
Los pocos médicos que no habían huído al campo con el resto de la población se vestían (al menos a partir del siglo XV) completamente de negro, cubriendo todo el cuerpo con una enorme saya de dicho color y se colocaban sobre la cara una extraña máscara con forma de cabeza de ave, con cristales en las aberturas de los ojos y un largo pico dentro del cual introducían hierbas aromáticas con la esperanza de que el mal, sea del tipo que fuese, no penetrase en sus cuerpos por las vías respiratorias.
Por supuesto, los remedios para curar la enfermedad eran totalmente aleatorios y, a menudo, inútiles. Cocimientos de hierbas, sangrías, friegas en las piernas y los brazos, sajamiento de los bubones para permitir la salida del pus no hacían sino agravar el estado del enfermo, que una vez atacado por el mal solía morir irremisiblemente al cabo de pocos días...
Fuera de las casas, en las calles, una población desesperada y falta de todo consuelo espiritual (los sacerdotes ponían tierra de por medio al conocerse los primeros casos de contagio) recorría los barrios flagelando sus espaldas y rezando a gritos y llantos oraciones de perdón y peticiones de clemencia a los Cielos mientras los más exaltados buscaban culpables entre los grupos minoritarios (judíos, mudéjares, conversos) y cualquier rumor, acusación o simple sospecha de brujería o de herejía desencadenaba la detención, tortura y cremación en la hoguera del (o la) infeliz que bastante tenía ya con escapar de las garras de la epidemia...

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Bueno, ya está. Es una conferencia que tenía pensado impartir en el pueblo de Berdejo este próximo 17 de abril, pero no va a poder ser. Por ello la cuelgo aquí para disfrute (?) de mis lectores... Espero que os haya resultado al menos interesante.
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