jueves, 28 de abril de 2011

RECREACIONISMO Y EDUCACIÓN: LA VESTIMENTA DE UN CABALLERO DEL SIGLO XIII



Sinopsis:

La Edad Media suele abordarse en la enseñanza secundaria en el ámbito de las estructuras y las coyunturas tanto políticas como especialmente sociales, económicas, religiosas y culturales. Libros de texto, páginas web didácticas, cuadernos de ejercicios, etc. abordan el estudio de la Edad Media en términos y conceptos generales de evolución política (reconquista y repoblación, formación y desarrollo de reinos e imperios, órganos de gobierno, cortes, monarquías y dinastías reales...), estructuras sociales (Feudalismo, sociedad estamental), recursos económicos (innovaciones técnicas en la agricultura, despertar del comercio y del urbanismo), importancia de la religión (preservación de la cultura en los monasterios, cruzadas, herejías, Inquisición, reformas religiosas, camino de Santiago) o estilos artísticos (románico, gótico, arquitectura, escultura, pintura...).

Todo ello, con ser imprescindible para una correcta interpretación y conocimiento de la Edad Media, adolece de un aspecto muy interesante para nuestros alumnos como es el de la vida cotidiana. A través de los recursos e instrumentos didácticos disponibles es posible acceder a la comprensión de los conceptos básicos relativos al estudio de la Edad Media, pero un aprendizaje significativo y funcional de tan rico período histórico pasa por la experimentación de otros aspectos menos conocidos pero mucho más interesantes para ellos por lo que tienen de cercano y familiar.

La indumentaria es uno de esos aspectos. Podemos conocer la estructura social del reino y Corona de Aragón bajo Jaime I el Conquistador o sus hazañas militares en las conquistas de Mallorca y Valencia, podemos comprender las instituciones políticas del reino de Castilla con Alfonso X o contemplar y seguir en un mapa la evolución de las fronteras entre el Islam y los reinos cristianos en la España de la Reconquista siglo tras siglo pero... ¿Cómo vestían los caballeros en los asedios y batallas medievales? ¿Qué armas llevaban? ¿Cómo las utilizaban?... Para responder a estas preguntas hemos planteado como tema histórico para la realización de este vídeo el guardarropa de un noble aragonés de mediados del siglo XIII, siendo desnudado de sus ropas civiles por sus criados y vestido con el ajuar y panoplia militares para entrar en combate.

Para ello contaremos con la inestimable ayuda del grupo de recreación medieval aragonés Fidelis Regi (www.fidelisregi.com), cuyos miembros reproducen en la medida de lo posible la vida material de los ricoshombres aragoneses de los reinados de Pedro II el Católico (1196-1213) y Jaime I el Conquistador (1213-1276) y que nos han honrado con su presencia en el centro educativo para explicar a los alumnos la vestimenta del caballero don Lope Ferrench de Luna tanto en su indumentaria civil como militar. Así mismo contaremos también con la colaboración de dos alumnos ataviados con ropas vulgares de sirvientes que irán desvistiendo, primero, al noble don Lope de sus ricos atuendos civiles y luego invistiéndole con su ajuar de combate.

En esencia, por tanto, nuestro trabajo llevará por título “Vistiendo a un caballero del siglo XIII”, teniendo en cuenta que todo el material aportado por los miembros de Fidelis Regi está rigurosamente documentado mediante tres tipos de fuentes: materiales (restos arqueológicos como los conservados en el Monasterio de las Huelgas Reales de Burgos), escritas (descripciones en textos como El Libro de la Caballería de Raimundo Llulio) y visuales (Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio, códice In excelsis Dei Thesauris o Vidal Mayor, pinturas, esculturas, etc...), lo cual dotará a la actividad de un mayor interés histórico si cabe.

Se ha procedido, pues, a la grabación y edición de las dos partes del vídeo titulado “La vestimenta de un caballero del siglo XIII”

PRIMERA PARTE: LA VESTIMENTA CIVIL

http://www.youtube.com/watch?v=ToCS2LA_HXg

SEGUNDA PARTE: EL ARNÉS MILITAR

www.youtube.com/watch?v=bWuWkYfI4OU&feature=mfu_in_order&list=UL


Espero que os resulten interesantes...

martes, 12 de abril de 2011

Roa ataca de nuevo: VENGANZA DE SANGRE

Bien, mis cachorros...

Después de algunas entradas sobre temas varios de historia y vivencias personales, retomo mi afición a la crítica literaria para enjuiciar esta vez la obra de un amigo, lo cual ya resulta complicado desde el principio porque, además, soy juez y parte del asunto, ya que estuve presente en su presentación en Zaragoza y encima Sebas es Fidelis de Honor y nos menciona en los enlaces de internet en las páginas de su novela. Así que en este caso la revisión objetiva se hace difícil. A pesar de todo, lo intentaré...

Comencemos por decir que la obra se llama Venganza de sangre, que la edita Tropo editores, que está prologada por José Luis Corral y que, por el momento, ha ganado ya dos premios: el II premio de Novela Histórica de la comarca del Cinca Medio y el premio Hislibris de Literatura Histórica al mejor autor. No se puede negar que es un buen "Curriculum vitae" antes de empezar la lectura...

Todo lo cual no quita para que sea un "ladrillo", un verdadero "mantecao" de ochocientas treinta y nueve paginacas. Y ojo, mucho cuidado: cuando digo "ladrillo" hago referencia únicamente a su aspecto exterior, a la "masa" del libro, pues si bien la portada -obra del ilustrador Oscar Sanmartín-, es una preciosidad lo cierto es que ver más de 800 páginas encuadernadas retándote a leerlas asusta un poquito...

Sin embargo, cuando te metes dentro de la novela y empiezas a leer las peripecias de Artal de Exea en la conquista de Malta... descubres que estás equivocado porque como la novela tiene páginas para empapelar el templo del Pilar resulta que el protagonista no es don Artal sino su hijo don Blasco, que resulta que no es su hijo, y que cuando se hace mayor decide, por una parte, ingresar en la Orden del Temple y, por otra, jurar venganza de sangre a los asesinos de su madre y su criada. La cosa se pone bien...

Sin ánimo de destripar la trama de la novela, pues que sepáis que esa venganza lleva a don Blasco a cumplir una misión secreta para el Temple en Cerdeña, a sufrir en sus hermanos de Orden la persecución del papa Clemente V y su amo el rey Felipe el Hermoso de Francia, a huir a Escocia y ponerse a las órdenes del independentista Robert Bruce (a quien enseguida le pones la cara del actor Angus McFadyen, el de Bravehearth), a regresar a Aragón y luchar bajo las banderas de Jaime II y su hijo Alfonso en la conquista de Cerdeña y a muchas otras peripecias que acaban... como descubriréis al leeros el libro. Y todo ello trufado de personajes inventados y reales (el obispo Ponce de Gualbes, la corte de don Jaime de Aragón, el valenciano Gonzalo Zapata, el teutón bestiajo Konrad von Hesse, Catalina de Alborach...)

Pero para criticar la novela, mejor dejemos unas cuantas pinceladas:

- Blasco de Exea es un agonías. Me cae bien, es muy majo, muy buen chaval, muy pichabrava, muy valiente y muy diestro con las armas, pero es un agonías. Se pega la novela preguntándose si estará haciendo lo que debe mientras se va cargando a sus objetivos y al final... bueno, ya lo veréis. Vale que le estaban tomando el pelo con navaja y cuchilla de afeitar, al muy pardillo, pero aún así. Un agonías vengativo, oye.

- Teresa es un personaje que me ha desconcertado. Un poco fantasmagórico, como si pasase de puntillas por la trama, una especie de amor de juventud que no te imaginas que pueda volver a aparecer en la vida del protagonista... Y sin embargo, al final, mira tú...

- Al hilo de la anterior pincelada: en esta novela se folla mucho. Al menos, mucho más que en El Caballero del Alba. Yo he contado al menos siete u ocho polvos así, por encima. Y además narrados con sensualidad, sin palabras soeces ni barbaridades. Como tiene que ser. Pero de las cuatro mozas a las que conoce carnalmente Blasco, me quedo de todas, todas, con los ojos cerrados, con Leta. Me pone palote sólo de imaginármela. Mmmm... ¡Aaay, omá, qué rica...!

- Me cae bien Jaime II. Es un rey que se viste por los pies, con las ideas bastante claras y con una visión de estado espléndida. Quiere ser recordado como un gran monarca, y lo consiguió. Aunque solo fuese por su idea de crear nada menos que el Archivo de la Corona de Aragón. Sin él, Zurita no habría podido escribir jamás sus "Anales". Y Sebas lo sabe y te lo hace sentir.

- Por el mismo motivo, el primogénito de don Jaime es un imbécil retrasado (me recuerda mucho a algunos alumnos míos) y el príncipe don Alfonso es un figura, un tío majo, un noble señor bajo cuyo estandarte merece la pena luchar y por el que merece la pena morir.

- Hay situaciones en el libro que me han hecho esbozar una sonrisa por lo obvias... Concretamente, cuando cierta mujer hace planes imaginando a Blasco de Exea a su lado para toda la vida, feliz como una perdiz, me dije: "Joder tía... te quedan dos telediarios". Y me equivocaba. No le quedaba ni una pausa publicitaria...

- Lo de Escocia no me termina de cuadrar. Igual que lo que Mallorca en El Caballero del Alba. Vale, sí, gracias a esa trama el protagonista consigue cumplir otra parte de su venganza, pero... ¿P'a qué tan lejos? A lo mejor es que me chirriaba ver a uno de Ejea (¡Hala mañoooo!) combatiendo bajo el Cardo de Escocia, pero lo cierto es que una parte del "mantecao" se podría haber resumido un poquico más... Es sólo una apreciación.

- El ritmo narrativo de las batallas (Bannockburn, Lucocisterna, el asedio de Villadeiglesias) está muy logrado. Me gusta cómo lo trabaja Sebas, con esa mezcla de movimientos individuales y visiones más o menos panoramicas que te permiten estar en el pan (los protagonistas) y en las tajadas (la batalla propiamente dicha). Un acierto. Y si encima participan personajes conocidos y queridos por nosotros (Artal de Alagón, Ximénez de Urrea, el rey Robert Bruce...) pues miel sobre hojuelas...

- Catalina de Alborach: la primera feminista travestí de la Corona de Aragón. Desconcertante personaje. Segura de sí misma, diestra con el arco, dama guerrera donde las haya, más falsa que un denario de plomo (eso sí)... pero que se le hace el chichi agua de limón con Blasco. Hijo mío, debe ser que el mozo cantaba cada mañana eso de "tengo un cimbel matutino/ con la forma de un pepino/ que por delante echa gotas/ y por detrás le cuelgan dos pelotas..." Si no, no se explica que vayan perdiendo el oremus todas con el muchacho.

- Ferrer Zintero es un mamón al que le llegas a tener lástima. Tan almogávar, tan temible, tan bestia, tan hijoputa, tan machote, tan bravucón... Y al final resulta que es una vieja gloria, un despojo, un mierda. Eso sí: Sebas te deja clarísimo que hay almogávares y almogávares, aunque nunca "te puedes fiar de la promesa de un almogávar". La frasecita me hizo partirme la caja de risa. Y si en el momento en que se encuentran, en Villadeiglesias, Zintero llega a estar despellejando un conejo para comérselo, ya me da un ataque de carcajadas. Es una idea para el futuro, mira...

- El final de la novela estuvo a punto de defraudarme... Lo de José de Arimatea, la Sangre de Cristo, el cáliz de San Juan de la Peña y el obispo Ponce de Gualbes haciendo abracadabras me traía un tufo al Código da Vinci de los Templarios Masones Cátaros del Santo Grial que asustaba. Y al final no las tengo todas conmigo: ¿Realmente era Juan de Ramatayim (joder, con el nombrecito) quien le dicen a Blasco que es? ¿O va todo de coña? Es raro, raro, raro, pero me gusta porque al final parece que se impone la razón...

Me quedarían aún algunos personajes interesantes (eeeese señor de Urrea, eeese Artal de Alagón), así como las notas a pie de página (es una de las pocas veces que veo este proceder en una novela histórica y se agradece) pero vamos resumiendo, pues, que es gerundio: ¿Me ha gustado la novela? Mucho. ¿La prueba? Pues que la lectura de las ciento y pico últimas páginas se la robé al sueño, durmiéndome a las tres y media de la madrugada porque no fui capaz de dejar la trama cuando Blasco lee ciertas cartas en Valencia. Así dí clase yo a la mañana siguiente en el instituto...

Jodío Sebas... Ya tenían razón los montisonenses y los de Hislibris para darle los premios, ya...

jueves, 7 de abril de 2011

APÉNDICE: LOS MÉDICOS MEDIEVALES ANTE LA PESTE NEGRA

En una época en que la Medicina estaba todavía en pañales y los remedios para la enfermedad fiaban más de la Misericordia Divina que de la Ciencia experimental, los médicos estaban convencidos de que la transmisión de la "pestilentia" se realizaba por medio del aire, de ahí que la quema de incienso y la clausura hermética de puertas y ventanas de las casas fuese el primer y más inmediato remedio para, al menos, detener el avance de la epidemia.

Los pocos médicos que no habían huído al campo con el resto de la población se vestían (al menos a partir del siglo XV) completamente de negro, cubriendo todo el cuerpo con una enorme saya de dicho color y se colocaban sobre la cara una extraña máscara con forma de cabeza de ave, con cristales en las aberturas de los ojos y un largo pico dentro del cual introducían hierbas aromáticas con la esperanza de que el mal, sea del tipo que fuese, no penetrase en sus cuerpos por las vías respiratorias.

Por supuesto, los remedios para curar la enfermedad eran totalmente aleatorios y, a menudo, inútiles. Cocimientos de hierbas, sangrías, friegas en las piernas y los brazos, sajamiento de los bubones para permitir la salida del pus no hacían sino agravar el estado del enfermo, que una vez atacado por el mal solía morir irremisiblemente al cabo de pocos días...

Fuera de las casas, en las calles, una población desesperada y falta de todo consuelo espiritual (los sacerdotes ponían tierra de por medio al conocerse los primeros casos de contagio) recorría los barrios flagelando sus espaldas y rezando a gritos y llantos oraciones de perdón y peticiones de clemencia a los Cielos mientras los más exaltados buscaban culpables entre los grupos minoritarios (judíos, mudéjares, conversos) y cualquier rumor, acusación o simple sospecha de brujería o de herejía desencadenaba la detención, tortura y cremación en la hoguera del (o la) infeliz que bastante tenía ya con escapar de las garras de la epidemia...


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Bueno, ya está. Es una conferencia que tenía pensado impartir en el pueblo de Berdejo este próximo 17 de abril, pero no va a poder ser. Por ello la cuelgo aquí para disfrute (?) de mis lectores... Espero que os haya resultado al menos interesante.

Hambre, Muerte, Peste y Guerra en el Aragón del siglo XIV (y III)


"El Triunfo de la Muerte". Peter Brueghel "el Viejo"


Pero... ¿cómo se manifestaba el mal?

La pequeña Dora había sufrido dos días antes varias picaduras de pulga. El virus Yersinia Pestis era transmitido por la pulga de la rata (Xenopsilla Cheopis), en cuyo tracto intestinal era incubado. Al morder a otro animal o a una persona, la pulga transmitía el bacilo una y otra vez, ya que la sangre ingerida por el parásito no lograba alimentarlo. La niña había estado jugando con un perro que parecía enfermo. Flacucho. Enclenque... Alodia vio a la pequeña e inmediatamente espantó al pobre can a pedradas llamando a su hija para que entrase en la casa.

Demasiado tarde...

La enfermedad podía presentarse en varios cuadros clínicos:

Peste bubónica

Era el tipo de infección más común. Una vez que las células bacterianas habían sido introducidas mediante la picadura de una pulga dentro de un ser humano, éstas se desplazaban por el torrente sanguíneo hasta los nódulos linfáticos donde generaban pequeñas hinchazones denominadas bubones (de donde deriva el nombre de esta enfermedad), llenos de partículas bacterianas.

En poco tiempo, los nódulos linfáticos periféricos se veían invadidos por bubones secundarios, hasta que se rompían y las células pasaban de nuevo al torrente circulatorio, pero ahora en un número mucho más elevado, lo que causaba una septicemia (infección) generalizada. En este estado, se producían múltiples hemorragias que daban lugar a manchas negras sobre la piel, procesos de gangrena en los extremos distales de las extremidades, fuerte dolor en nódulos linfáticos, postración, shock y delirio. Si la peste no era convenientemente tratada antes del estado septicémico, la muerte sobrevenía al cabo de 3-5 días.

Peste neumónica

Este tipo de infección se producía cuando las células del Yersinia eran inhaladas directamente, o bien llegaban a los pulmones durante la peste bubónica. La infección solía transcurrir sin síntomas hasta los dos últimos días del proceso infectivo, en los cuales se emitían gran cantidad de esputos con sangre. En ausencia de tratamiento la muerte llegaba en 2-3 días.

Peste septicémica

Esta infección implicaba una rápida dispersión del Yersinia por todo el cuerpo, a través del torrente circulatorio, sin tiempo para que se formasen los bubones. La muerte era casi instantánea, en un solo día, por lo que habitualmente no daba tiempo a ser siquiera diagnosticada...

EPÍLOGO

Dora murió a los cuatro días de comenzar los síntomas de la enfermedad. Su cuerpecillo se cubrió de bubones que reventaron, ennegreciendo su piel ya de por sí morena por el trabajo al sol, cubriéndola de moretones. A pesar de que la Muerte era una compañera habitual de viaje en la vida del hombre del medievo, ninguna fuerza del Cielo ni de la Tierra pudo consolar a sus padres y hermanos cuando quemaban el cadáver, ni evitar el pavor que se extendió por toda la villa de Berdeio al conocerse la noticia... En el dintel y las jambas de la puerta de la cabaña de Perico los vecinos pintaron manchas negras de brea. Pero todos los habitantes de la villa estaban ya condenados. Algunos huyeron, perseguidos por las mesnadas del señor Pérez de Pina, que dieron muerte a quienes lograron atrapar. Otros, ya contagiados, llevaron la enfermedad a Castilla.

Dos meses más tarde, Berdeio era una población fantasma. Hogueras por las calles que elevaban sus oscuras fumarolas hacia el cielo... Restos chamuscados de casas con manchas negras en las puertas... Lamentos... Ningún miembro de la familia de Perico sobrevivió. Cayeron todos, uno a uno, sin remedio posible. De nada servían rezos, plegarias, penitencias ni sacrificios. Los alguaciles del señor quemaron sus cuerpos, su casa y los enseres que en ella había. No fue la única.

Hambre... Peste... Muerte... Y desde la Castilla de Pedro el Cruel se aproximaba al Manubles un cuarto jinete, la Guerra, para completar el Apocalipsis...

Hambre, Muerte, Peste y Guerra en el Aragón del siglo XIV (II)


Perico había oído ya unas semanas antes a los aparceros que una extraña enfermedad estaba haciendo estragos en Calatayud. Las casas donde había afectados por el morbo eran pintadas en el dintel y las jambas con brea negra, lo que indicaba que había que huir lo más lejos posible de ellas. De hecho, la ciudad había sido puesta en cuarentena por las autoridades y a nadie le estaba permitido entrar ni salir. En las calles se quemaban yerbas aromáticas, se hacían hogueras con los enseres de los apestados y los disciplinantes, pobres desesperados tras haber desaparecido los sacerdotes al primer síntoma de alarma, recorrían las rúas de la villa flagelando sus espaldas mientras elevaban sus oraciones a voz en grito a los Cielos. Buscando culpables, la furia de la plebe inculta, azuzada desde los púlpitos antes de que el clero pusiese tierra de por medio, se dirigió contra los hebreos y la judería bilbilitana fue atacada con saña, quemando vivos a muchos inocentes... Pero nada era efectivo. El mal se extendía inexorablemente, contagiando y acabando con la vida de entre 100 y 200 personas diarias, y su única prevención era un popular consejo: Fugere cito, longe, et tarde reverti (“huir pronto, lejos y regresar lo más tarde posible”). Para los bilbilitanos ya era demasiado tarde. Las puertas de la villa estaban cerradas: para entrar y para salir.

No se conocía exactamente el modo en que se propagaba. Los médicos universitarios la consideraban un castigo de Dios, pero aún así la trataban con los métodos científicos que su Ciencia les permitía aplicar. De acuerdo con éstos, los llamados “aeristas” defendían la difusión del mal a través del aire corrompido (los “miasmas”) y negaban incluso su condición contagiosa por contacto, mientras que los “contagionistas” limitaban los medios de propagación de la peste al contagio interpersonal o a través de bienes usados por el enfermo. Ello, lógicamente, daba lugar a interminables disputas médicas que no hacían sino agravar el mal.

No existe una pandemia histórica más estudiada que la Peste Negra (nombre que se popularizó sólo a partir del siglo XVIII, y llamada “mortalitas”, “infirmitas pestilentis” o simplemente “pestilentia” durante la Edad Media) que asoló toda Europa en varias etapas pero muy especialmente entre 1347 y 1350, acabando con la vida de veinte millones de personas en todo el continente (salvo en áreas muy concretas como parte del Pirineo ibérico y la región polaca de Varsovia, por causas que aún se desconocen).

Hoy sabemos que el virus causante de la misma se llama “Yersinia Pestis”, aislado por el bacteriólogo suizo Alexandre Yersin y el japonés Kitasato Shibasaburo en 1894. Al parecer, el brote de 1347 comenzó quizá en algún lugar del norte de la India, probablemente en las estepas del Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles. La peste llegó a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (actual Teodosia) fue asediada por los mongoles. La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad (si bien la enfermedad no se contrae por contacto con los muertos). Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaban las costas. En España entró por el puerto de Barcelona en naves procedentes de Génova y se extendió rápidamente por la Corona de Aragón hasta alcanzar toda la Península en apenas unos meses, pasando poco después al resto de Europa.

Hambre, Muerte, Peste y Guerra en el Aragón del siglo XIV (I)



Berdeio, señorío de don Ruy Pérez de Pina, tenente de Su Alteza el rey don Pedro de Aragón. Día de San Longinos (15 de marzo) del Año de Gracia de 1347 ó 48. Creo. No importa demasiado. En la Edad Media la mayoría de la gente no sabía de fechas salvo las festividades de los santos. Ni siquiera el día de la semana. Al fin y al cabo, todos eran iguales. El descanso dominical y la jornada de ocho horas son entelequias de un futuro aún lejanísimo. Sólo trataban de disfrutar de la vida lo mejor posible...

Es de noche, aunque ya empieza a clarear. El cántico de los gallos anuncia que debe ser la hora de prima, así llamada por ser, precisamente, la primera de la mañana, la que anuncia el comienzo del día. Estamos en una humilde cabaña próxima al río Manubles, una choza de adobe con tejado de paja propiedad de Perico, siervo de don Ruy, un pobre campesino que trabaja en el feudo del señor de Berdeio, como antes lo hicieron su padre y su abuelo desde que llegaron al valle en tiempos de don Jaime “el Conquistador”, en 1248, poco después de la toma de Valencia...

Perico es ya un hombre mayor: tiene treinta años y está casado con Alodia, una buena moza, aunque también ya entrada en edad (tiene unos veinticinco). En sus once años de matrimonio han tenido ocho hijos y dos abortos, por lo que la mujer acusa en sus carnes los achaques de las sucesivas maternidades y en su corazón el dolor de haber perdido a cuatro de sus hijos antes de cumplir los cinco añitos. Está embarazada, además, de su noveno hijo... Son tiempos duros y difíciles para un campesino. En realidad lo son para todos, desde el comerciante que ofrece sus productos en el mercado hasta el señor que descansa en el mullido lecho de lana de oveja de su castillo.

Y antes de continuar desgranando la vida cotidiana de Perico y su familia, desengañémonos, mis queridos oyentes: en esa fabulosa Edad Media que todos asociamos con princesas, castillos, guerreros y catedrales, el 90% de nosotros habríamos sido eso, simples campesinos, siervos de la gleba, labradores atados a la tierra por los vínculos del Feudalismo. Y pasaríamos hambre, calor, frío y privaciones (sobre todo cuando la cosecha fuese pobre, lo que ocurría más o menos a menudo), haríamos dos o tres comidas diarias -a lo sumo- y sin probar la carne (excepto -si acaso- la de pollo) ni la fruta fresca salvo en contadísimas ocasiones, estaríamos sujetos a numerosas enfermedades para las que no se conocía cura y moriríamos antes de cumplir los cuarenta años -con mucha suerte- pero con el aspecto que tienen hoy los ancianos mayores de 80...

Volvamos a nuestra cabaña. La vida debe continuar y es hora de levantarse. Naturalmente, en el hogar de Perico duermen todos juntos en la única estancia del modestísimo edificio, sobre un montón de paja seca que recogen a puntapiés por la mañana y se reparten de nuevo a la caída de la noche. La choza está rodeada por un pequeño cercado de madera y en su interior hay un pequeño establo con dos cabras y una docena de gallinas, que picotean entre el estiércol, además de un reducido huertecico donde Alodia cultiva lechugas y algunas ringleras de legumbres (habas, guisantes, garbanzos). Dentro de lo que cabe, son afortunados. Disponen de leche de cabra, huevos, carne de gallina y, de vez en cuando, alguna pieza cazada furtivamente en los montes del señorío. Poca cosa, pero suficiente.

La familia despierta y comienza la actividad de la mañana. Se visten los calzones, las calzas y la camisa, ceñida por un cinturón de cuero, y calzan sus burdas albarcas de esparto. Antes de comenzar las tareas cotidianas, toda la familia reza una breve oración pidiendo ayuda y dando gracias al Señor por el nuevo día. Luego, Alodia ordeña a las cabras, recoge los huevos de las gallinas y las dos pequeñas, Dora y Nunila, de siete y diez años respectivamente, bajan al río a llenar un cubo de agua, mientras que los hijos mayores (Ramiro, el primogénito de 14 años, y su hermano Daniel, de doce) se toman un cuartillo de leche de cabra en sus tazones de madera antes de acompañar al padre al manso para comenzar la jornada de siembra del trigo para el señor. Mientras sorbe su tazón, Perico mira a la pequeña Nunila. Ya ha tenido su primer período, por lo que habrá que ir pensando en su matrimonio. Pero aún quedan un par de años para que la muchacha esté bien en sazón...

Perico, Ramiro y Daniel meten en sus zurrones unas galletas, unos trozos de pan y un pedazo de queso, cogen un pellejo lleno de yppocrás (vino especiado) y marchan al campo mientras Alodia y sus hijas desayunan brevemente y comienzan las faenas de la casa... Hay que dar de comer a los animales, plantar y regar el huerto, ir a por leña, lavar la ropa en el río, tenderla, remendar las camisas, arreglar las albarcas de la pequeña Dora, preparar la comida (unas gachas regadas con un par de cuartillos de vino muy aguado)...

En el campo, los varones trabajarán de sol a sol en la siembra del trigo, parando sólo unos minutos al mediodía para orar de nuevo, brevemente, y mascar las galletas y el pan duro acompañándolo con el yppocrás del odre que lleva el padre colgado a la espalda. Es un trabajo duro, sembrando al venteo en ejercicio incesante, junto al resto de aparceros que trabajan las tierras del señor de la villa, hora tras hora... Tercia... (las nueve) Sexta... (las doce)... Nona (las tres de la tarde)... Vísperas (las seis)... Hacia la hora de completas (las nueve de la tarde-noche), cuando es sol camina ya hacia el ocaso, la familia de Perico regresa al hogar.

Alodia está asustada. Hacia la hora de nona, cuando estaban a punto de recoger la ropa seca, la pequeña Dora ha empezado a sentirse mal. Tiene fiebre, le duele la cabeza y ha vomitado dos veces sin lograr echar de su cuerpo más que las pocas gachas de trigo ingeridas a la hora de comer. Al conocer los síntomas, Perico siente un escalofrío recorrer la espalda. Ya está aquí. Ha llegado a Berdeio...

La gran mortalitas... La peste.