lunes, 20 de diciembre de 2010

Energúmenos



Joder, aún me dura el susto en el cuerpo... Y eso que la cosa no iba conmigo.

Lunes, 20 de diciembre. Hora, más o menos, las once y veinte de la mañana. Estoy de guardia y me encuentro en el vestíbulo del instituto, junto a la directora, a las conserjes y a un compañero del departamento de Ciencias Sociales, echando una mano para preparar una exposición de instrumentos musicales manufacturados por los alumnos de 1º de ESO. De repente, aparece por la puerta el ejemplar de homínido más parecido al Neanderthal que he visto en mi vida. Cejijunto, bajito, con la cara arrebolada y coloradota que presentan a menudo los borrachines. Y me digo: "Jodo petaca, éste viene a por juerga, seguro".

Los modos acompañan a las formas: "¡Haber, bengo a que me digan quién es el invécil que le tiene manía a mi niña!" (escribo con las faltas de ortografía que le imagino al ejemplar de orangután que ha pronunciado la amable frase). Le acompaña la hembra de su manada, una señora regordeta y bajita que, al menos, tiene la decencia de permanecer discretamente en silencio. Al menos, de momento.

Los profesores presentes al edificante acto nos miramos con preocupación, como preguntándonos de qué circo se ha escapado el ejemplar y calibrando con preocupado semblante los daños físicos que pudieran producirse en los siguientes minutos. Porque está claro que a esa fiera o le calmamos los ánimos o la emprende a bofetadas con alguien. El energúmeno continúa argumentando con sabias razones: "¡Haber, benga, que me lo hechen, que parece que a mi niña en este sitio le tienen manía todos". Mientras una profesora se acerca cautelosa a la fiera y empieza a hablarle con calma y paciencia, como quien se aproxima a un gorila asustado con un plátano en la mano para que se calme, yo me retiro discretamente a la sala de profesores. Conozco a la cría del primate, es alumna mía (¡nunca me he felicitado tanto de NO ser tutor de ningún grupo este año!), ha sido expulsada por mal comportamiento (la nena, desde luego, es de las que hay que echar de comer aparte, y vistos los progenitores se entiende la descendencia) y voy a poner al corriente a la tutora de la que se le viene encima.

Mientras la pobre chica palidece y se arma de valor me doy cuenta de que no se escuchan ruidos de golpes ni forcejeos en el vestíbulo. Buena señal, la fiera no ha estallado, al menos todavía. Sólo se oyen vagos mugidos que farfullan algo de que "¡Haber quién le ha dao a mi niña con una puerta en la cara, que se la hago comer!". Como un Manolete que se enfrenta a Islero en la plaza de Zuera, la tutora sale al ruedo armada con un triste bolígrafo y una carpeta. Pero el energúmeno está bien amarrao: frente a él están la jefa de estudios, la directora, la conserje y todo el profesorado que ha podido reunirse para calmar a la fiera.

En un momento determinado, la tutora sale del centro a buscar a la nena que se encuentra en el edificio de arriba, asistiendo -con gran interés, supongo- a una conferencia sobre acoso en los centros educativos. Salgo con ella y me cuenta que el primate ha soltado un par de perlas dignas de su condición...

A la jefa de estudios, con infinito desprecio: "Amás, yo no tengo nada que hablar con usté, ques una mujer, a mí que me echen a un hombre que me entiendo con él como haiga falta"

A un compañero que intentaba razonar infructuosamente con semejante bestia parda: "Ustez quítese la chaqueta y benga fuera conmigo si tiene cojones".

Ya ha terminado mi guardia y decido marcharme a casa. Tengo que dejar constancia escrita de lo que acabo de presenciar. Y me planteo un par de cuestiones. La primera, que con esos mimbres, así va a salir el cesto. Y la segunda, que estoy anonadado de comprobar cuánto pedagogo de jaula hay rondando por esos mundos de Dios, todos ellos empeñados en que su nene (o su nena) son diferentes de los demás, todo el mundo les tiene manía y los docentes no tenemos ni idea de cómo se educa a la juventud. Hay que tratar con los inútiles de los profesores a hostias, hombre, que es la única manera de que entremos en vereda.

¿Reducirnos el sueldo? ¡Gratis, tendríamos que trabajar, para que aprendamos!

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