jueves, 29 de marzo de 2012

HUELGA GENERAL... (y van 8)


¡¡¡A LAS BARRICADAS!!!

Como siempre que se plantea una Huelga General, estoy escuchando estos días multitud de voces que animan a seguirla para "evitar la aprobación de una Reforma Laboral que destruye todas las conquistas obtenidas por los obreros en décadas de lucha contra los abusos de patronos y empresarios", dándome razones de peso y desmontando supuestamente todas las reticencias que pueden plantearse ante un acto de presión como es este...

Una de esas razones me resulta especialmente interesante. Me dicen, entre otras cosas, que la Huelga es necesaria porque "las grandes conquistas históricas del proletariado se han conseguido a través de la huelga como principal medida pacífica de presión para obligar a los gobiernos y a los caciques a retirar leyes que han ido en contra de los derechos de los trabajadores..."

Bueno, pues ahí sí que no. Por ahí no paso...

No, no me tachéis de inmediato de "retrógrado" o de "conservador" porque no van por ahí mis reflexiones, ni mucho menos. Antes bien, son mucho más radicales. Las cabezas pensantes de los acomodaticios sindicatos actuales parecen olvidarse de una cosita sin importancia: una "Jornada de Huelga General" es una soplapollez como la copa de un pino. Echando un leve vistazo a la historia del movimiento obrero nos damos cuenta de que esas conquistas del proletariado se llevaban a cabo a través de huelgas INDEFINIDAS muy bien preparadas, antes de las cuales se acumulaba un "fondo de resistencia" para ayudar a los obreros a sobrevivir durante los días, semanas... ¡o MESES! que duraba la huelga, PRESIONANDO y ACOJONANDO de verdad a los empresarios para lograr sus objetivos...

Huelgas brutales como la de 1927 en Asturias, con enfrentamientos salvajes contra las fuerzas policiales (e incluso contra el ejército), con disparos, con muertos, con luchas en las calles, con piquetes en las puertas de las fábricas, con los fondos de resistencia agotándose poco a poco en un tira y afloja contra el Gobierno y la patronal, a ver quién aguantaba más: los obreros sin cobrar o las fábricas sin producir... Lo de "¡A las barricadas...!" no era sólo un cántico de manifestación perroflauta: era una puta realidad. Y había que tener cojones para vivirla.





¿Me quiere decir ahora alguien quién demonios estaría dispuesto este jueves a secundar una HUELGA INDEFINIDA de verdad, de las que hacen daño a los gobiernos y terminan derribándolos? ¿Cuántos obreros tendrían huevos de pegarse dos o tres meses (¡o cuatro... o cinco!) sin cobrar por el beneficio común? ¿Quién tendría pelotas de acabar de hundir económicamente el país de forma definitiva? Estamos demasiado bien sentados en un estado del bienestar (que lo es, aunque lo neguemos) como para tener el valor necesario de cargárnoslo con algo así de radical.

Así que nada: huelga general el día 29, salvamos las apariencias, hacemos como que protestamos, ejercemos nuestro derecho, al día siguiente todos contentos (los sindicatos por el rotundo éxito y el gobierno por el clamoroso fracaso) y a final de mes le habréis regalado un día de sueldo a las empresas y la Reforma Laboral seguirá adelante porque hasta el mismo Rajoy contaba ya con una Huelga General, así que no le pìlla de sorpresa...

Yo lo he dicho muchas veces ya: esto sólo se arregla a la desesperada, cogiendo el AK-47 y echándose al monte. Y yo no tengo ni cuerpo, ni edad, ni ánimos para eso...

jueves, 15 de marzo de 2012

"Non nobis, domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam"


BREVES APUNTES SOBRE LA ORDEN DEL TEMPLE

A menudo se asocia el nombre del Temple o a los "templarios" con oscuros y nocturnos rituales mágicos, con tesoros ocultos, con maldiciones ancestrales y con toda una parafernalia esotérica que resulta tan atractiva como envuelta en el misterio... Y tal vez no falten razones para tal asociación, ya que fueron acusados en su momento de todas esas prácticas diabólicas y ellos mismos llegaron a admitirlas. Pero es necesario saber el cómo, el cuándo y el porqué de todo ello...

A finales del siglo XI la Primera Cruzada predicada por un monje conocido como Pedro "el Ermitaño" en Francia para lberar los Santos Lugares del dominio musulmán coincidió con los inicios de una profunda renovación de la Iglesia auspiciada por el papa Gregorio VII (la "reforma gregoriana" cuyo efecto más visible y conocido fue el célebre "canto polifónico" de los coros benedictinos pero que supuso una transformación mucho más profunda y compleja), y continuada por Urbano II, un pontífice que bendijo y promovió las Cruzadas consagrando la liberación de Tierra Santa como una tarea obligada para todo príncipe cristiano... y también como un fenómeno cultural, religioso, político, militar y económico de primer orden en toda Europa.

En este contexto, pues, de renovación eclesiástica, de reestructuración de los monasterios (llevada a cabo por la extraordinaria labor desarrollada desde la gran abadía benedictina francesa de Cluny) y de lucha para liberar los Santos Lugares del dominio musulmán es donde se inserta el nacimiento de las tres grandes Órdenes Militares de caballería en una Jerusalén reconquistada por los cruzados en 1099, especialmente la Orden del Hospital de San Juan, la de los Caballeros del Santo Sepulcro y la de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón, más conocida como "L'ordre du Temple" (en francés, pues franceses fueron sus fundadores) o simplemente como los Caballeros Templarios.

Fundada por Hugo de Payns, su primer Gran Maestre, y nueve caballeros más con sus correspondientes séquitos, la Orden del Temple surgió como milicia religiosa (con votos de pobreza, obediencia y castidad) muy bien preparada para la guerra, con el propósito de escoltar a los peregrinos que viajaban a Jerusalén y fue bendecida y aprobada por el papa Honorio II en el concilio de Troyes del año 1129. Apoyados e forma entusiasta por San Bernardo de Claravall, de cuya orden cisterciense adoptaron su regla monástica, muy pronto los Pobres Caballeros de Cristo (en latín: "Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici") recibieron las bendiciones de los reyes europeos y comenzaron a crecer en número, fama y poder, construyendo fortalezas tanto en Tierra Santa como en todo el Mediterráneo.

Como es sabido, los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto blanco con una cruz patada (es decir: con los brazos iguales y ensanchados hacia los extremos) de gules (roja) dibujada sobre el hombro izquierdo y sobre el pecho de la veste que cubría sus cotas de malla. Sus miembros se encontraban entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas y pronto combatieron no sólo en Tierra Santa sino también en España, apoyando a los reinos cristianos en su lucha contra el Islam, recibiendo por ello numerosas donaciones y edificando iglesias, hospitales y encomiendas por toda la geografia peninsular. En 1134 el rey Alfonso I de Aragón les entregó en herencia su propio reino, al cual renunciaron no sin recibir a cambio abundantes territorios y castillos, entre ellos la fortaleza de Monzón, que se convertiría en cuartel general del Temple en tierras aragonesas.

Su cuartel general en Jerusalén se estableció en la mezquita de al-Aqsa, que se alza todavía en la Explanada de las Mezquitas antaño ocupada por el gran Templo de Salomón, de ahí su nombre de "Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón", resumido en "Orden del Templo" (o "Temple", en francés). Su lema era "Non nobis, domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam" ("No para nosotros, Señor, no para nosotros sino da Gloria a Tu Nombre"), toda una declaración de intenciones haciendo constar que no buscaban su propia Gloria sino la de Dios. Y su sello (SIGILLUM MILITUM CHRISTI) representaba a dos caballeros montando un solo caballo, haciendo así profesión de pobreza. Los Caballeros Templarios (y, en general, todos los de las Órdenes Militares) tenían prohibido rendirse ante los infieles, por lo que nunca cayeron prisioneros en batalla alguna. Su regla les impedía pedir rescate de sus personas, por lo cual sólo tenían la opción de morir o vencer. Eso les hacía especialmente arriesgados, feroces, disciplinados y temibles en el combate. La aparición de las cruces rojas del Temple sobre un campo de batalla provocó pavor entre el enemigo y profundo agradecimiento y regocijo entre los soldados cristianos durante casi dos siglos...

Mientras, los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica (basada en "encomiendas" o monasterios autogestionados) a lo largo del mundo cristiano, creando nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco: crearon libros de cuentas, la contabilidad moderna, los pagarés e incluso la primera letra de cambio. En esta época pesaba mucho la idea de transportar dinero en metálico por los caminos, y la Orden dispuso de documentos acreditativos para poder recoger una cantidad anteriormente entregada en cualquier otra encomienda de la orden. Solamente hacía falta la firma, o en su caso, el sello. Esa precisamente sería la causa de su desgracia. En 1187 el sultán Salah al-Dinh tomó Jerusalén a los cristianos y la Orden del Temple empezó a ser discutida en los reinos europeos, si bien sus maestres conservaban aún en Palestina plazas fuertes tan importantes como San Juan de Acre. Mientras, en Europa los templarios continuaron su actividad financiera enriqueciéndose cada vez más mediante cuantiosas donaciones, préstamos a intereses mucho más bajos que los ofrecidos por los mercaderes judíos, inversiones e incluso el comercio de reliquias, que les reportaba lucrativos beneficios gracias a sus contactos en Asia Menor y Palestina, aunque sin olvidar nunca su idiosincrasia de monjes-guerreros.

Pero a finales del siglo XIII, en 1291, San Juan de Acre cayó en manos musulmanas y los templarios comenzaron a verse cuestionados con cada vez mayor frecuencia y vehemencia. De ser los defensores de los Santos Lugares habían pasado a convertirse en molestos y codiciosos acreedores, especialmente en Francia, donde las encomiendas del Temple se contaban por centenares (y sus deudores por miles). En estas circunstancias dió comienzo el infame proceso que les llevaría a su disolución.

Retirados a la isla de Chipre junto a los Caballeros del Hospital de San Juan y acreedores principales del rey Felipe IV “el Hermoso” de Francia, éste decidió acabar con el poder de la Orden y fraguó su desgracia acusando a sus miembros de prácticas misteriosas y actividades diabólicas gracias a la ayuda de un grupo de letrados con Guillaume de Nogaret al frente. Se dijo en la acusación que adoraban en sus reuniones de capítulo a un ídolo satánico conocido como el “Bafomet”, que encabezaban una conspiración para entregar al mundo a las garras de Satanás, que sus reuniones eran orgías desenfrenadas en las que besaban en el ano a un macho cabrío, que ocultaban en un lugar secreto el fastuoso Tesoro Templario fruto de sus latrocinios y mil fantásticas necedades más, todas ellas cuidadosamente preparadas, falsamente testimoniadas y ensayadas por sus acusadores. Perseguidos y detenidos sus miembros por toda Francia la noche del 13 de octubre de 1307 (viernes, motivo por el cual esta fecha resulta de mal augurio), torturados en las prisiones reales para que admitiesen los crímenes contra la Religión de los que se les acusaba y lograda su confesión bajo los más espantosos tormentos, sus numerosísimos bienes fueron transferidos a la Orden del Hospital de San Juan y la Orden del Temple fue declarada disuelta el 3 de abril de 1312 con la bendición del papa Clemente V, que no quiso o no supo oponerse a los dictámenes del rey de Francia.

Hay que decir, en honor a la verdad, que las supuestas atrocidades, misas negras, prácticas diabólicas y demás parafernalia esotérica atribuída a la Orden radicaba en el hecho de que los Templarios adquirieron en Tierra Santa una serie de conocimientos relacionados con un simbolismo religioso poco usual en Occidente: por ejemplo, el uso de la planta circular o poligonal centralizada en algunas de sus construcciones (por ejemplo, la capilla de Santa María de Eunate, en Navarra, entre otras muchas), que tiene su origen en la Cúpula de la Roca de Jerusalén, impresionante edificio que se alza justo enfrente de la mezquita de al-Aqsa y que los templarios, como es lógico, estaban habituados a contemplar, estudiar y visitar a diario. Los arquitectos de la Orden adoptaron este tipo de construcción (imagen del Mundo y de la Perfección divina), que resultaba poco habitual en la Europa de los ss. XII y XIII. Pero todo ello fue utilizado, convenientemente manipulado, para labrar su desgracia.

Tras un largo proceso de difamación y una parodia de juicio sumarísimo, su último Gran Maestre, Jacques Bernard de Molay, pereció en la hoguera junto a Geoffroy de Charnay dos años después, el 18 de marzo de 1314, retractándose de su confesión arrancada bajo tortura y maldiciendo a la Casa de Francia en estos términos:

"Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir. ¡Malditos, seréis todos malditos, hasta la decimotercera generación!"

El pontífice Clemente V (exiliado en la corte papal de Avignon), el "rey maldito" Felipe IV de Francia y el jurista Guillaume de Nogaret morirían en el transcurso de ese mismo año de 1314...

Y así comenzó la leyenda del Temple.

viernes, 9 de marzo de 2012

Sobre la guerra y los guerreros medievales...

En una época como la nuestra, en la que no existen guerras sino "situaciones conflictivas", ni muertos sino "daños colaterales", resulta difícil imaginar que en la Edad Media el hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte eran elementos consustanciales al ser humano, que convivía con ellos con absoluta naturalidad...

La nobleza, especialmente, AMABA la guerra: era su medio de obtener ganancias (botín), títulos, tierras y privilegios (concedidos por el rey en función de su implicación en el combate). La guerra era su medio de vida, aquello para lo que eran entrenados desde la infancia, aquello para lo que habían nacido, hasta el punto de que en latín a los nobles se les denominaba bellatores, es decir, "los que luchan". El trabajo en el campo era para los villanos, los siervos, los campesinos (laboratores) y la oración, la espiritualidad y la cultura para las mujeres y los clérigos (oratores), pero un noble era inseparable de su caballo, de su arnés, de su lanza y de su espada. Y estaba profundamente orgulloso de ello.

En la Edad Media no se hacían levas de soldados. El "ejército de leva", reclutado de ciudad en ciudad, no existirá hasta los Reyes Católicos. Cada noble contaba con sus propios efectivos(mesnada), y cuando el rey los llamaba al combate (llamada al fonsado, se decía entonces) cada uno de ellos aportaba al ejército real por obligación de su pacto de vasallaje tantos hombres como pudiera reunir. Nadie podía sustraerse a esta obligación. Y sólo los "sargentos de armas" (caballeros) y los propios nobles titulares de su feudo tenían el privilegio de combatir a caballo. El resto de mesnaderos formaban la peonada, la carne de cañón, la infantería que se enfrentaba cuerpo a cuerpo al enemigo. Tampoco existían uniformes militares: cada mesnada se identificaba por el estandarte en el que figuraban las armas del noble señor que la mantenía.

El ejército real (hueste) estaba formado por los siguientes elementos:

Las mesnadas: éstas eran tanto la guardia personal del monarca (mesnada real) como los guerreros a caballo y peones sin cualificación aportados por cada noble sujeto a pacto de vasallaje, como ya hemos dicho. Formaban el núcleo central del ejército y solían situarse en el centro de la formación (batalla), con la infantería en medio y la caballería en los flancos o costados (alas), encabezadas por el rey o el noble correspondiente. En el momento del ataque, la caballería cargaba de flanco sobre el enemigo, envolviéndolo, mientras la infantería chocaba una contra otra tratando de causar el mayor número posible de bajas.

Las milicias concejiles: eran las tropas VOLUNTARIAS reclutadas en las ciudades (concejos), que se encargaban de la defensa de su propia ciudad y que combatían para el ejército real por deseo propio (pues no estaban sujetos a vasallaje) a cambio de UNA SOLDADA que se les pagaba con cargo a las arcas municipales o al propio monarca. Solían ser fuerzas de desgaste, a veces bien entrenadas, y raramente contaban con refuerzos de caballería.

Las órdenes militares: cuando el combate era contra enemigos de la Fe cristiana (o sea, los musulmanes en el caso de España) las tropas reales contaban con el apoyo de las Ordenes Militares (las tres más importantes en el reino de Castilla durante el reinado de Alfonso X eran las de Santiago, Alcántara y Calatrava), mitad monjes y mitad soldados. Eran tropas de élite, caballeros en su mayoría, que combatían con un valor extremo, una disciplina férrea y una ferocidad inusitada y tenían prohibido ser hechos prisioneros, por lo que sólo cabía para ellos la victoria o la muerte. Solían ocupar los flancos de la formación, siempre en primera línea, y su intervención a menudo resultaba decisiva en el combate.


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Hay que añadir que en la Edad Media hubo muy pocas batallas campales que requiriesen la llamada "al fonsado". En el siglo XIII, concretamente, sólo hubo una: la batalla de Las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212, que supuso un enfrentamiento de más de 100.000 guerreros entre cristianos (comandados por los reyes Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra) y musulmanes (encabezados por el califa almohade Muhammad al-Nasir, que resultó derrotado y permitió a los cristianos penetrar en el valle del Guadalquivir e iniciar la reconquista de Andalucía). Pero la mayoría de los choques que tuvieron lugar durante la Edad Media fueron pequeñas escaramuzas, expediciones de castigo (llamadas razzias y cabalgadas) o grandes asedios a ciudades (Córdoba, Sevilla, Murcia, Valencia, Mallorca...). Y añadamos que aunque en Las Navas de Tolosa se enfrentaron entre 80.000 y 100.000 combatientes, se trató de una rarísima excepción. A menudo los efectivos al mando de los monarcas de Castilla y Aragón no superaban en el mejor de los casos los 5.000 o 6.000 soldados entre caballeros y peones. En Las Navas hubieron de juntarse tres reyes con sus mesnadas nobiliarias, las milicias concejiles de varias ciudades castellanas y las tropas de las tres principales órdenes militares para alcanzar un número de unos 30 ó 40.000 cristianos frente a 60 u 80.000 guerreros almohades. Unas cifras exorbitadas que casi no volveremos a ver hasta las guerras napoleónicas del siglo XIX.

LA VIRTUD DE UN REY

Uno de los rasgos más destacados de los monarcas medievales era la magnanimidad, es decir, la grandeza de espíritu y la misericordia hacia los vencidos. A este respecto, los cronistas nos cuentan una interesante anécdota acerca de uno de los más poderosos monarcas del reino de Aragón: Alfonso I, llamado "el Batallador" (1104-1134).

Don Alfonso conquistó a los almorávides la ciudad de Zaragoza el 18 de diciembre de 1118. A menudo, a pesar de los esfuerzos por evitar que los pobladores musulmanes abandonasen las ciudades al caer en manos de los cristianos concediéndoles unas capitulaciones honrosas y una serie de privilegios ("fueros"), el miedo a las represalias o el fervor religioso podían más que las promesas de los reyes y muchos moros huían hacia los territorios aún bajo dominio islámico sin que las tropas cristianas lo impidiesen, ya que se trataba de persuadirles, no de obligarles a quedarse. Era necesario, entonces, REPOBLAR los territorios abandonados con nuevos habitantes traídos incluso de diferentes reinos.

Las crónicas nos cuentan que el caso de Zaragoza no fue distinto. Al rendirse los almorávides y entregar la ciudad al rey aragonés, miles de familias musulmanas saraqustíes se dispusieron a abandonar la ciudad con todos los bienes que pudieron acarrear. Cuando todo estaba dispuesto para partir, el monarca hizo detener la caravana de fugitivos a las puertas de Zaragoza y les obligó a mostrarle los tesoros que cargaban con ellos. Muchos de esos equipajes contenían cofres llenos de joyas, sacos con bandejas de plata, copas de oro, monedas y otros objetos valiosísimos que sus dueños legítimos pretendían sacar de la ciudad. El rey y sus guardias contemplaron todo ello con gran interés y con ojos codiciosos, pero cuando los preocupados musulmanes temían ya que iban a verse despojados de sus riquezas, don Alfonso les dijo:

"¡Escuchadme, moros de Zaragoza!: si no hiciese esto, pensaríais que os dejaba marchar engañado porque no sabía lo que os llevábais. Pues bien, ahora que lo he comprobado, os concedo que podáis partir en paz donde os plazca con todos vuestros bienes, pues ningún cristiano ha de privaros de ellos sin ser castigado"

Tal vez esta pequeña historia sea fruto de la invención, pero lo cierto es que la magnanimidad del gran rey don Alfonso I de Aragón y Pamplona era legendaria...

domingo, 4 de marzo de 2012

Santa María de Sigena... (o la historia de una tristeza)

No había estado jamás... Y ya iba siendo hora de rendirle una sentida visita...

Ayer cogí el coche, aprovechando uno de estos fines de semana de puente en los que no hay nada mucho mejor que hacer, y me fui para allá. Como estamos en España y no tengo GPS, la horrenda señalización de carreteras hizo que en Sariñena tomase el camino hacia Bujaraloz en lugar del de Fraga, teniendo que desandar lo andado en Castejón de Monegros para ¡al fin! llegar a Villanueva de Sigena poco antes de las dos de la tarde.

El entorno es una maravilla. Un desvío de 700 metros a la derecha antes de llegar a Villanueva te conduce hasta el exterior de la Capilla Real desde donde pueden contemplarse las nuevas construcciones del cenobio sigenense en el que se educó mi querido y ficticio "pater" dom Enrique de Çaragoça, monje cillerero de Nuestra Señora la Real de Sigena. Una puerta lateral permite la entrada al patio en el que se encuentra la magnífica portada de trece arquivoltas lisas, al lado del arcosolio que hace setenta y cinco años cobijaba la sepultura de Rodrigo de Lizana, hermano de la priora doña Ozenda, muerto en Muret en la infausta jornada del 13 de septiembre de 1213.

Acompañado por una simpática hermana de la Orden de Belén, congregación de origen francés que ocupa el monasterio desde 1986, recorrí la magnífica iglesia cenobial de una sola nave con cubierta de medio cañón apuntado y contemplé la Capilla Real con los sepulcros de don Pedro II "el Católico" de Aragón, de su madre doña Sancha (esposa de Alfonso II "el Trovador" y fundadora del monasterio en 1188) y de sus hermanas doña Dulce (muerta de enfermedad a los doce años por las malas condiciones climáticas del cenobio, construido sobre una antigua laguna cuyos efectos de humedad subterránea aún se dejan sentir en el edificio) y doña Blanca... sepulcros todos ellos vacíos tras la profanación y el incendio del verano de 1936. Ví los escasos jirones de pintura que quedan aún en los muros de la iglesia prioral, antaño cubiertos de magníficas imágenes, y la pequeña escultura policromada de Nuestra Señora de Sigena, réplica de la talla románica perdida para siempre en la azarosa historia del monasterio... Entré en la Capilla del Santísimo (antiguo refectorio de las Cruces de San Juan sigenenses), cubierta con enormes arcos diafragma, y recorrí el impresionante claustro con sus crujías sustentadas por arcos de medio punto, con especial interés en los CINCO arcos que parten de la misma esquina para sostener la techumbre restaurada de uno de los rincones del enorme dormitorio que ocupaban las monjas de Sigena hace ochocientos años. Ví también, desde afuera porque la humedad ha provocado desprendimientos que pueden poner en peligro a los visitantes, la extraordinaria Sala Capitular que ardió durante un mes en los infaustos primeros días de la Guerra Civil, impresionante aún sin sus espléndidas pinturas (hoy exiliadas en el Museo Nacional de Arte Románico de Cataluña) y sin las maravillosas techumbres mudéjares que se perdieron irremisiblemente en el incendio absurdo y salvaje del cenobio...

Se te cae el alma a los pies. Las solemnes ruinas del monasterio permiten hacerse una idea de su importancia y de su grandeza durante la Edad Media. En el siglo XIV, bajo el priorazgo de doña Blanca de Aragón y Anjou, alcanzó Sigena su máximo esplendor convirtiéndose más en un palacio que en un monasterio, donde cada hermana sanjuanista -todas ellas hijas de nobles familias aragonesas- edificó su propia celda en los rincones más inverosímiles, construida a sus expensas y ornamentada con obras de arte de calidad extraordinaria...


Nada de ello queda en la actualidad. Apenas el esqueleto de lo que fue y que, a duras penas, medio centenar de monjas tratan de mantener vivo. A la bancarrota, el abandono, las desamortizaciones del siglo XIX y la salvaje y absurda venganza de las columnas anarquistas catalanas que lo redujeron a cenizas en el verano del 36 (y que hizo reflexionar a su líder Buenaventura Durruti: "Este incendio nos va a hacer más daño que los cañones de los fascistas") se unieron a partir de los años 70 y 80 el despojo salvaje, el robo y la venta ilegal de los bienes que aún atesoraba en monasterio, los cuales fueron a parar a los museos de Barcelona y Lérida, dejando a Nuestra Señora la Real de Sigena convertido en un fantasma del pasado por cuyas ruinas paseó dom Enrique de Çaragoça con el alma encogida de nostalgia y de tristeza. Aunque es magro consuelo, entre 1910 y 1936 estudiosos y fotógrafos como A. Mas, J. Gudiol, J. Soler, R. Compairé y J. Luesma recogieron una ingente cantidad de imágenes del monasterio antes de su destrucción. En 1997 la Diputación de Huesca editó un librito interesantísimo con una recopilación de buena parte de esas fotografías que, junto con las piezas dispersas en los museos catalanes, son el único testimonio visual que perdura de los tesoros artísticos de Santa María la Real de Sigena...

Marché de allí con una sensación de abatimiento, no sin antes comprar una pieza de cerámica con la que las monjitas de la Orden de Belén tratan de ganarse la vida. No podía hacer menos. Y regresé a la vieja Zufaria pensando que Dom Enrique de Çaragoça tuvo mucha más suerte que yo...