuernos de diablo que se encienden con pilas, como los de AC/DC en sus conciertos. Tres euros muy bien gastados, qué demonios, vistas las caritas de asombro y satisfacción de los pequeños, que estaban contentísimos y emocionados.

En fin, qué os voy a contar. Son mis sobrinos, y yo su tío. Y más orgulloso y "pincho" que un marqués.

martes, 14 de julio de 2009

Invitación de boda

Esta es la invitación de boda de Carlos y Rocío. No es obra mía, sino del Maese escribano Enrique de Çaragoça y en ella se han utilizado tintas, cálamos, plumillas, pan de oro, fuentes históricas (Vidal Mayor, Techumbre de la catedral de Teruel...) y aproximadamente 16 horas de afecto y cariño hacia unos maravillosos amigos...



Espero que os guste...

lunes, 13 de julio de 2009

Las Navas de Tolosa. F. García Fitz

Tópicos. La Edad Media fue un período de guerras, de grandes batallas campales, de asedios y de asaltos, cabalgadas y algaradas. Y dentro de esas batallas campales, la carga de la caballería pesada, los grandes señores de la guerra batiendo el terreno sobre sus corceles contra las filas enemigas, las piernas estiradas y la lanza en ristre, era la que decidía el resultado del choque.

Topicazos aprendidos de una historiografía nutrida por las crónicas de quienes vieron en la guerra sólo su parte heroica, deslumbrados por las hazañas de los caballeros que, dicho sea de paso, les daban de comer, vestir y holgar. No es extraño que estos juglares, escribanos y amanuenses se vieran deslumbrados por los escasos grandes choques de ejércitos y narrasen con todo lujo de detalles su desarrollo, sin ahondar en el hecho de que precisamente esas grandes batallas eran algo extremadamente inusual que muy pocas veces se buscaba, puesto que su resultado era tan incierto y estaba tan en manos del azar que pocos monarcas medievales se atrevían a enfrentarse en campo abierto para medir sus fuerzas bien fuera contra musulmanes o bien contra otros monarcas enemigos.
Todo ello es muy claramente expuesto por el historiador Francisco García Fitz en su obra Las Navas de Tolosa, un estudio muy pormenorizado, documentado y ameno de esta batalla, sin duda la más importante de toda la Reconquista española y la única en la cual expresamente el rey Alfonso VIII de Castilla buscó el enfrentamiento con el Miramamolín almohade Yusuf al-Nasir con el fin de aniquilar su ejército impidiéndole la entrada en el reino de Castilla y acabando con la amenaza del Islam en sus territorios. Sólo así se explica tanto el acopio de tropas conseguido por el monarca castellano (contó con el apoyo de Aragón, Navarra, Castilla, las Órdenes Militares templaria y hospitalaria, tropas de los concejos de las principales ciudades del reino y gentes ultramontanas del Languedoc, que abandonaron el campo antes de enfrentarse a los musulmanes tras la toma de Calatrava la Real) como el tratamiento de Cruzada que concedió el papa Inocencio III a la campaña contra las fuerzas de al-Nasir.
Sin embargo -abunda en el tema el profesor García Fitz- una batalla de tales características fue algo completamente inusual en la España de la Reconquista. La guerra medieval, generalmente, se desarrollaba en forma de pequeñas acciones tales como asedios y asaltos a castillos y ciudades, cabalgadas para arrasar los campos circundantes, talas y quemas de bosques para privar de madera a los asediados y construir máquinas de asalto, destrucción de aldeas, ejecuciones y un cúmulo de otras acciones encaminadas al asedio de castillos y ciudades, el terror de sus pobladores (lo que llamaríamos "guerra psicológica") y la esquilmación de sus tierras para lograr su rendición.
Los ejemplos que ofrece el profesor García Fitz son innumerables: prácticamente la totalidad de las batallas en la Edad Media fueron encuentros producidos durante el asedio a una ciudad o la prestación de ayuda a los asediados. Y sólo Las Navas tuvo la peculiaridad de ser un encuentro buscado por los reyes cristianos ex profeso y con la intención expresa de aniquilar al ejército enemigo.
Una obra que merece la pena leer. Basten los párrafos precedentes para despertaros el gusanillo de querer saber más sobre el tema...

martes, 7 de julio de 2009

PERACENSE




A diecisiete kilómetros de Monreal del Campo, en la provincia de Teruel, no lejos de la torre de Singra, se encuentra uno de los castillos más espectaculares de Aragón: Peracense. Curiosamente, frente a la popularidad de Loarre (que parece que no exista en Aragón más castillo que ése, por muy hermoso y bien conservado que esté), no es una fortaleza demasiado conocida, tal vez precisamente porque se encuentra en Teruel y no es habitual que en nuestra tierra se preste demasiada atención a las peculiaridades de esta provincia aún demasiado olvidada. Pero en verdad es una obra de ingeniería poliorcética que en nada desmerece a los más impresionantes castillos no ya de nuestra comunidad, sino de toda España.

Aunque la presencia humana en esta zona se remonta a la Prehistoria, los impresionantes muros y estancias de este castillo datan del siglo XIV, cuando la Guerra de los Dos Pedros asolaba el solar aragonés y la guerra de asedio se encontraba en su punto álgido. Construido en piedra roja de rodeno, perfectamente mimetizado con el entorno y señoreando las alturas de la serranía donde se alza, Peracense constituye una proeza de ingeniería castellológica cuyo análisis arroja la conclusión de que un asalto a sus muros debía resultar francamente difícil, si no imposible, debido tanto a su ordenación y disposición como a la solidez de sus paramentos.

Como es habitual en este tipo de recintos, en Peracense todo está pensado para que cada parte del castillo pueda ser defendida independientemente. El primer aproche a la muralla exterior lo dificulta un camino de acceso difícilmente franqueable a un ejército en disposición de combate, esto es, en formación de muro de escudos para detener los proyectiles disparados desde la posición defensiva, por cuanto la estrechez del paso obligaría a una aproximación en fila de a dos o de tres (a lo sumo), facilitando a los defensores la defensa vertical del primer recinto desde los caminos de ronda.


En el improbable caso de que el aproche tuviera éxito y los atacantes lograsen penetrar en el primer recinto -a costa de perder varias decenas de soldados en el intento- fácilmente se podría disponer de una tropa de avanzada que les hiciese frente en el propio camino de acceso a la segunda poterna, desde cuya altura también podría desarrollarse una eficaz defensa vertical, habida cuenta de que el acceso al segundo recinto se halla también en rampa, lo que dificultaría extraordinariamente el avance de unos atacantes desfallecidos por el cansancio y agobiados por el peso de sus armas y por la resistencia encontrada en el primer asalto a la muralla exterior.

Pero aún en el caso de hallarnos ante un ataque tenaz, resolutivo y bien coordinado que lograse subir con grandes esfuerzos hasta el segundo glacis, los defensores habrían tenido tiempo de establecer una última línea de defensa ante la cual, irremisiblemente, se estrellaría el ímpetu de los atacantes de forma definitiva, puesto que la esplanada ofrece una perfecta plaza de armas en la que disponer sin problemas una última fuerza defensora.

Sólo en el caso de que el ejército atacante estuviese dirigido por un Alejandro Magno, un Saladino o un Alfonso I "el Batallador" lograría hacerse con el control del segundo recinto defensivo, caso de lo cual solo quedaría acceder al tercero por unas escaleras de madera -probablemente retiradas a tiempo-, de uno en uno (el espacio es exiguo para un ataque en conjunto), reventar la puerta de acceso a la falsa torre del homenaje -que cuenta con una buhedera como elemento de defensa vertical para arrojar agua o aceite hirviendo sobre los soldados apelotonados ante la puerta inferior-, subir por un hueco de escaleras de menos de un metro de anchura (un arquero experimentado bastaría para detener el avance desde el patio superior) y, finalmente, extenderse por el tercer y último recinto donde se hallaría la flor y nata de los defensores, los soldados más fieles del señor de Peracense, dispuestos a vender caras sus vidas antes de permitir la toma definitiva de la fortaleza...

Difícil tarea la de tomar un castillo por la fuerza. El próximo día 8 de agosto por la tarde trataremos de demostrarlo.

Mi señor don Ximeno Cornel: lo tenéis crudo.