martes, 20 de diciembre de 2011

La muerte del Justicia de Aragón

Felipe II de Habsburgo fue un rey notable...

Envuelto en una Leyenda Negra que llega hasta nuestros días, alimentada por episodios como la extraña muerte de su primogénito el infante don Carlos en 1568, el Tribunal de los Tumultos del duque de Alba en Flandes o el desastre de la Gran Armada (llamada "Invencible" por sus enemigos ingleses para ridiculizarla) en 1588, la figura de este monarca vestido siempre de luto riguroso, tenido por fanático, intransigente, déspota y de pocas luces (su apelativo de "El Prudente" siempre se ha asociado con una falta de iniciativa fruto de sus supuestamente escasas entendederas) se muestra siempre arropada entre tonos grisáceos, tristes, oscuros, protagonizando una "etapa negra" en la historia de España.

Sin embargo, basta con darse un paseo por el Real Sitio de El Escorial para darse cuenta de que la visión de Estado del monarca español estaba muy por encima de esa Leyenda Negra que injustamente se le atribuye y que, sin embargo, no roza siquiera a contemporáneos suyos como Isabel I de Inglaterra (que persiguió a los católicos con igual o mayor saña que Felipe a los luteranos o calvinistas) o Enrique IV de Francia (el de las guerras de Religión y lo de "París bien vale una misa"). Meticuloso en el trabajo (nunca dejaba de revisar por sí mismo los miles de legajos, peticiones y papeles que pasaban por su despacho diariamente), con excelentes conocimientos de astronomía, matemáticas y arte (atesoró para la posteridad la mayor colección de pintura flamenca del mundo), hijo de su tiempo y en muchos aspectos adelantado a la visión de futuro de las monarquías europeas (nunca, por ejemplo, dejó los asuntos de estado en manos de validos o primeros ministros, encargándose personalmente de dirigir sus reinos con mano de hierro), su política interior y exterior está cubierta de luces (Lepanto, Portugal, América) y sombras (Flandes, Inglaterra, la bancarrota económica, la Inquisición...), pero sus enemigos dentro y fuera de España han procurado siempre que las segundas oscurezcan y oculten a las primeras...

Hoy, sin embargo, se cumple el 420º aniversario de una de estas sombras, y tiene que ver directamente con el reino de Aragón. Ocurrió en 1591, cuando el secretario de don Felipe -Antonio Pérez, acusado de la muerte de Escobedo, hombre de confianza del hermanastro del rey, don Juan de Austria- escapó de las cárceles reales y halló refugio en Aragón, acogiéndose al Privilegio de Manifestados que amparaban los Fueros del reino bajo la jurisdicción del Justicia. Para evitar tener que renunciar a su autoridad, el rey logró que Antonio Pérez fuese acusado de herejía, cayendo entonces en manos de la Inquisisión y siendo trasladado a la Aljafería, prisión inquisitorial, sustrayéndolo de la jursidicción foral aragonesa. Pero el pueblo asaltó el palacio y liberó a Pérez el cual, a río revuelto, aprovechó la ocasión para marchar a Francia y dejar el zancocho a los aragoneses.

El resto de la historia es triste y conocido: harto de la situación, Felipe II ordenó a su capitán Alonso de Vargas que partiese hacia Aragón, entrando triunfalmente en Zaragoza el 12 de noviembre de 1591. Ocupada Zaragoza y en contra de la opinión de Vargas, el rey desató una represión con el objeto de castigar de forma ejemplar a los amotinados. El 18 de diciembre llegaron, secretamente, los despachos del rey a Vargas: debía prender y ejecutar al Justicia y enviar presos a Castilla al Duque de Villahermosa y al Conde de Aranda. La sentencia se ejecutó dos días después y el 21 de diciembre la cabeza de don Juan de Lanuza V "el Mozo" caía decapitada en la Plaza del Mercado de Zaragoza ante los soldados castellanos, ya que ningún aragonés quiso presenciar la ejecución...

Es bien cierto que cada acontecimiento histórico debe ser observado desde la perspectiva del tiempo y de las circunstancias que lo rodearon. Y en este caso, no es tampoco menos cierto que la actitud del monarca era la correspondiente a un soberano cuya razón de Estado se encontraba por encima de foralismos, localismos y peculiaridades regionales en beneficio de una visión global de la monarquía donde la autoridad real exigía por encima de todo ser obedecida para mantener la unidad de sus reinos. A pesar de ello, no obstante, la muerte de Juan de Lanuza no dejó de ser un contrafuero flagrante ante unas leyes que el propio monarca había jurado respetar. Felipe II, un gran rey, pero educado en Castilla y según los principios del autoritarismo castellano, rodeado de castellanos o de extranjeros que servían ante todo su política y convencido del carácter divino de su misión, no sólo ignoraba la realidad aragonesa, sino que además estaba incapacitado para comprenderla.

Y por ello, aún comprendiendo y respetando nuestra historia, que es la que fue y no puede cambiarse, Juan de Lanuza V seguirá representando siempre para mí a un digno funcionario celoso de los fueros aragoneses y consciente de su papel en la Historia, una triste sombra dentro de lo que pudo ser un reinado brillante de haber sido distintas las circunstancias...

MEMENTATE, DOMINI, QUIA IN ARAGONIA PRIMUM FUERUNT LEGES QUEM REGES...


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