lunes, 18 de julio de 2011

Sobre reyes y repúblicas

Vale, no tengo ninguna vergüenza en confesarlo: yo no soy "monárquico", pero sí "juancarlista".


En unos tiempos en que el republicanismo parece que gana cada vez más adeptos en España y que la figura de nuestro rey se enturbia y desprestigia a marchas forzadas por vete tú a saber qué intereses visibles u ocultos, parece extraño, anacrónico e incluso retrógrado defender una institución tan añeja y rancia como la Corona. Por eso, aprovechando que hoy es 18 de julio (¡aciaga rememoración, a fe mía!) y que el Pisuerga pasa por Valladolid, voy a romper una lanza por una figura que me cae simpática, aunque sólo sea por la cantidad de mierda que le está cayendo encima al pobre hombre, y arrojada por parte de gente que, en el mejor de los casos, tiene la misma idea de Historia Contemporánea de España que de la cría del berberecho o, en el peor, de sinvergüenzas que la interpretan a su manera y para sus fines, sean los que sean.


Juan Carlos de Borbón y Borbón, se llama el sujeto. Y ha sido objeto de cuchufletas y difamaciones varias prácticamente desde el comienzo de su reinado y aún antes. Recuerdo a mi abuelo Pepe comentando en plan de guasa que Franco había sido visitado en La Paz por una comisión de ATADES al enterarse de la visita del entonces príncipe al dictador en la famosa clínica madrileña, dando a entender que era "discapacitado mental" (como se dice ahora). También recuerdo que en algunos círculos se le llamaba Juan Carlos I "El Breve" aludiendo al escaso tiempo de reinado que se le auguraba si no se apresuraba a llevar a cabo los cambios necesarios para transformar a España en un estado democrático de derecho. Siempre se ha dicho que era/es medio tonto (¡menos mal, que si llega a ser listo se convierte en Hugo Chávez!), que es un putero, que su relación con doña Sofía es pura comedia, que en el golpe de Estado del 23F estaba de acuerdo con los militares golpistas hasta que se dio cuenta de que estaban abocados al fracaso, que en la Transición no fue más que un simple comparsa manejado por los verdaderos artífices de la misma (los políticos, la banca, las fuerzas sociales...), que existe una conspiración por parte de la prensa española (especialmente la "rosa" y la sensacionalista) para mantener impoluto su prestigio y no indagar en los trapos sucios de la Casa Real y mil y una CHORRADAS más, unas veces basadas en rumores no confirmados y otras, simplemente, en invenciones o en abiertas difamaciones...


Sí, desde luego. Es bien cierto que los republicanos acérrimos se aferran al hecho de que fue un personaje designado por el dictador en 1969 para sucederle a su muerte con el fin de dejarlo todo "atado y bien atado", pero esos mismos republicanos se olvidan de que el entonces príncipe JAMÁS aspiró a suplantar a su padre don Juan (heredero legítimo de la corona española), que fue éste quien acabó abdicando en su hijo y que es más que dudoso que Franco hubiese nombrado sucesor a don Juan Carlos de haber sabido el proceso de transición que iba a orquestar en España a partir de 1975 y, sobre todo, los resultados actuales del mismo. Como también olvidan que la aprobación de la Constitución española de 1978 por sufragio universal el 8 de diciembre de ese mismo año RATIFICABA democráticamente a la figura del rey, que aparece perfectamente definida en el articulado de la Carta Magna y que fue aceptada mayoritariamente por el pueblo español en referéndum.


Por lo demás, pues nada... Un inútil. Bueno, vale, antes de morirse Franco, tuvo el hombre que hacerse cargo del fregao del Sáhara y, después, tomar las riendas del estado mientras desmontaba poco a poco todo el rancio aparato institucional del franquismo con la ayuda de políticos como Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda (que muchos "republicanos" no saben ni quién fue), Gabriel Cisneros o los mismos Manuel Fraga y Santiago Carrillo, militares como Manuel Gutiérrez Mellado (otro "desconocido"), sindicalistas como Marcelino Camacho o Nicolás Redondo y un largo etc. Y cuando estaba todo casi ya organizado, el 23 de febrero de 1981 unos cuantos descerebrados con uniforme decidieron ofrecer en bandeja una excusa a los terroristas para continuar con sus asesinatos protagonizando un golpe de Estado dentro de la más rancia tradición espaola decimonónica. Y el rey tuvo que tomar de nuevo las riendas del país para llamar al orden a sus subordinados y restaurar la normalidad democrática. Y no me vengáis con memeces: estoy convencidísimo de que si don Juan Carlos hubiese decidido desde el principio ponerse del lado de los golpistas -como afirman los sesudos conocedores de las cloacas de la historia de España sin prueba alguna más que su calenturienta imaginación- éstos habrían triunfado a la primera, pues muchos mandos militares esperaban la reacción del rey para tomar posturas ante el golpe de Estado.


Pero todo esto carece de importancia. La memoria histórica española es muy flaca y olvida con una rapidez pasmosa. Y si no es posible olvidar, los interesados en ello manipulan convenientemente los datos para que todo "les cuadre" y, así, don Juan Carlos no sea más que un parásito que le chupa la sangre al pueblo español, un inútil que nunca ha servido para nada, un estúpido que no tiene dos dedos de frente ("¿Pogg qué no te callas?"), un putero que se acuesta hasta con las señoras de la limpieza de La Zarzuela y vaya usted a saber qué más... Y no, señores. Yo no comulgo con esas ruedas de molino. Para mí el rey es un más que digno representante de España en los foros internacionales (mucho más que González, Aznar, Zapatero y Rajoy juntitos de la mano) y digo más: si existe una conspiración entre los medios para mantener el mayor o menor prestigio de la Casa Real... pues me alegro que así sea. Al menos nos queda un motivo para que a España no se le descojonen de risa en la cara allá donde van nuestros "representantes electos".


Así que repito: por agradecimiento a los desvelos del rey por este país, soy "juancarlista". De su hijo Felipe... ya hablaremos otro rato.

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