Benditos abuelos... Les dices que les van a dar un caramelo gratis y... "¡Yo por un caramelo para mi nieto, MA... TO!" Es el típico caso de las abuelas en las cabalgatas de Reyes. Todo el año entrenando para hacerse con un puñado de caramelos y hundirlo en los oscuros repliegues de sus bolsos (nada más inquietante que el bolso de una vieja) "para los nietecicos" (¡Y una leche, que por algo la mayoría de ellas llevan los dientes postizos!).
Viene esta entrada al hecho de que esta tarde he estado en la presentación de un libro... que regalaban al público asistente al acto al finalizar el mismo. Como ya imaginaba, el local estaba lleno de abueletes que, mayormente, "sufrían" la presentación a la espera impaciente del término de la misma para rapiñar el libro de marras (muy bonito y muy escoscao, por cierto). En cuanto ha acabado la charla y se han dado las gracias por asistir, el abuelerío ha formado una caótica cola para recibir "el regalo". Se oían graznidos, chirridos, afilar de garras y picos... Menos mal que he andado ojo avizor y, sin que se diesen cuenta los organizadores, he trincao el libro que estaba sobre el atril de la mesa de los ponentes y me lo he llevado por todo el morro, descubriendo al salir que -como me barruntaba- los ejemplares para regalar se habían agotado en un pispás...
Jodidos carroñeros...
Pobres abueletes...
ResponderEliminarTe contaré una anésdota al respecto.
Es de hace ya unos años, cuando yo viajaba mucho con lo de mi trabajo, y nos teníamos que alojar en grupo (grupo grande de muchachotes muy vitales) en hoteles de costa. En una de esas, en Roquetas de Mar (cerca de El Ejido, calcula época por lo que pudo pasar por allí), nos alojamos en un hotel con un grupo de superabue de los buenos, con animadores junto a la piscina haciendo aerobic insersil por las tardes. El hotel tenía buffet libre, y las colas con los platos en la mano, alternándonos con los superabue, pues eran el pan nuestro de cada día. Todo supercordial, con las bromillas de turno, jiji, jaja... Hasta que salían dos camareros con la paella talla XXL. Todo el salón-comedor temblaba. Las columnas se tambaleaban, y los vasos y platos caían al suelo. Una marabunta, una estampida... Todos salíamos despavoridos para no ser arrollados por la masa inmisericorde. Cuando la nube de polvo se disipaba, sólo quedaba una paellera vacía tirada en el suelo, y los cadávares aplastados de los pobres camareros... Diosss, todavía tengo pesadillas...