sábado, 8 de mayo de 2010

El Nombre de la Rosa


Esta vez voy a ponerme platónico...


En el Mundo de las Ideas esta novela hace mucho tiempo que ya estaba escrita. Umberto Eco sólo la trajo al mundo sensible, al de las sombras, para que los pobres encadenados en la Caverna tuviésemos al menos la satisfacción de leerla e intuir lo que significa la Idea Universal de "Novela Histórica"...


Se han dicho muchísimas cosas sobre ella, se han vertido críticas sin cuento en revistas y foros y se ha convertido en referencia insoslayable de lo que conocemos como un "Best Seller". Pero ocurre que, así como muchos de estos "éxitos de ventas" no parecen tener una explicación que justifique su fortuna (¿qué demonios tiene "El Código da Vinci" para haber hecho multimillonario a Dan Brown?), en el caso de esta obra tanto la profundidad de su temática y la intensidad de su argumento como la calidad literaria y el dominio del período que refleja la convierten en una obra maestra por derecho propio, sin necesidad del despliegue mediático-propagandístico que la rodeó en su momento. Es lo que suele ocurrir cuando un escritor sabe de lo que habla y, además, es un maestro transmitiéndolo...

"El Nombre de la Rosa" me convirtió en rendido discípulo de esa mezcla de Sherlock Holmes, Guillermo de Ockham y Leonardo da Vinci que es Guillermo de Baskerville, un monje franciscano inglés ("mis islas", dijo Guillermo con nostalgia) que ha sido convocado junto a su joven amanuense, el novicio Adso de Melk, a una reunión en "una remota abadía perdida en el recóndito norte de Italia, una abadía cuyo nombre parece ahora más prudente y piadoso omitir" para la ardua tarea diplomática de defender las tesis de los franciscanos sobre la Pobreza de Cristo frente a los postulados sobre la Caridad de la Iglesia mantenidos por los teólogos de la delegación del papa Juan XXII. Pero, sin poder ni querer evitarlo debido a su curiosidad innata y a su afán de sabiduría, Guillermo se encuentra enzarzado en una trama policíaca en la cual los crímenes que se producen en la abadía anfitriona del encuentro entre las legaciones papal e imperial sumergen al lector en un cuadro fascinante en el que se mezclan la Herejía (¡Penitenciágite! ¡Cuidado con el Diávolo qui arrivará in futurum para devorar tu ánima! ¡La Morte est supra nos!), la Inquisición (con ese Bernardo Gui que encarna la intransigencia más radical aliada con el poder más omnímodo), la Teología (las referencias escolásticas son innumerables), la Filosofía (Aristóteles como maestro indiscutible del saber humano), la Bibliofilia (que a un amante de los libros tan rendido como un servidor la primera vez que Adso y Guillermo penetran en los secretos de la Biblioteca y descubren sus tesoros le pone los pelos como escarpias), el Crimen (morir envenenado en la misma medida y con la misma rapidez que nos consume el ansia del conocimiento... es colosal, soberbio, inimaginable) y las bajas pasiones humanas (no tenía idea yo de cómo podía correrse uno en latín)...


El joven Adso de Melk, ese trasunto del doctor John Watson, es quien cuenta la historia, pero la abadía es la verdadera protagonista de la novela. Todos los personajes se mueven, discuten, reflexionan, investigan, asesinan, se enorgullecen, estudian, aprenden, dan rienda suelta a sus impulsos más primitivos y mueren "entre estos mismos muros" (Ubertino da Casale) que al final son pasto de las llamas en un estremecedor epílogo en el que el fuego consume, como justo castigo divino, ese infierno "abandonado de la mano de Dios" (Adso de Melk). Yo también dibujaba en la mente las distintas salas de la biblioteca conforme Adso y Guillermo van recorriéndolas, antes de descubrir que Umberto Eco lo había hecho ya por mí en una de las pocas ilustraciones que tiene la novela. Pero también imaginaba el entorno de la iglesia, del refectorio o del scriptorium mientras Guillermo de Baskerville y Jorge de Burgos se enzarzaban en esa apasionante discusión ("Tum podex carmen horridulum") sobre la risa de Cristo ...


Dos historias paralelas, unos crímenes propios de la más emocionante Novela Negra y una excelente descripción de la herejía, la alta política y el pensamiento escolástico tardomedieval con citas y referencias a los más eminentes Padres de la Iglesia, con decenas de lecturas posibles (sociales, filósóficas, policíacas, eróticas, científicas, teológicas, jurídicas...), un mundo en el que bucear, el de la Baja Edad Media que, además, me resulta arrebatador, cautivador, extraordinario... ¿Se puede pedir más? Pues va a ser que sí.


Porque entonces, en pleno apogeo y triunfo de la obra del profesor boloñés, llegó Jean-Jacques Annaud y dirigió una soberbia película que, en esencia, recogía magistralmente el espíritu de la novela y de sus personajes, resumiéndola como el cine exige merced al poder de la imagen en movimiento y que me cautivó tanto o más que la propia obra literaria. Al margen de que se trata de dos medios completamente distintos para contar una historia y de que a menudo el cine desvirtúa y prostituye la literatura en aras de la espectacularidad, la película del director francés me enamoró, sobre todo con ese magnífico y maduro Sean Connery al lado de Ron Perlman, Christian Slater, F. Murray Abraham (el Antonio Salieri de Amadeus, que ya hablaré de esta película en otra ocasión) y un elenco de actores tan magistralmente escogidos que convirtieron el film en un referente ineludible del cine histórico del siglo XX. Una historia bien contada, espléndidamente fotografiada y ambientada (¡ese Laberinto de la Biblioteca, ese nártex de la iglesia abacial, joder, eso es de Oscar indiscutible al mejor decorado!), magistralmente resuelta. Una de ésas de las que recuerdas toda la vida algunos diálogos:


Abbone: ¿Debemos decírselo?

Malaquías: No. Buscaría allí donde no debe.

Abbone: Pero... ¿Y si lo descubre... por cuenta propia?

Malaquías: Sobreestimáis su inteligencia, mi señor Abad. Sólo existe una autoridad capaz de investigar tales asuntos. La Santa Inquisición...


Abbone: ¿Qué opináis vos, venerable Jorge?


Jorge de Burgos: Amados hermanos... Yo dejo las cosas mundanas para los más jóvenes.






Colosal. Los pelos como escarpias, ya lo he dicho antes.

"Stat pristina Rosa nomine, nomina nuda tenemus..."

Sí, lo he decidido. Yo, de mayor, quiero ser Guillermo de Baskerville.

13 comentarios:

  1. A riesgo de ser crucificado: una de las escasísimas veces en las que la película es superior al libro.

    Más que nada, porque filtra la enervante, insufrible y superflua pedantería del señor Eco. Sería un escritor realmente magnífico si no se lo tuviese taaaaaaaaan creído.

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  2. Tal vez tengas razón y no sea necesario crucificarte. Muchos lectores habituales de novela histórica consideran absolutamente innecesario ese despliegue de latinajos y referencias filosóficas que trufan la novela y hacen su lectura pesadísima. Pero a mí me da igual, me sigue cautivando esa novela (que me he leído y releído infinidad de veces)aunque reconozca la soberbia de su autor. De hecho, "El Péndulo de Foucault" e incluso el mismo "Baudolino" me parecieron infumables y no conseguí terminar de leérmelas (y mira que la segunda tiene incluso un ritmo de lectura bastante agradable). Pero con "El Nombre de la Rosa" se lo perdono todo, jomío.

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  3. En mi caso síque terminé de leer El Pendulo de Fucault, que me gustó pero profundiza aún más en esa visión pesimista del radicalismo de las supersticiones y los "magufos".

    En una cosa tengo que disentir de mi admirado Herodoto: creo que no descubro nada al decir que Guillermo de Baskerville, franciscano, filósofo, teólogo y empírico, no es Tomás de Aquino, sino un trasunto de Guillermo de Ockham, ya sé que ambos fueron grandes profesores en la Sorbona, pero el perfil concuerda más.

    Por lo demás, es un acierto recordar esta novela, y reconocer que su adaptación al cine, sin ser rigurosa, fue excelente. De hecho ya dice Annaud que su filme es un "palimpsesto" de la novela de Umberto Eco.

    Un saludo

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  4. Amigos, amigos, amigos... "El péndulo de Foucault" es un novelón de aquí te espero, sólo que ha envejecido fatal (toda la trama informática es de chiste, ahora mismo, amén de que la bibliofilia que se desprende de sus páginas está siendo devorada por la furia Internáutica, como demuestran la trilogía esta de los hombres que no amaban a las mujeres o como se llame).

    Fdo: Sergio Ayala

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  5. Por orden:

    ¡Cachis, José Manuel, no se os pasa ni una! De sobras sé que el personaje de Guillermo de Baskerville hace referencia casi explícita "al otro Guillermo, el de Ockham" (Adso), y de hecho en la novela se menciona varias veces a este ilustre teólogo, pero al escribir las entradas del blog procuro ser muy cuidadoso con la expresión y no quería repetir "Guillermo" dos veces en la misma frase, por eso lo he comparado con Tomás de Aquino... Era, por así decir, una "licencia literaria bloggera" ¡Pero es que estáis al quite, oyes!

    Respecto a "El Péndulo de Foucault", Sergio, lo he visto en el "Musée des Sciences" de París, pero la novela realmente no la he leído, sólo la he ojeado... Prefiero conocerla un poco más antes de debatir sobre ella.

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  6. Tengo que volver a disentir con "El péndulo de Foucault", amigo Sergio. A lo mejor es porque ese libro lo pillé con espectativas muy altas, pero me decepcionó bastante (imagínate, hasta me viene a la mente el nombre de Dan Brown)

    Tengo especialmente marcado a fuego ese pasaje en que aparece, como magistral fórmula arcana de la más enrevesada ciencia física, la ecuación del péndulo simple, que, si mal no recuerdo, se estudiaba en segundo o tercero de BUP.

    (Lo siento, es que tengo al semiólogo éste un poco atragantado)

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  7. Uno, que humildemente tiene estudios de semiótica (un posgrado, de hecho), reconoce a Eco como a uno de los grandes intelectuales de nuestra época. Como novelista reconozco que tiene altibajos, pero tanto "El nombre.." como "El péndulo..." son dos de sus cumbres. Son dos novelas pensadas al milímetro, obra de un erudito que quizá peca de una cierta autosuficiencia, una pedantería que resulta casi ingenua: Eco no es experto en informática ni en física, pero se intenta introducir en berenjenales llevado por su ego (que es imposible de soslayar) y esa falsa presunción de que leer unos cuantos libros sobre algo te convierte automáticamente en pontífice de esa materia.

    Sin embargo, en "El péndulo..." encontramos una trama interesante, políciaca, junto con varias subtramas llenas de contenido: desde las lúcidas reflexiones acerca del socialismo y la burguesía italianas de los sesenta, la burla poco disimulada hacia el esoterismo (tan en boga en los ochenta), un brillante y prolijo ensayo sobre el signo (que entronca directamente con "El nombre..."), y una un tanto pueril pero significativa aproximación al concepto de la informática como la gran biblioteca borgesiana, entre otras.

    Es una de mis relecturas favoritas, "El péndulo...", y en cada ocasión descubro (o redescubro, vete a saber) cosas nuevas. Lo cual es precisamente, a mi entender, la característica principal de las grandes novelas. Porque un libro que no merece una segunda lectura (y las hamburguesas de papel de Dan Brown son el perfecto ejemplo) es más que probable que mereciera tampoco la primera.

    Fdo: Sergio Ayala.

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  8. A mí es que, además de lo que comentas sobre "El Nombre...", Sergio, lo que me entusiasma de esa novela es lo extraordinariamente bien dibujados que están sus personajes. Son individuos con "cuerpo", con personalidad, con una historia las más de las veces oscura detrás de ellos. Y además, es que Umberto Eco nos la cuenta: Salvatore y Remigio da Varágine (nótese la homofonía con "vorágine", tal cual ha sido la vida de este villano entre los dulcinistas antes de llegar a la abadía) son pobres víctimas de ese "caudaloso río de la herejía" del que habla Guillermo; Ubertino da Casale casi te convence de sus propias teorías sobre la pobreza de Cristo cuando conoces su trayectoria y temes por su vida; Severino de Sant'Emmerano, el herbolario, es el prototipo del hombre volcado en su trabajo al que no le importan para nada las convulsiones teológicas que le rodean... Y así con todos y cada uno de los personajes, cuyas vidas nos desgrana Adso de Melk con sus comentarios (Michele da Cesena, el viejo Alinardo, Berengario da Arundel, Bencio, Adelmo de Otranto, Venancio da Salvemec...). Y hasta yo también me enamoré de la pobre chica de la aldea y habría querido que fuese feliz y sacarla de su pobreza.

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  9. Tampoco me malinterpretéis: efectivamente, los personajes de Eco tienen profundidad y motivaciones; y sus tramas son, sin duda, apasionantes. Pero también tiene esos fragmentos, tan metidos con calzador, en los que se limita a hacer lucimiento de lo que se ha documentado para la novela.

    Tim Powers, por ejemplo, escribe con mucha menos ambición, y consigue entretejer su también algo exagerado trabajo de documentación con mucha más naturalidad y mucha menos afectación que Eco.

    Que conste que no pongo en duda el nivel de Eco como semiólogo, es sólo que me cae gordo. Curiosamente, siempre le he visto comparado, para bien o para mal, con mi admirado Chomsky, gurú de las gramáticas generativas y los lenguajes formales.

    Y, en serio, no sabéis cuánto estoy disfrutando de comentar un libro con gente que sabe tantísimo más que yo. Así es como se aprenden cosas nuevas y se adquieren nuevas perspectivas.

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  10. No te quito la razón, Axil, en serio. Para un profano en Historia y Filosofía, es decir, para el público en general es muy lógico que Umberto Eco muestre en sus obras una pedantería difícil de digerir. Mucha gente ha comentado lo mismo: "está muy bien, pero las partes en latín son un rollo y hay muchas reflexiones de las que no me entero". Pero al leer "El Nombre de la Rosa" en sus diferentes registros descubres que te puedes "saltar" esas soberbias parrafadas y... no pierde un ápice de interés. Yo cada vez que releo algunos capítulos descubro facetas nuevas que me llevan -además- a profundizar sobre ellas en otras lecturas menos literarias

    Desde mi perspectiva de profesor de Historia, "El Nombre de la Rosa" me resultó una obra maestra y, de hecho, me descubrió el mundo de la novela histórica que, hasta entonces, ni siquiera había tocado. Luego ya llegaron Pérez-Reverte con su "Alatriste" (a años-luz de distancia, eso sí), Corral con "El Salón Dorado" o Ángeles de Irisarri con "Isabel, la Reina" y terminé de convertirme en lector apasionado de este tipo de literatura.

    Pero tienes toda la razón en tu último comentario: esta entrada lleva ya 10 reflexiones sobre la obra de Umberto Eco, en general... ¿A ver si es verdad que este blog sirve para algo?

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  11. Pues qué queréis que os diga? Quizá a mí el Péndulo me superase y, aunque me lo leí completo, naturalmente, no dejó tanto poso en mí como las discusiones teológicas de El Nombre de la Rosa o el maravilloso lenguaje romanesco de las primeras páginas de Baudolino.

    Reconozco también que Tim Powers me gusta sobremanera. Tanto "Las Puertas de Anubis" como "En costas extrañas" o, incluso, "La fuerza de su mirada", me resultaron muy gratificantes, narrativamente hablando. Pero, claro, es que en mí puede más lo narrativo...

    En cualquier caso, el problema es que el término/concepto de novela histórica puede ser rellenado de muy varios contenidos, según las preferencias de cada "destinatario". En mi caso he de decir que no me gusta especialmente la novela histórica con notas a pie de página o con grandes disertaciones que no son sino morcillas extranarrativas y, menos todavía, la Historia o Biografía noveladas.

    A pesar de ello, los libros de Eco no serán mis favoritos, pero me gustan, no tanto como novela histórica, sino por sus "morcillas", lo que no deja de ser paradójico -exceptúo de esto a El Nombre... que tiene un enorme valor narrativo-. Sin embargo, con el Péndulo me pasó como me pasa con John Le Carré, me pierdo en las subtramas y me desmotivo.

    Por terminar, y a mi gusto personal, nadie hay como Waltari, Graves o Renault para engarzar una novela histórica en la que la Historia se teje detrás de la acción principal como un mero tapiz de fondo. El Nombre de la Rosa está muy cerca de estos autores, pero el resto de la obra de Eco, pudiendo ser estimable por otros valores, no me lo parece tanto.

    Fdo: Un Cornel

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  12. Hombre, yo no puedo hablar de El Péndulo, pero desde luego concuerdo con la grandísima calidad de El Nombre (y también con la de la película, aunque ahí hay que tener muy, muy en cuenta, al gran Connery).

    Tengo que decir que la Semiótica no es precisamente lo mío, así que me limitaré a explicar, como aficionado a la lectura de novelas históricas, que Eco se salió con esta. Y hago un paréntesis para decir que hay, por lo visto, bastante gente que NO CONSIDERA NOVELA HISTÓRICA a El Nombre de la Rosa.

    Desde luego, si es verdad que una novela se construye sobre sus personajes, se puede afirmar que El Nombre tiene unos cimientos solidísimos. Y hablando de ellos, yo no pienso que lo correcto sea presentarlos simplemente sobre un mero tapiz de fondo histórico. Una de las grandezas de El Nombre es que Eco se sirve de sus personajes para presentar todas esas corrientes paralelas, convergentes y contrapuestas de la filosofía cristiana bajomedieval. Y si eso no es Historia en primer plano, ¡que venga Dios y lo vea! (salvando lo contingente del mandato, je, je).

    Ah, y aparte de los personajes, ole al diseño de la trama. Una trama en la que Eco se permite prescindir de grandes escenas de acción y en la que se conforma con dar ligeras pinceladas de un romance apenas insinuado..., y aun así consigue enganchar y sumergirte en ella. No en vano es esa trama detectivesca la que hace que mucha gente se incline por apartar la novela del género histórico (aunque, después de todo, qué más dará el género).

    Un acierto también el foco narrativo. Adso da a Eco la suficiente distancia como para poner a Baskerville por las nubes tirando de un narrador protagonista (lo cual siempre da más intensidad a la narración), y además es buena excusa la de usar a un novicio curioso para verlo todo con ojos inocentes e ir recibiendo las explicaciones oportunas, tanto en lo relativo a la investigación como a las doctrinas heréticas y cismáticas.

    En cuanto a la pedantería, pues en fin: no negaré que los párrafos en Latín son para echar a Eco de comer aparte (como ya le dije en cierta ocasión a Heródoto, yo me leí la novela sin saber lo de las “Apostillas”), pero no es menos cierto que la comprensión (o no) de dichos párrafos no influye para la de la totalidad de la historia. Y hago un inciso para comparar dicha circunstancia con la posibilidad de que en una novela histórica se incluyan pies de página (que no disgresiones farragosas en pleno texto, que en eso coincido con Cornel) para aportar un complemento histórico al lector profano. Sin ánimo pedante, digo, sino con intención de aclarar salvando la fluidez de la narración. Además, ya lo he dicho en alguna ocasión: los pies de página se leen o no. De hecho conozco a gente que se los pasa por el arco del triunfo y tan contetos.

    Por poner un pero, me quedaría como único elemento algo cargante a la introducción previa para meter el tema del manuscrito hallado. No es que el recurso al manuscrito me incomode, no. Es que podría haberse saldado con menos rollo. Es una opinión.

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  13. Pues precisamente pienso que "El nombre de la rosa" es un ejemplo paradigmático del buen uso de la Historia como tapiz de fondo, y lo digo por contraposición a las novelas en que los hechos o personajes históricos son los protagonistas absolutos y terminan siendo un mero ensayo histórico dialogado. No digo que esté mal, digo que no me gusta, que para eso prefiero leerme el ensayo tal cual y sin el pretendido ameno disfraz.
    Y respecto de la cuestión de las notas a pie de página, opino que -al igual que los exordios- si al autor, o al lector, le resultan necesarias, es que la narración adolece del defecto de no dar, dentro de la trama, toda la información necesaria al lector.
    Por lo demás, coincido en el valor de "El nombre...", desde luego.

    El Cornel de antes

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