Y bueno... ya estamos en el 2011. No he querido felicitar el año nuevo a nadie a través de mi blog, ni mandar buenos deseos, ni desearos que los reyes os trajesen muchas cosas por dos razones. La primera, porque lo he hecho a través de otros medios (Facebook, por ejemplo). Y la segunda porque ya me cansa la rutina de todos los años, la misma monserga ("Feliz Navidad, Próspero Año Nuevo, Felices Reyes, ¿Habéis sido buenooos?"... Señor, qué aburrimiento, qué cansino me suena todo eso). Cómo estará mi cuerpo que aplaudo el fin de las Navidades y casi estoy deseando el retorno a la rutina cotidiana después de no menos de cinco comilonas, merendolas y desmadre gastronómico vario tras el simulacro de Paz, Amor y Prosperidad de estas últimas dos semanas largas.
¿Un poso de amargura en mis palabras? Puede ser. No tendría por qué, ya que ayer vinieron mis sobrinos a dormir al castillo de Zufaria y ése es siempre motivo de alegría para los tres (Miguel Ángel, Leonardo y yo). Tal vez es que tengo la tarde/noche tonta y estoy escribiendo esta entrada casi por obligación, por iniciar el cuentakilómetros del blog en el 2011. O tal vez porque me da pena comprobar que algunas cosas no cambian, al menos en lo que a mí respecta: otros reyes magos decepcionantes (cosa que me produce una profunda tristeza porque sé que mis seres queridos me han hecho sus regalos con toda la ilusión del mundo pero está visto que mi familia no me conoce ni por el forro), otro mes de enero sin un puto euro y con una cuesta por delante muy, muy pronunciada (con crisis o sin ella) y otro año que he dejado los deberes para la última hora y me espera un fin de semana morrocotudo de corregir exámenes y trabajos que debería haber corregido hace muchos días...
Y no me puedo quejar, que conste. No quiero pecar de desagradecido, el 2010 me ha tratado muy bien (el gobierno un poco menos, pero esa es otra historia) y no tengo motivos para reclamar nada, que además la raíz de mis males está en mí mismo y a nadie puedo echarle la culpa. Pero es que estas Navidades han sido tan monótonas, tan predecibles, tan... insulsas que en este momento, al menos, estoy un poco chof. Y tampoco quiero con estas palabras -¡Dios me libre!- mostrar desagradecimiento alguno hacia la gente maravillosa con la que las he compartido (papá, mamá, mis hermanas -que van a darme otros dos sobrinitos este nuevo año lleno de esperanzas y promesas-, mis primos, mis niños...). No, la cosa no tiene nada que ver con ellos, que han sido tan alegres y han disfrutado tanto y con tanta ilusión como siempre. Como he dicho, me siento raro, un poco alicaído y taciturno...
Pero como a mí las penas me duran lo que un nublao (ya lo he dicho alguna vez), voy a concentrarme en lo bueno que viene (la reunión de Fidelis, las Calatravas, el cumpleaños de mi hermana y mi cuñao, el nacimiento de mi sobrina Sofía, Las Bodas de Isabel, el coro, mis clases, mis alumnos, etc) y a esperar a que escampe... No tardará.
Eso sí... Sigo necesitando una novia peroya...
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