jueves, 29 de julio de 2010

Funcionario de carrera... por fín.

No las tenía todas conmigo...


Lo de exponer una unidad didáctica vestido con un hábito de monje benedictino del siglo XIII puede ser una genialidad o una payasada, según el grado de humor o la tolerancia que tengan los miembros del tribunal que te juzgue. Pero me la jugué. Decidí ser fiel a mí mismo, plantear mi filosofía de la enseñanza partiendo del hecho innegable de que "serio" no significa "aburrido" y que el "instruir deleitando" de los Ilustrados del XVIII sigue teniendo hoy más vigencia que nunca. Y me salió bien.

Fue espectacular. Quienes me conocen no pueden extrañarse de ello, naturalmente, ya que lo de ser caballero y escribano de Fidelis Regi no responde sólo a una apasionante atracción por la Edad Media, que también la siento, sino a un afán de protagonismo y a una vena artístico-interpretativa que, si bien es cierto que algunos disgustos me ha costado, no lo es menos que me ha proporcionado grandes momentos que superan a los "planchazos". Sobre todo ante mis alumnos.

Ya me lo dijo el presidente del tribunal: "le felicito por su valentía, ya que no todo el mundo sería capaz de jugar la baza de la motivación y la originalidad para presentar su defensa de la unidad didáctica en unas oposiciones". Y por lo que parece, pues les gustó bastante. También me planteé el hecho de que me hallaba ante cinco damas y caballeros que llevaban escuchando la misma monserga al menos dos semanas, así que me dije que había que hacer algo que rompiese esa monotonía, impactarles, modificarles los esquemas.

Y lo hice: planteé una unidad didáctica original, arropada por un currículo serio, bien argumentado, con todos sus elementos, sus objetivos, sus actividades, sus criterios de evaluación y la experiencia de once años en las aulas... Llegó un momento en que no me sentía ante un tribunal que me estuviese juzgando, sino ante una reunión rutinaria del Departamento de Geografía e Historia... Unos colegas, vaya, que no por ser profesores titulares todos ellos dejaban de ser compañeros. Me sentía suelto, a gusto, dominando la situación pero sin soberbia ni superioridad, sabiendo responder a todas las posibles preguntas-trampa. En mi salsa. Demostrándoles mi vocación más intensa: la de profesor.

Al salir del aula de examen me dió el bajón... Habían sido tres semanas de nervios, de no tenerlo claro del todo, de no saber si tenía que ser yo mismo ante el tribunal o aparentar un tipo de docente que me repele, el erudito, el pitagorín que domina bibliografías, datos, conocimientos... hasta que tiré por la calle de en medio y me encomendé a San Isidoro de Sevilla, patrono de la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza. Salió bien. Esa noche dormí como un bendito casi diez horas...

Luego... la espera. Los nervios. Las listas de baremación... La semana pasada, la nota ponderada, un 7'675. Y esta mañana mismo, la confirmación...

Al fín, después de once años, soy profesor titular, funcionario de carrera, uno de esos "chupones sinvergüenzas a los que nos regalan el trabajo y a los que se nos está bien que nos rebajen el sueldo que ganamos por no hacer nada". Que os zurzan, imbéciles.

Y no quiero cerrar esta entrada sin daros las gracias a todos los que durante este tiempo siempre habéis creído en mí y me habéis animado... Lo he conseguido y os lo dedico a todos vosotros: mis padres, mis hermanas, mis tíos, mi familia, mis amigos. Gracias de todo corazón.



FIESTAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

3 comentarios:

  1. Aún siendo ajeno al gremio, creo que si alguien se lo mereciere, ese fuere usted, sólo por la pasión y el cariño que tan generosamente derrocha al respecto, y que tan noblemente demuestra a diario.

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  2. Enhorabuena por la plaza y por los huevos.

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