viernes, 9 de marzo de 2012

LA VIRTUD DE UN REY

Uno de los rasgos más destacados de los monarcas medievales era la magnanimidad, es decir, la grandeza de espíritu y la misericordia hacia los vencidos. A este respecto, los cronistas nos cuentan una interesante anécdota acerca de uno de los más poderosos monarcas del reino de Aragón: Alfonso I, llamado "el Batallador" (1104-1134).

Don Alfonso conquistó a los almorávides la ciudad de Zaragoza el 18 de diciembre de 1118. A menudo, a pesar de los esfuerzos por evitar que los pobladores musulmanes abandonasen las ciudades al caer en manos de los cristianos concediéndoles unas capitulaciones honrosas y una serie de privilegios ("fueros"), el miedo a las represalias o el fervor religioso podían más que las promesas de los reyes y muchos moros huían hacia los territorios aún bajo dominio islámico sin que las tropas cristianas lo impidiesen, ya que se trataba de persuadirles, no de obligarles a quedarse. Era necesario, entonces, REPOBLAR los territorios abandonados con nuevos habitantes traídos incluso de diferentes reinos.

Las crónicas nos cuentan que el caso de Zaragoza no fue distinto. Al rendirse los almorávides y entregar la ciudad al rey aragonés, miles de familias musulmanas saraqustíes se dispusieron a abandonar la ciudad con todos los bienes que pudieron acarrear. Cuando todo estaba dispuesto para partir, el monarca hizo detener la caravana de fugitivos a las puertas de Zaragoza y les obligó a mostrarle los tesoros que cargaban con ellos. Muchos de esos equipajes contenían cofres llenos de joyas, sacos con bandejas de plata, copas de oro, monedas y otros objetos valiosísimos que sus dueños legítimos pretendían sacar de la ciudad. El rey y sus guardias contemplaron todo ello con gran interés y con ojos codiciosos, pero cuando los preocupados musulmanes temían ya que iban a verse despojados de sus riquezas, don Alfonso les dijo:

"¡Escuchadme, moros de Zaragoza!: si no hiciese esto, pensaríais que os dejaba marchar engañado porque no sabía lo que os llevábais. Pues bien, ahora que lo he comprobado, os concedo que podáis partir en paz donde os plazca con todos vuestros bienes, pues ningún cristiano ha de privaros de ellos sin ser castigado"

Tal vez esta pequeña historia sea fruto de la invención, pero lo cierto es que la magnanimidad del gran rey don Alfonso I de Aragón y Pamplona era legendaria...

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