
Ayer cogí el coche, aprovechando uno de estos fines de semana de puente en los que no hay nada mucho mejor que hacer, y me fui para allá. Como estamos en España y no tengo GPS, la horrenda señalización de carreteras hizo que en Sariñena tomase el camino hacia Bujaraloz en lugar del de Fraga, teniendo que desandar lo andado en Castejón de Monegros para ¡al fin! llegar a Villanueva de Sigena poco antes de las dos de la tarde.
El entorno es una maravilla. Un desvío de 700 metros a la derecha antes de llegar a Villanueva te conduce hasta el exterior de la Capilla Real desde donde pueden contemplarse las nuevas construcciones del cenobio sigenense en el que se educó mi querido y ficticio "pater" dom Enrique de Çaragoça, monje cillerero de Nuestra Señora la Real de Sigena. Una

Acompañado por una simpática hermana de la Orden de Belén, congregación de origen francés que ocupa el monasterio desde 1986, recorrí la magnífica iglesia cenobial de una sola nave con cubierta de medio cañón apuntado y contemplé la Capilla Real con los sepulcros de don Pedro II "el Católico" de Aragón, de su madre doña Sancha (esposa de Alfonso II "el Trovador" y fundadora del monasterio en 1188) y de sus hermanas doña Dulce (muerta de enfermedad a los doce años por las malas condiciones climáticas del cenobio, construido sobre una antigua laguna cuyos efectos de humedad subterránea aún se dejan sentir en el edificio) y doña Blanca... sepulcros todos ellos vacíos tras la profanación y el incendio del verano de 1936. Ví los escasos jirones de pintura que quedan aún en los muros de la iglesia prioral, antaño cubiertos de magníficas imágenes, y la pequeña escultura policromada de Nuestra Señora de Sigena, réplica de la talla románica perdida para siempre en la azarosa historia del monasterio... Entré en la Capilla del Santísimo (antiguo refectorio de las Cruces de San Juan sigenenses), cubierta con enormes arcos diafragma, y recorrí el impresionante claustro con sus crujías sustentadas por arcos de medio punto, con espec

Se te cae el alma a los pies. Las solemnes ruinas del monasterio permiten hacerse una idea de su importancia y de su grandeza durante la Edad Media. En el siglo XIV, bajo el priorazgo de doña Blanca de Aragón y Anjou, alcanzó Sigena su máximo esplendor convirtiéndose más en un palacio que en un monasterio, donde cada hermana sanjuanista -todas ellas hijas de nobles familias aragonesas- edificó su propia celda en los rincones más inverosímiles, construida a sus expensas y ornamentada con obras de arte de calidad extraordinaria...

Nada de ello queda en la actualidad. Apenas el esqueleto de lo que fue y que, a duras penas, medio centenar de monjas tratan de mantener vivo. A la bancarrota, el abandono, las desamortizaciones del siglo XIX y la salvaje y absurda venganza de las columnas anarquistas catalanas que lo redujeron a cenizas en el verano del 36 (y que hizo reflexionar a su líder Buenaventura Durruti: "Este incendio nos va a hacer más daño que los cañones de los fascistas") se unieron a partir de los años 70 y 80 el despojo salvaje, e

Marché de allí con una sensación de abatimiento, no sin antes comprar una pieza de cerámica con la que las monjitas de la Orden de Belén tratan de ganarse la vida. No podía hacer menos. Y regresé a la vieja Zufaria pensando que Dom Enrique de Çaragoça tuvo mucha más suerte que yo...
Muy interesante entrada.
ResponderEliminarSi te gusta la historia, me gustaría invitarte a conocer la colección Breve Historia.
Te dejo link de facebook por si te apetece echar un vistazo.
Un saludo,
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Gracias por el comentario, belen. Mientras tanto, los aragoneses seguiremos esperando que se cumplan las leyes y se nos devuelva lo que unos y otros nos robaron...
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