lunes, 18 de mayo de 2009

La muerte del mundo real (III)

La naturaleza subjetiva del arte

Han sido, por consiguiente, muchos siglos de tradición figurativa, de imágenes “reconocibles” las que han forjado ese prejuicio de la realidad que impide al hombre de nuestros días abrirse camino por el universo del arte contemporáneo. Y es que el hombre actual, el ciudadano corriente ha olvidado otro de los principios básicos del Arte: el carácter subjetivo que le corresponde como obra humana que es. Las Bellas Artes constituyen un medio, no una meta. Y constituyen un medio a través del cual el artista refleja su modo de pensar, de entender la vida, de ver la realidad, permitiéndole plasmar sus inquietudes, angustias, alegrías, vivencias, ilusiones, sensaciones, sentimientos... todo ello materializado en unas formas definidas (y que pueden ser pictóricas, escultóricas, arquitectónicas, cinematográficas, literarias, videográficas, informáticas...). El prejuicio de lo real hace que identifiquemos el Arte con lo figurativo, lo reconocible, juzgando el mérito de la obra en relación comparativa con el “parecido” a una realidad más o menos tangible.


Juan Sánchez Cotán: bodegón del cardo (1602). Museo del Prado


El primer movimiento artístico que comenzó a cuestionar ese prejuicio fue, como hemos apuntado antes, el Impresionismo. Monet, Sisley, Degas, Pissarro, Renoir inician un proceso de experimentación con la realidad de la luz y el color, de manera que “juegan” con esa realidad usando una técnica, un tipo de pincelada, un modelo de Naturaleza que supone un modo nuevo de entender la pintura. El Arte deja de parecerse al mundo real para pasar a distorsionarlo de acuerdo con los dictámenes de la mente del artista. Este principio quedará todavía mucho más claro cuando Gauguin, Van Gogh y Cézanne empiecen a “ver” los objetos del mundo real en conceptos de color plano, líneas ondulantes y volúmenes geométricos. No en vano, años más tarde, el crítico Vauxcelles se referiría a Matisse, Vlaminck y Dérain con la célebre expresión “les fauves” (las "fieras"). A partir de este instante se establece un punto de no retorno: el Arte rompe con la dictadura de la Naturaleza para reflejar el mundo interior del artista, sus emociones y pensamientos.


Claude Monet: catedral de Rouen (1894). París, Musée d'Orsay


Ese universo es tan complicado, esos pensamientos son tan complejos y racionales, las posibilidades son tan abiertas que la imagen natural no basta para reflejarlos. Y es así como en los albores del siglo XX un artista ruso llamado Wassily Kandinsky ideó la primera pintura abstracta de la Historia del Arte. Ese nacimiento de la abstracción acarreó consigo la muerte del mundo real en cuanto a su indisoluble identificación con el Arte se refiere. A partir de ahí se abre un nuevo universo de formas, colores, líneas, luces y sombras cuyo mérito artístico ya no radica en lo perfecto de su ejecución sino en lo creativo, en lo original, en lo profundo de lo que sugiere. La formación de artista es cada vez más autodidacta: las Escuelas de Artes y Oficios, las facultades de Bellas Artes proporcionan los conocimientos básicos sobre las técnicas, los modelos del clasicismo, la perfección del sombreado y el color... pero a partir de ahí el Arte abre sus puertas a un sinfín de posibilidades creativas, incluyendo las preferencias del artista en cuanto a la técnica pictórica que utilice.


Wasslily Kandinsky: Yellow-red-blue. 1923


No se trata, por tanto, de comparar, de valorar la pintura contemporánea en función de su mayor o menor semejanza con objetos reales y reconocibles. Un cuadro que lleve por título “bodegón” no tiene por qué representar una naranja, dos pimientos y un racimo de uvas. Simplemente refleja lo que el concepto “bodegón” sugiere al artista. Por ese motivo un buen número de obras contemporáneas carece de título. De este modo las cosas, aunque parezca lo contrario, se simplifican sobremanera para el espectador. La consideración de la pintura contemporánea se plantea desde presupuestos totalmente libres, desprovistos de todo prejuicio. Ante un cuadro, abstracto o no, colgado de los muros de un museo o las paredes de una galería de arte el visitante sólo tiene que plantearse lo que esas líneas, colores y formas le sugieren. Debe considerar qué inspira la obra: sentimientos agradables o desagradables, sensaciones dulces, amargas, ácidas, incómodas, pacíficas o violentas. En definitiva, el espectador debe pensar en términos de pura estética, y su juicio valorativo debe basarse en sensaciones, nunca en comparaciones con la Naturaleza. Esa es la puerta de entrada al universo de la contemporaneidad en el Arte.

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