Acabada ya la emisión del último episodio de la ficción histórica
“Toledo, cruce de destinos”, que tantas falsas esperanzas despertó en un principio entre los toledanos, llega el momento de hacer una valoración objetiva de este producto que, desde el primer momento y hasta las últimas entrevistas realizadas a sus actores principales, Antena 3 vendió a su público como una
“recreación fiel de la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos en el Toledo del siglo XIII”, despertando con ello el interés de los toledanos, especialmente, por el modo en que una serie de TV prometía mostrar la vida medieval en la bella ciudad del Tajo en su época de máximo esplendor, a finales del reinado del gran monarca castellano don Alfonso X “el Sabio”.
Enrique Villuendas Salinas, licenciado en Historia del Arte, profesor de Geografía e Historia y recreacionista medieval perteneciente a la asociación aragonesa
“Feudorum Domini” (los Señores de los Fueros), de la que es secretario y que está dedicada a la investigación, recreación y divulgación de la vida cotidiana española en la segunda mitad del siglo XIII nos ofrece en estas páginas su valoración personal -compartida por numerosos especialistas en el período supuestamente reflejado en la serie- de este más que dudoso cuadro de la supuesta convivencia de las Tres Culturas ofrecido por la cadena privada Antena 3 en su serie estrella de la temporada...
“Cuando un producto televisivo es presentado como una ficción histórica, evidentemente nadie espera que dicho producto refleje de un modo rigurosamente exacto las fuentes documentales de las que los historiadores disponemos, ya que se trata de una ficción destinada al entretenimiento, no de un documental con finalidad didáctica. Sin embargo, lo que sí es de esperar es un mínimo de rigor en la recreación de los personajes históricamente documentados, el vestuario, las formas de pensamiento o la cultura material, de todo lo cual poseemos información en abundancia tanto en fuentes primarias (literarias, históricas, artísticas y arqueológicas) como en estudios y ensayos posteriores, que en el caso que nos ocupa cuentan con las aportaciones de eminencias como Julio Valdeón, Luis Suarez, Gonzalo Menéndez Pidal o Claudio Sánchez-Albornoz por poner sólo unos pocos ejemplos.
Pero ya desde su primer capítulo los responsables de la serie
Toledo, cruce de destinos parecieron rendir cualquier tipo de rigor histórico al entretenimiento vacío de un público obnubilado por la belleza de los actores jóvenes (Maxi Iglesias, Jaime Olías, Paula Rego, Paula Cancio...) o el buen hacer de otros más experimentados (Alex Angulo, Juan Diego, Eduard Farelo, Patricia Vico...), mostrando un cuadro de la vida cotidiana que sólo por casualidad y en contados aspectos tiene algo que ver con lo que fue realmente el Toledo de finales del siglo XIII. Una ciudad que da nombre a la serie y que, dicho sea de paso, brilla por su ausencia en la misma, ya que la mayor parte de los capítulos fueron rodados en Pedraza (Segovia), el castillo de Guadamur y los decorados (magníficos, por otra parte) de los estudios de Antena 3 en Madrid, lugares todos ellos de indiscutible belleza pero que han dejado a los mismos toledanos ayunos de la visión de su propia ciudad en la pantalla...
Las barbaridades (que conforman una auténtica
Historia desgarrada, podríamos decir mucho mejor) que semana tras semana nos ha ofrecido la increíble narración de los amores de Martín y Fátima, Rodrigo y la reina Violante o Diana con Sancho y el propio rey don Alfonso en medio de las peripecias cotidianas en la ciudad del Tajo son incontables y monstruosas, pudiendo agruparse de este modo:
Fallos históricos:
Desde el punto de vista de la propia Historia de Castilla,
el rey don Alfonso fue uno de los más notables monarcas castellanos de la Edad Media, enérgico, culto, poderoso y de fuerte personalidad, frente al cual
“Toledo” nos muestra a un Juan Diego absolutamente “empanado”, falto de toda resolución y autoridad, al que manejan a su antojo dos personajes maquiavélicos como son el conde de Miranda y el arzobispo Oliva. Un rey que tuvo once hijos con doña Violante de Aragón, hija de Jaime I “el Conquistador”, pero de los que la serie sólo nos muestra a dos de ellos -los infantes Sancho y Fernando de la Cerda- y, además, confundiendo gratuitamente su edad: Sancho era segundón, mientras que Fernando era el primogénito y, en la época en que está ambientada la serie, estaba casado con una princesa gala y tenía dos hijos. Fernando de la Cerda era un joven apuesto, inteligente y culto que ya había sido nombrado por su padre regente de Castilla cuando el rey don Alfonso viajó a Alemania para presentar su candidatura al trono imperial (lo que la Historia conoce como
“el fecho del Imperio” y que brilla por su ausencia en la serie), pero se nos muestra como un adolescente incapaz y alocado que sólo piensa en divertirse con sus “amigos” protagonizando situaciones estúpidas más propias del patio de un instituto que de la corte del monarca más poderoso de España. Por último, el infante don Sancho es presentado como hijo ilegítimo de Alfonso, lo cual es históricamente otra aberración.
Por otra parte,
la corte de un monarca medieval era itinerante, no tenía residencia fija, y la del rey don Alfonso se fue desplazando por toda la geografía del reino: Burgos, León, Toledo, Sevilla... En la serie, sin embargo, toda Castilla parece centrarse en Toledo y hasta los personajes se refieren a la ciudad como si fuese la única existente en el reino... Además, Castilla nunca tuvo problemas políticos con Navarra, ni estuvo a punto de declarar la guerra al rey Teobaldo II, ni tenía don Alfonso nada que temer de la vecina Francia, una de cuyas princesas estaba casada con el infante Fernando como hemos dicho...
Especialmente sangrante fue el episodio nº 10, titulado
“El último templario”, donde se nos muestra a la
Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (u “Orden del Temple”) como ya extinguida cincuenta años antes de que el rey Felipe IV de Francia y el papa Clemente V acabasen con ella en 1312, cuando lo cierto es que en el reinado de Alfonso X los Templarios eran aún poderosos y temibles. Además se les muestra como una Orden misteriosa y diabólica que custodia un fabuloso tesoro que jamás nadie encontró y guardiana de conocimientos esotéricos que fueron confesados por sus freyres mediante la tortura inquisitorial, dando pie a una sarta de estupideces paranormales que todavía hoy algunos creen y defienden como artículo de Fe.
Podríamos señalar otras muchas “licencias” que los responsables de la serie se han tomado de forma gratuita, pero baste lo dicho como muestra de lo poco que a éstos les ha preocupado mostrar en la pantalla la verdadera historia de los últimos años del reinado del rey Sabio...
Fallos de vestuario y estilismoSobre la España de la segunda mitad del siglo XIII disponemos de documentos excepcionales que nos ilustran sobre el vestuario, tocados, peinados, complementos y un sinfín de aspectos de la vida cotidiana medieval como son
Las Cantigas de Sancta María elaborado por el propio rey Sabio en torno a 1278, o el
Libro de los Juegos y Tablas, del mismo autor. En ellos podemos encontrar todo un
vademecum para la recreación fidelísima (y muy curiosa e interesante) de ropas, tejidos, ornamentos, etc. de los personajes de distintas culturas y clases sociales en el siglo XIII.
Pero, al parecer, para los responsables del vestuario de
“Toledo, cruce de destinos” era más interesante ceñirse a los modelos de Hollywood o de Walt Disney y mostrarnos unos vaporosos tules con diademas de paño (que no aparecen hasta doscientos años más tarde y en las cortes borgoñonas e italianas), unos vestidos con larguísimas mangas lanceoladas propias de Rapunzel o Blancanieves (las mangas del XIII eran ceñidas a la muñeca en TODOS los ejemplos representados), unos cinturones anchos de tres o cuatro dedos y con hebillas descomunales (conforme avanza el siglo XIII los cintos eran simples ceñidores muy estrechos y con hebillas apenas más anchas que el dedo pulgar), ausencia de prendas tan comunes como el
pellote (que en la serie sólo visten Elvira, Blanca y la reina Violante, aunque de forma incorrecta), prendas inidentificables de cuero sintético con tachuelas hasta en la bragueta, sayas encordadas por la espalda (cuando el encordado era siempre en el costado izquierdo), tejidos con brillos sospechosamente sintéticos y unos estampados dignos de un sillón tapizado del siglo XIX y, en definitiva, un catálogo de invenciones que demuestran más interés en la creatividad moderna que en la recreación medieval...
Pero con ser graves los fallos referidos al vestuario, especialmente escandalosos son los que muestran los
tocados y peinados sobre todo de las damas. En el siglo XIII una dama respetable, a excepción de las doncellas menores de 13-14 años,
jamás llevaba el pelo suelto sino recogido en algún tipo de los muchísimos tocados que nos manifiestan las fuentes artísticas. Sólo las prostitutas hacían alarde de sus cabellos en público, considerados como un signo de fuerte atracción erótica. Pero en el
Toledo de Antena 3, al parecer, toda dama era puta pues todas ellas, sin excepción, muestran su lujuriosa melena ante los hombres sin recato alguno. Mención especial merece la bella
Fátima, una joven casadera musulmana cuyo vestuario y estilismo la habrían hecho merecedora de una paliza por parte de su padre de haberse atrevido a salir a la calle sola, con el pelo al viento y con un escote digno de los volúmenes mamarios de Scarlett Johansson. Y es que no cualquier tiempo pasado fue mejor...
Fallos en las formas de pensamientoEs difícil para el hombre actual comprender que buena parte de nuestra manera de enjuiciar diferentes aspectos de la vida cotidiana es radicalmente distinta a como lo hicieron nuestros antepasados medievales, por lo que “Toledo, cruce de destinos” ha preferido hacer caso omiso de dichas formas de pensamiento y limitarse a plasmar en la pantalla situaciones actuales disfrazadas de supuesto medievalismo de opereta...
Por ejemplo: el
matrimonio hasta hace relativamente pocas décadas era entendido -sobre todo entre las clases sociales poderosas- como un negocio en el cual los sentimientos apenas tenían cabida y se consideraban como la guinda del pastel: lo importante era unir fortunas familiares mediante el enlace de sus vástagos, por lo cual eran los padres quienes negociaban el matrimonio de sus hijos sin consultarles sus gustos personales. En esta misma línea, por tanto, el
adulterio y la
bastardía eran situaciones a menudo repetidas, pues el marido (nunca la mujer, ya que estamos hablando de una sociedad eminentemente androcéntrica donde “el honor” del marido estaba por encima de la consideración de la mujer) buscaba fuera de un matrimonio estipulado y negociado por su familia del modo que acabamos de explicar el placer o el amor que su esposa impuesta no podía o no quería darle.
Sin embargo en la serie encontramos damas escandalizadas y ultrajadas porque sus esposos tienen amantes, hijos bastardos y aventuras extramatrimoniales que eran absolutamente comunes en la Europa del medievo, sobre todo entre los estamentos privilegiados (los pobres, los campesinos, los villanos eran los únicos que podían casarse por amor, ya que nada tenían que perder ni ganar en un matrimonio concertado). Alfonso X tuvo tres amantes históricamente documentadas que le dieron otros tantos bastardos, algunos de los cuales gozaron de altas posiciones en la Corte, pues la etiqueta de bastardía entre reyes y nobles no era en modo alguno un baldón infamante y podían gozar incluso de derecho a la herencia de sus augustos progenitores.
Asimismo, encontramos en los capítulos de
Toledo frases tan absurdas como
“¿Así que ahora mi padre me busca un marido sin consultarme?”, ¡pronunciada además por una
mujer musulmana, cuando hasta hace menos de cien años eso era lo habitual y, en muchos casos, incluso hoy mismo sigue practicándose en los países árabes! Y es que el caso de Fátima es especialmente desesperante: que una dama noble islámica del siglo XIII tenga ideas de un feminismo contemporáneo
radical, se le permita asistir como una alumna más a la Escuela de Traductores (que tampoco era un aula de colegio como se nos muestra en la serie) y salga a la calle sin acompañantes y vestida de prostituta a los ojos de sus contemporáneos son detalles que claman al cielo, impensables en la sociedad medieval toledana en la que, dicho sea de paso, la tan cacareada
“convivencia de las Tres Culturas” no era tal sino una “coexistencia pacífica” pendiente de un hilo en la que los cristianos, recelosos y desconfiados, imponían su ley a musulmanes y judíos recluidos en sus respectivos barrios (morerías y juderías) sin apenas contacto cotidiano entre unos y otros y protagonizando en demasiadas ocasiones roces, reyertas y enfrentamientos a duras penas evitados por las autoridades...
Además de todo lo dicho, la sociedad medieval estaba impregnada de una
religiosidad y superstición difícilmente comprensibles para el mundo contemporáneo. Los hombres que edificaron las catedrales góticas vivían en un continuo temor y esperanza en la Divinidad, pero en
“Toledo, cruce de destinos” apenas atisbamos a los personajes en misa, ni mucho menos rezando, santiguándose o encomendándose a los Cielos. Ni siquiera el arzobispo Oliva, cuya religiosidad parece mostrarse más de cara a la galería que fruto de un íntimo convencimiento, mostrándose más como un cortesano intrigante que como un prelado medieval...
Terminaremos este apartado, dejándonos muchísimos otros comentarios en el tintero por falta de espacio, indicando que la
sociedad medieval estaba fuertemente estamentada, de manera que entre los privilegiados (nobleza y clero) y los villanos existía un foso insalvable de prejuicios de clase que harían imposible el “compadreo” que podemos ver entre el príncipe don Fernando de la Cerda y sus “amiguitos” Martín y Cristóbal, el trío calavera, simples criados que se atreven a tutear a su señor y reciben un trato de igualdad impensable en la sociedad toledana del reinado de Alfonso X. Pero es que los diálogos estúpidos y los
“momentos-payacho” entre estos tres absurdos personajes (supuestamente pensados para
“quitar dramatismo a la serie”) merecerían comentarios mucho más mordaces y extensos que no podemos desarrollar en pocas líneas...
Fallos militaresEn una época como la nuestra, en la que no existen guerras sino "situaciones conflictivas", ni muertos sino "daños colaterales", resulta difícil imaginar que en la Edad Media el hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte eran elementos consustanciales al ser humano, que convivía con ellos con absoluta naturalidad...
El estamento nobiliario, especialmente,
amaba la guerra: era su medio de obtener ganancias (botín), títulos, tierras y privilegios (concedidos por el rey en función de su implicación en el combate). La guerra era su medio de vida, aquello para lo que eran entrenados desde la infancia, aquello para lo que habían nacido, hasta el punto de que en latín a los nobles se les denominaba
"bellatores", es decir, "guerreros". El trabajo en el campo era para los villanos, los siervos, los campesinos (
"laboratores") y la oración, la espiritualidad y la cultura para las mujeres y los clérigos (
"oratores"), pero un noble era inseparable de su caballo, de su arnés, de su escudo, de su lanza y de su espada. Y estaba profundamente orgulloso de ello.
En la Edad Media no se hacían "levas de soldados". El "ejército de leva", reclutado de ciudad en ciudad, no existirá hasta los Reyes Católicos. Cada noble contaba con sus propios soldados ("mesnada"), y cuando el rey los llamaba al combate ("llamada al fonsado", se decía entonces) cada uno aportaba por obligación de su pacto de vasallaje tantos hombres como pudiera reunir. Nadie podía sustraerse a esta obligación. Y sólo los "sargentos de armas" (o los caballeros) y los propios nobles titulares de su feudo tenían el privilegio de combatir a caballo. El resto de mesnaderos formaban la "peonada", la infantería que se enfrentaba cuerpo a cuerpo al enemigo. Cada "mesnada" se identificaba por el estandarte con las armas del noble que la mantenía, ya que los uniformes militares no existían tal y como los conocemos hoy: los soldados se vestían y armaban según sus posibilidades económicas o su suerte en el botín de guerra...
Pero en
"Toledo, cruce de destinos", todo esto no tiene importancia: los soldados de la milicia concejil toledana son reclutados a la fuerza (cuando en realidad eran voluntarios pagados), el rey Alfonso es un pusilánime que tiene miedo de ampliar sus feudos a punta de espada, los soldados van uniformados todos iguales con perpuntes azules con las armas de Castilla y León (los uniformes militares no aparecerán hasta el siglo XVIII) y las espadas que llevan son mandobles que corresponden a modelos cien o doscientos años posteriores. La espada de Rodrigo, sobre todo, es especialmente escandalosa. Cada vez que el magistrado desenvainaba su infame “abrecartas”, Dios mataba a un gatito. Y es que cuando un asesor histórico (si lo hay) se encuentra prendado de “El Señor de los Anillos” o de “Juego de Tronos”, es mejor que no se meta a diseñar espadas medievales históricamente documentadas porque pasa lo que pasa...
Fallos sobre la vida cotidianaRecopilemos en este último epígrafe otros fallos “de bulto” que han hecho de esta serie un atentado a la Historia, como venimos demostrando... El judío
Abraham, por ejemplo, interpretado por el gran actor Alex Angulo pero cuya vestimenta nada tiene que ver con la que nos muestran las
fuentes artísticas, se presenta como un “gorrón” empedernido que come en casa de su amigo Rodrigo día sí y día también, olvidando que la religión judía sigue unas estrictas costumbres culinarias (la llamada cocina
kosher) que no compartían los cristianos en absoluto.
La
casa del alfaquí Taliq, por otro lado, en la que se “cuela” Martín a todas horas, dista mucho de las viviendas musulmanas recoletas, cerradas en sí mismas, convertidas en pequeños “castillos” que sólo sus dueños y sus invitados podían disfrutar. Lo mismo podríamos decir de las
habitaciones privadas de Violante en el palacio real: en ellas se introduce cualquiera a todas horas, lo cual era impensable ya que se trataba de lugares muy vigilados, difícilmente accesibles (no se encontraban en medio de los pasillos de uso público) a los que se tenía entrada franca únicamente por orden de sus dueños, máxime tratándose de la reina de Castilla...
En definitiva, a lo largo de estas páginas hemos ido haciendo una pequeña recopilación de todo aquello que la Edad Media fue y que una serie de supuesta “ficción histórica” ha pretendido hacernos pasar como una “recreación de la vida cotidiana medieval” sin fundamento alguno que historiadores y entendidos como Noemí Toral, David Nievas Muñoz, Luis Sorando López (en la foto) o yo mismo hemos tratado de desenmascarar como una verdadera “patada a la Historia” que conocemos bien. Parece mentira que
“Toledo, cruce de destinos” haya contado con un equipo de asesores históricos cuyas recomendaciones han brillado por su ausencia en todo momento, salvándose únicamente aspectos como los decorados y el atrezzo (en verdad magníficos) que por desgracia se han puesto al servicio de “algo” que no ha pasado de ser
“Física o Química” con ciertos toques medievaloides. Y todo ello sin entrar en valoraciones subjetivas sobre la interpretación de los actores, lo que merecería un tema aparte ya dentro de lo que consideraríamos una crítica cinematográfico-televisiva...