martes, 5 de enero de 2010

Queridos Reyes Magos

Queridas Majestades de Oriente...

En esta noche de Reyes tan especial para mí, os escribo esta carta desde el castillo de Zufaria después de unas jornadas en las que he echado en falta precisamente aquello que tengo el atrevimiento de pediros.

Supongo que entre los millones de cartas que habréis recibido estos días, la mía será una más, pero albergo en el corazón la esperanza de que la leáis y, al menos, consideréis mi petición...

Hace muchos, muchos años que anhelo lo mismo, pero hasta ahora han sido muchas las veces en que he mirado a los cielos en esta noche mágica esperando de vuestras manos el más bello presente que el Hombre pueda desear sin que mis ruegos se vieran atendidos. No os lo reprocho, ya que hay muchas personas, además de los niños que en esta noche son protagonistas absolutos de vuestros desvelos, que necesitan de vuestro favor mucho más que yo.

Sin embargo, esta vez mi carta está rodeada de circunstancias que hacen mi petición un poco más desesperada. Porque me siento herido, porque me han hecho daño, y sé que vosotros sois la Bondad y la Generosidad encarnadas en tres sabios varones que tuvísteis la fortuna de poder venerar al Salvador en persona y que visitáis la tierra una vez al año para traer la alegría allá por donde pasáis.

Durante todo este año he tratado de ser una buena persona, un buen amigo, un buen docente, un buen hermano, un buen hijo, un buen tío, un buen compañero. No sé si lo he conseguido, pero os aseguro que he hecho todos los esfuerzos que me han sido posibles. A pesar de todo me atrevo a pediros ese bien que anhelo desde hace décadas (demasiadas, ya, para mantener la esperanza incólume), y que no es otro que el Amor.

El Amor, sí, tal y como nos lo enseñan las infinitas historias que de él se han escrito. El Amor de una mujer a la que entregar todo el que yo tengo dentro. La respuesta a todos los intentos que hago o que pueda hacer en lo sucesivo por encontrar ese complemento indispensable del Hombre. Unos labios que besar, un cuerpo al que abrazar, unos oídos en los que poder susurrar "te quiero" y una boca que me regale las mismas palabras en correspondencia y comunión con ella. Un cuerpo y un alma a la que amar y que me ame, en definitiva...

Sé que es un regalo demasiado ambicioso, y sospecho que a lo largo de todos estos años he tenido tanta suerte en otros aspectos de mi vida (el trabajo, los amigos, mi familia) que empiezo a temer que la Soledad con la que me castigáis es el precio que debo pagar por todo ello. Pero si soy capaz de amar, creo humildemente que también tengo el derecho a ser amado.

No es poco lo que pido, desde luego, pero lo pido desde hace tanto tiempo y con tanta fuerza que me siento cansado y deprimido cada vez que cruzan por mi vida ángeles que pasan de largo dejándome vacío y herido el corazón.

Por favor, os lo suplico: subid a la grupa de vuestros camellos a la compañera de mis sueños, sea la que sea, y traedla con vosotros aquí, a la Tierra, a la vieja Zufaria, porque os aseguro que la esperan unos brazos abiertos y llenos de esperanza...

Desde mi castillo zufariense, a 5 de enero de 2009...

Enrique. Sin más.

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