viernes, 9 de marzo de 2012

Sobre la guerra y los guerreros medievales...

En una época como la nuestra, en la que no existen guerras sino "situaciones conflictivas", ni muertos sino "daños colaterales", resulta difícil imaginar que en la Edad Media el hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte eran elementos consustanciales al ser humano, que convivía con ellos con absoluta naturalidad...

La nobleza, especialmente, AMABA la guerra: era su medio de obtener ganancias (botín), títulos, tierras y privilegios (concedidos por el rey en función de su implicación en el combate). La guerra era su medio de vida, aquello para lo que eran entrenados desde la infancia, aquello para lo que habían nacido, hasta el punto de que en latín a los nobles se les denominaba bellatores, es decir, "los que luchan". El trabajo en el campo era para los villanos, los siervos, los campesinos (laboratores) y la oración, la espiritualidad y la cultura para las mujeres y los clérigos (oratores), pero un noble era inseparable de su caballo, de su arnés, de su lanza y de su espada. Y estaba profundamente orgulloso de ello.

En la Edad Media no se hacían levas de soldados. El "ejército de leva", reclutado de ciudad en ciudad, no existirá hasta los Reyes Católicos. Cada noble contaba con sus propios efectivos(mesnada), y cuando el rey los llamaba al combate (llamada al fonsado, se decía entonces) cada uno de ellos aportaba al ejército real por obligación de su pacto de vasallaje tantos hombres como pudiera reunir. Nadie podía sustraerse a esta obligación. Y sólo los "sargentos de armas" (caballeros) y los propios nobles titulares de su feudo tenían el privilegio de combatir a caballo. El resto de mesnaderos formaban la peonada, la carne de cañón, la infantería que se enfrentaba cuerpo a cuerpo al enemigo. Tampoco existían uniformes militares: cada mesnada se identificaba por el estandarte en el que figuraban las armas del noble señor que la mantenía.

El ejército real (hueste) estaba formado por los siguientes elementos:

Las mesnadas: éstas eran tanto la guardia personal del monarca (mesnada real) como los guerreros a caballo y peones sin cualificación aportados por cada noble sujeto a pacto de vasallaje, como ya hemos dicho. Formaban el núcleo central del ejército y solían situarse en el centro de la formación (batalla), con la infantería en medio y la caballería en los flancos o costados (alas), encabezadas por el rey o el noble correspondiente. En el momento del ataque, la caballería cargaba de flanco sobre el enemigo, envolviéndolo, mientras la infantería chocaba una contra otra tratando de causar el mayor número posible de bajas.

Las milicias concejiles: eran las tropas VOLUNTARIAS reclutadas en las ciudades (concejos), que se encargaban de la defensa de su propia ciudad y que combatían para el ejército real por deseo propio (pues no estaban sujetos a vasallaje) a cambio de UNA SOLDADA que se les pagaba con cargo a las arcas municipales o al propio monarca. Solían ser fuerzas de desgaste, a veces bien entrenadas, y raramente contaban con refuerzos de caballería.

Las órdenes militares: cuando el combate era contra enemigos de la Fe cristiana (o sea, los musulmanes en el caso de España) las tropas reales contaban con el apoyo de las Ordenes Militares (las tres más importantes en el reino de Castilla durante el reinado de Alfonso X eran las de Santiago, Alcántara y Calatrava), mitad monjes y mitad soldados. Eran tropas de élite, caballeros en su mayoría, que combatían con un valor extremo, una disciplina férrea y una ferocidad inusitada y tenían prohibido ser hechos prisioneros, por lo que sólo cabía para ellos la victoria o la muerte. Solían ocupar los flancos de la formación, siempre en primera línea, y su intervención a menudo resultaba decisiva en el combate.


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Hay que añadir que en la Edad Media hubo muy pocas batallas campales que requiriesen la llamada "al fonsado". En el siglo XIII, concretamente, sólo hubo una: la batalla de Las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212, que supuso un enfrentamiento de más de 100.000 guerreros entre cristianos (comandados por los reyes Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra) y musulmanes (encabezados por el califa almohade Muhammad al-Nasir, que resultó derrotado y permitió a los cristianos penetrar en el valle del Guadalquivir e iniciar la reconquista de Andalucía). Pero la mayoría de los choques que tuvieron lugar durante la Edad Media fueron pequeñas escaramuzas, expediciones de castigo (llamadas razzias y cabalgadas) o grandes asedios a ciudades (Córdoba, Sevilla, Murcia, Valencia, Mallorca...). Y añadamos que aunque en Las Navas de Tolosa se enfrentaron entre 80.000 y 100.000 combatientes, se trató de una rarísima excepción. A menudo los efectivos al mando de los monarcas de Castilla y Aragón no superaban en el mejor de los casos los 5.000 o 6.000 soldados entre caballeros y peones. En Las Navas hubieron de juntarse tres reyes con sus mesnadas nobiliarias, las milicias concejiles de varias ciudades castellanas y las tropas de las tres principales órdenes militares para alcanzar un número de unos 30 ó 40.000 cristianos frente a 60 u 80.000 guerreros almohades. Unas cifras exorbitadas que casi no volveremos a ver hasta las guerras napoleónicas del siglo XIX.

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